martes, 29 de noviembre de 2011

ATTAC RECLAMA UNAS NUEVAS REGLAS DE JUEGO EN LA UNIÓN MONETARIA PARA EVITAR LA DESINTEGRACIÓN EUROPEA. Comunicado Attac España.

La organización exige la construcción de una Europa social y el control de los mercados.

Madrid, 28 de noviembre.- La rectificación de los fallos estructurales en la construcción de la unión monetaria con el objetivo de evitar la desintegración definitiva de Europa, ha sido la propuesta principal realizada por Attac España en su última asamblea extraordinaria celebrada  el pasado fin de semana en Madrid. Dicha rectificación se debería concretar principalmente en un estatuto radicalmente distinto del Banco Central europeo, controlado democráticamente y responsable ante la ciudadanía, que además de garantizar la estabilidad de precios, colabore en la lucha contra el desempleo y corte de raíz la posibilidad de realizar ingentes beneficios por parte de los especuladores sobre la deuda soberana de los países de la Unión. Resulta igualmente imprescindible la creación de un presupuesto europeo suficiente para financiar la puesta en marcha de políticas que rescaten a los millones de parados europeos y ponga esos recursos a trabajar en los problemas económicos reales que debe enfrentar la Europa del siglo XXI, como son por ejemplo el deterioro medioambiental y social.

Las anteriores son algunas de propuestas surgidas del debate, como también lo fueron el cierre del casino financiero, el desarme de los mercados, la lucha contra el fraude fiscal y la prohibición de los productos financieros de alto riesgo, consensuadas en una asamblea extraordinaria de ATTAC España que reunió en Madrid a medio centenar de personas representantes venidas de diferentes puntos del estado, quienes estuvieron igualmente de acuerdo en señalar la importancia de crear una Europa social y de frenar de forma contundente la especulación financiera.
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ATTAC es una organización internacional que desde hace más de diez años desarrolla y propone  alternativas sociales, económicas y democráticas al sistema actual, y que es especialmente activa en la lucha por la regulación de los mercados financieros, la erradicación de los paraísos fiscales y la toma de medidas que permitan limitar la especulación.

Durante este debate se enfatizó la importancia de implantar en la Unión Europea un sistema que garantice la participación activa de la ciudadanía y asegure que las políticas públicas se orienten a garantizar el bien común, frente al constatable ataque que está sufriendo el modelo europeo de bienestar garante de igualdad y libertad, por parte de los intereses de los agentes financieros.

Auditoria ciudadana de la deuda

Por otra parte, ATTAC España ha decidido apoyar la formación de una comisión ciudadana de auditoría de la deuda en el estado español. Esta iniciativa fue impulsada el pasado mes de octubre por diversos movimientos y agrupaciones de la sociedad civil.

En este sentido, ATTAC recuerda que el ya mencionado endeudamiento es fruto del retroceso fiscal del Estado, que ha supuesto que éste pasase a financiarse a través del crédito en detrimento de los impuestos, así como de la transformación de la deuda privada en deuda pública en un contexto de total falta de regulación de los mercados financieros.

Asamblea extraordinaria de Attac España. 26-27 de noviembre 2011

lunes, 28 de noviembre de 2011

La guerra del euro

Repasemos titulares de otra semana de refriegas en Europa. S&P rebaja el rating de Bélgica hasta AA. La Italia de Monti supervisada por la Troika coloca deuda con cifras de colapso. El Gobierno de Rajoy estudia pedir ayudas a la UE y el FMI si el BCE no compra deuda. Hungría, cuya calificación se rebajó a la de bono basura, ha pedido ayuda al Fondo Monetario Internacional. Fitch considera la deuda de Portugal bono basura. Rumores de recorte del rating de Francia debidos a la noticia del desacuerdo entre Francia, Bélgica y Luxemburgo para encontrar entre 30.000 y 40.000 millones de liquidez urgentemente para el grupo financiero Dexia. Fracaso de la subasta de los bonos alemanes a 10 años el pasado día 23: el 35% no se vendieron, y eso que el Bundesbank se compró 2.356 millones para maquillar el peor resultado que ha tenido nunca. La crisis europea de la deuda soberana se define ya como sistémica, la Reserva Federal de los EEUU anuncia que someterá a los bancos a test de stress ante un posible colapso del euro, y enseguida los bancos estadounidenses informan de que están preparándose para un escenario de derrumbamiento del euro. Los “mercados” sólo se fían de países como Reino Unido, Suiza o EE.UU que cuentan con bancos centrales capaces de garantizar la deuda. 

La Comisión Europea ha seguido presionando esta semana para que se introduzcan eurobonos (en el Libro Verde que presentó la Comisión los llaman “bonos de estabilidad”), pero la Alemania de Merkel se niega a que el BCE sea un prestamista de última instancia porque tienen miedo de que una medida de emergencia se vuelva un estado de normalidad. En sustancia: los alemanes calvinistas no se fían de los pícaros meridionales y exigen refuerzo de controles y sanciones contra quienes infrinjan las medidas de austeridad que se impongan sobre la deuda. Dura demasiado este pulso peligroso. El tiempo pasa, los rescates no llegan, la reforma del Tratado de Maastricht llevará su tiempo y, entre tanto, la economía real se hunde. El 9 de diciembre se celebrará la próxima cumbre europea. Otra vez volveremos a ver que, para cobrar, el tiempo del capitalismo es la urgencia, la emergencia, la aceleración de las reformas, el “no hay tiempo”, el “dense prisa”, el autoritarismo del “ya”; en cambio, a la hora de pagar, o de socializar las pérdidas, el tiempo del capitalismo será el aplazamiento, la prórroga, la promesa, la amenaza y la huida hacia adelante escapando de la recesión presente.

Nadie pone en duda la grave responsabilidad del gobierno de Angela Merkel en el colapso de la Unión Europea, sin embargo poco se habla del capitalismo financiero que sigue gobernando este caos. Es tan opaco, obsceno y complejo el funcionamiento de la megamáquina que nos gobierna que no resulta extraño que reine el silencio en sus dominios. Resulta extraño que todo intento de reforma seria de ese capitalismo financiero sea desechada o aguada. Poco o casi nada se ha comentado del fracaso del la reforma de las agencias de calificación propuesta el 14 de noviembre por Michel Barnier, Comisario europeo de Mercado Interior y Servicios. Se trataba del tercer intento de reforma en tres años. Barnier se vio obligado a renunciar, por presiones de las agencias de calificación, a una proposición clave: la suspensión de la calificación soberana de un país en dificultades. Además, la propuesta de Barnier intentaba reducir la dependencia de las instituciones financieras con respecto a la calificación de las tres agencias mundiales, Standard & Poor's, Moody's y Fitch Ratings, obligando a los inversores a llevar a cabo sus propias evaluaciones y a constituir un índice europeo de calificaciones (EURIX). Poco se ha hablado también de la decisión del Parlamento Europeo de prohibir las ventas al descubierto, o sea, la venta de un título antes de tenerlo con la esperanza de comprarlo a un precio más bajo. En realidad, la prohibición del Parlamento no será tal, pues esas operaciones meramente especulativas seguirán estando permitidas, pero los operadores deberán, a partir de ahora, demostrar que están en condiciones de contar con el título en el momento de su entrega, que tendrá lugar en un plazo de tiempo más corto. Con licencia: los lobos podrán entrar en el gallinero siempre y cuando tengan bozal, y el dueño del gallinero podrá vigilarlos o incluso expulsarlos en ciertos casos graves. 

Montado en la montaña rusa de los índices bursátiles y la prima de riesgo, el ciudadano europeo sólo siente vértigo. Otra vez son pocos los que se preguntan por las razones de esa volatilidad criminal en las Bolsas que desestabiliza todo un continente, hunde Estados y mata personas. Aunque prestigiosas revistas de inteligencia como la italiana Gnosis le han dedicado artículos, apenas se habla de las transacciones de alta frecuencia (high frequency trading). Resumo, a continuación, el contenido del reportaje de Mario Sanna para Rainews 24 Trading Superveloce. Se entiende por transacciones de alta frecuencia el empleo de herramientas tecnológicas sofisticadas que permiten realizar al mismo tiempo miles de órdenes en distintos mercados. Gracias a ciertos algoritmos, a través de medios informáticos se pueden realizar 10.000 órdenes en 6 segundos. Cuestión de microsegundos por orden. Hoy el 50% del negocio bursátil se realiza así. Ha habido un 160% de aumento desde 2005. La finanza está en manos de las máquinas, de ahí que, como dice un viejo trader, “hoy las sociedades de intermediación financiera no busquen ya buenos corredores de Bolsa, sino buenos ingenieros informáticos para crear software cada vez más sofisticado para jugar en Bolsa, y que está pensado para eliminar el componente emotivo del corredor, que siempre tiene dificultad, cuando opera en Bolsa, para aceptar pérdidas”. 

Supongamos que desde una de estas máquinas se lanza un aluvión de órdenes de venta de bonos de deuda soberana. Puede que muchas otras máquinas, al analizar los datos del mercado, se vean inducidas a tomar la misma decisión. Lo importante es ser el más rápido. El más rápido no en acabar adquiriendo el título, sino en comprar y vender, entrar y salir, correr y esprintar, pero sin llegar jamás a la meta. Los defensores de estos mecanismos esgrimen un argumento que en el capitalismo financiero resulta lapidario: este tipo de comercio inyecta liquidez. Los detractores avisan de que estas transacciones supersónicas no sólo generan inestabilidad en el mercado sino que perturban la naturaleza del mercado. Si antes el mercado bursátil servía de intermediario entre un inversor y la economía real, ahora es otra cosa. Una cosa tan peligrosa que es objeto de atención de las agencias de inteligencia. Causó escándalo el caso del informático Sergey Aleynikov, detenido por el FBI y condenado a 8 años de cárcel por haber robado un código fuente de las transacciones automáticas de Goldman Sachs, que admitió públicamente que ese código podía ser un arma peligrosa si caía en manos inapropiadas. El asunto, pues, adquiere incluso tintes bélicos. Quiao Liang y Wang Xiangsui, ambos generales de brigada de la Aeronáutica militar china, escribieron a finales de los años 90 un libro de estrategia militar ya clásico, “Guerra sin límites”. Dicen los autores (1): “Si bien ningún pensador militar ha formulado hasta ahora un concepto muy vasto de campo de batalla, la tecnología se está empleando al máximo para ampliar el campo de batalla moderno de modo que se vuelva prácticamente infinito”. 

Parece cada vez más obvio que vivimos un nuevo tipo de guerra en Europa. Una guerra monetaria. Con víctimas reales. Trabajadores despedidos, como los del establecimiento FIAT de Termini Imerese. Trabajadores fácilmente despedibles como los de las pymes del Reino Unido. Precarios anónimos. Jubilados paupérrimos. Funcionarios griegos demediados. Parados españoles. Jóvenes que ni estudian ni trabajan. Según el Telegraph, el Ministerio de Exteriores británico avisa a sus embajadas de que preparen planes de socorro a ciudadanos británicos residentes en Italia o España ante un posible escenario de colapso del euro.

Comienza una nueva semana. Debido a la dilación de la reforma política y fiscal de la Unión, gana fuerza la idea del fin del euro y la vuelta a las monedas nacionales. Según Credit Suisse, la posibilidad de que ocurra es de un 10%. Según el economista Roubini, es del 50%. Abren las Bolsas. Se recrudece la guerra del euro.

Notas:
1. Liang, Q. y Xiangsui, W.: Guerra senza limiti. L'arte della guerra asimmetrica fra terrorismo e globalizzazione. A cura del Generale Fabio Mini. Libreria Editrice Goriziana, Gorizia, 2001, p. 72.

Gorka Larrabeiti
Rebelión
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=140184

domingo, 27 de noviembre de 2011

Goldman Sachs se apodera de los gobiernos de Europa para salvarse

Antecedentes: ha sido ampliamente demostrado que el vilipendiado banco de inversiones estadunidense Goldman Sachs (GS) no sólo se ha convertido en el enemigo público global número uno, sino que, también, domina al gobierno de Estados Unidos (EU), al cual le provee, sea administración republicana o demócrata, la mayor parte de sus altos dirigentes financieros, al grado de que se pudiera afirmar categóricamente que ese país es una seudodemocracia cosmética de corte decimonónico devorada por una plutocracia de banqueros insolentes cuan insolventes, entre quienes sobresalen los ejecutivos de GS. Mientras la Casa Blanca reina, GS gobierna.
 
En su momento exhibimos la simbiosis de los hermanos Werner Wainfeld creadores/pagadores de los pagarés del Fobaproa/IPAB que socavaron al México neoliberal, en ese entonces cordobista-zedillista, y lo tienen todavía paralizado (Bajo la Lupa, 2/5/10 y La Lupa Política, Voces del Periodista, núm. 207). Tras cumplir su hazaña destructiva de México, Martin Werner Wainfeld (MWW), ex subsecretario de Hacienda, fue recompensado con un alto puesto ejecutivo en GS, uno de los beneficiarios del desastre financiero mexicano. MWW hoy opera como uno de los dueños del banco comunitario Mifel.

En su momento reporté el rol perverso que jugó GS en la desestabilización financiera de Libia previa a su captura por la OTAN. La crisis del euro, hoy en proceso de balcanización, fue sembrada deliberadamente por GS en Grecia (al manipular pérfidamente sus cuentas) y luego apostar en su contra mediante un género de derivados financieros de alta letalidad (¡para que lo reconozca hasta el megaespeculador George Soros!), los credit default swaps (CDS), un tipo de seguros que apuestan a la desgracia ajena.

Dejo en el tintero la reciente quiebra fraudulenta de MF Global, cuyo director, Jon Corzine, fue mandamás de GS y gobernador de Nueva Jersey.

Hechos: en la fase de la desregulada globalización financierista, aunque se encuentre en agonía, resulta ocioso perorar sobre la inexistente democracia cuando son nueve bancos los que controlan al mundo, entre ellos GS, quien sembró la destrucción en Grecia, luego apostó por la balcanización del euro y ahora coloca a sus ex funcionarios en la cúpula del poder tecnocrático de los gobiernos de la eurozona para salvarse de las hogueras, más que para rescatar a Europa.

Desde 2007, los principales bancos transatlánticos, hoy en plena insolvencia, han perdido entre la mitad y 90 por ciento de su valor bursátil. Pese a su delincuencia global, Goldman Sachs ha perdido más de la mitad de su valor.

A consecuencia de la aparatosa quiebra de MF Global, la octava mayor en la historia de EU y que había apostado a la recuperación de los bonos italianos, el economista Nouriel Roubini alertó sobre una catástrofe de GS (Russia Today, 8/11/11) y su efecto dominó en Wall Street, al unísono de la erosión de la eurozona. Ahora se entiende la desesperación de GS en defenestrar a los gobernantes democráticos de Grecia e Italia e instalar tecnócratas fiscalistas en el poder con el fin de rescatar sus gigantescos créditos bancarios.

Stephen Foley, del periódico británico The Independent (18/11/11), reseña la conquista de Europa por GS, lo cual pone en tela de juicio toda la semántica eviscerada de la nueva democracia cuando el recién ungido gobernador del Banco Central Europeo (BCE), el italiano Mario Draghi (MD, fue ejecutivo de GS, así como los flamantes primeros ministros de Italia, Mario Monti, y de Grecia, Lucas Papademos, quienes también fueron sus empleados menores: Se impone (sic) en el gobierno a tecnócratas sin elegir, y se suspenden las reglas normales (sic) de la democracia y quizá de la democracia misma. Y al colocar a un anterior ejecutivo de GS a cargo de un país occidental, se lleva a nuevas alturas el poder político (sic) de un banco de inversiones que es considerado prohibitiva y políticamente tóxico (¡supersic!), lo cual representa la culminación exitosa del Proyecto (sic) GS.

En forma perturbadora, Foley señala que el BCE, otro jugador crucial del drama de la deuda soberana, se encuentra bajo la férula de un anterior ejecutivo de GS cuyos alumnos (sic) gozan de enorme influencia en los corredores del poder de casi cada (sic) país europeo, como lo hicieron en EU durante la crisis financiera.

Por cierto, Draghi, anterior miembro del Banco Mundial y ex director ejecutivo de la rama internacional de GS, ha sido criticado severamente por haber colaborado en los trucos contables de Italia para acceder artificialmente a la eurozona.

Hasta la división europea del FMI era dirigida por un hombre de Goldman, el portugués Antonio Borges, quien acaba de dimitir por razones personales.

Foley cita a Simon Johnson, ex economista en jefe del FMI y autor del libro Los 13 banqueros –que hemos recomendado ampliamente– quien arguye que GS y los otros grandes bancos se han vuelto tan cercanos al gobierno en el manejo de la crisis financiera, que EU se ha convertido efectivamente en una oligarquía. Johnson aduce que con los masivos rescates gubernamentales se trata de salvar a los bancos ante todo.

Otmar Issing, miembro del Bundesbank alemán y del BCE, además de ser uno de los arquitectos del euro, es parte de las dos docenas de poderosos consejeros internacionales de GS.

Otro personaje detectado es Peter Sutherland, procurador general de Irlanda, quien acabó de puente entre Royal Bank of Scotland y GS.

Otro hombre de Goldman, Petros Christodoulou, se encuentra hoy a cargo del pago de la deuda del gobierno griego.

Según Foley, GS cuenta con 2 millones de millones de dólares (trillones en anglosajón) de seguros (sic), que incluyen una cantidad oculta (¡supersic!) de la deuda de los países de la eurozona. La alternativa es una segunda crisis financiera, un segundo colapso económico.

Los seguros especulativos de GS son los ominosos CDS, que equivalen al PIB de Brasil: una bomba de tiempo a punto de explotar que llevaría al planeta entero a su naufragio financierista.

Conclusión: a GS, el brazo financierista armado de EU, le importa un comino rescatar a los países cuando lo primero que busca, tras haber debilitado precariamente al euro, es salvarse a sí mismo mediante la bancocracia que ha instalado en Europa. El Proyecto GS, a juicio de Foley, consiste en controlar estrechamente al gobierno. Más allá de su pernicioso cabildeo para conseguir exenciones fiscales, GS proporciona consejo (sic) a los gobiernos a quienes provee financiamientos, además de colocar a su gente en el servicio público, lo cual imposibilita diferenciar entre el interés público y el interés de GS. ¿Cuál es la novedad? En México ya padecimos la delincuencia financiera de GS con el síndrome Fobaproa/IPAB, fraguado por los hermanos Werner Wainfeld (Martín y Alejandro): gran negocio financiero circular de espoliación nacional para controlar definitivamente a los países y poner en jaque sus joyas estratégicas previo al mate neoliberal de enajenación catastral.

Alfredo Halife Rahme
La Jornada

viernes, 25 de noviembre de 2011

¿Un golpe de Estado en la Unión Europea?

¡Las demandas de los trabajadores de la Unión Europea de salarios y condiciones de trabajo mejores , pensiones generosas, largas vacaciones y permisos cuando sean necesarios deben controlarse! ¡Ya está bien!

Demos gracias a que la Comisión Europea tiene las respuestas. Pronto el modelo neoliberal será irreversible y todos los advenedizos pretenciosos tendrán que callarse para siempre. Ya es hora. En una maniobra brillante, la Comisión ha aprobado un paquete de medidas, un ‘sexteto’ que sugiere fiestas donde fluye la cerveza libremente. Este ‘sexteto’ es bastante más austero y concederá a la Comisión una influencia sin precedente en los asuntos de los estados miembros.

En una votación ajustada el 28 de septiembre de 2011, el Parlamento Europeo aprobó la propuesta de la Comisión, una toma del poder de gran alcance que menoscaba la capacidad de los países de fijar y gestionar sus propios presupuestos y deudas soberanas. A partir de ahora, el Parlamento y el Consejo -y, naturalmente, la Comisión supervisa el proceso- podrán obligar a los gobiernos a cumplir las recomendaciones del Tratado de Maastricht, también conocido por el Pacto de Estabilidad y Crecimiento, poco respetado en los últimos tiempos. A partir de 2005 este Pacto parecía una reliquia pintoresca. Pero ahora, gracias al ‘sexteto’, no se tolerarán ningún déficit mayor del 3% ni una deuda nacional mayor del 60% del PIB. Lo que necesitan los pueblos, que no se equivoquen, es una severa disciplina.

A partir de 2012, los parlamentarios europeos y el Consejo diseccionarán los presupuestos nacionales antes de que los parlamentos nacionales los puedan ver. Si los países no reducen sus deudas lo suficientemente deprisa o se niegan a aceptar las ‘sugerencias’ de Bruselas, se impondrán las medidas. En caso de terquedad por parte de los Estados miembros, el castigo puede llegar a tener que depositar o perder el derecho al 0,01, 0,02 y hasta el 0,05% del PIB del país; todo depende de cómo se juzga el delito. Por ejemplo en el caso de Francia, con un PIB de aproximadamente 1.900 billones de euros (2.600 billones de dólares), la Comisión podría exigir un depósito o multa de alrededor de 20 o 40 billones de euros, o hasta 100 billones de euros si la Comisión aplicara la sanción de 0,05% del PIB.

Fiel a sus habituales métodos de callada eficiencia, se aprobaron estas medidas del ‘sexteto’ permanentes sin apenas un murmullo durante todo el procedimiento de aprobación; hubo poco debate y prácticamente ninguna implicación ciudadana. La mayoría de los europeos no tiene la menor idea de que esto ha ocurrido y mucho menos de que sea una agresión tan salvaje a la capacidad de gobierno de sus países. Gracias a esta legislación, podemos contar con el poder duradero de la doctrina neoliberal en toda Europa, sobre todo en la zona euro, a medida que los diputados elegidos sean sustituidos por personas nombradas que no tienen que rendir cuentas y despojen a los primeros del derecho de elaborar sus propios presupuestos.

Este ‘sexteto’, gracias también a la mayoría europarlamentaria de derechas, está ahora firmemente implantado y será difícil, si no imposible, de revocar. En cualquier otro lugar, quizá se hubieran escuchado acusaciones de un masivo golpe de Estado contra los gobiernos de los Estados miembros y los pueblos. Pero hasta el momento, todo está tranquilo en el frente de la UE.

Simultáneamente, la Comisión alienta a los Estados miembros a cumplir otra parte del escenario neoliberal mediante una variedad de directivas que aseguren jornadas y vidas de trabajo más largas y la alineación de salarios y prestaciones sociales al denominador común más bajo. Este proceso puede ser más lento pero también será realzado por el ‘sexteto’.

El Tribunal de Justicia de la Unión Europea colabora en este segundo objetivo, en particular al obligar en cuatro sentencias a trabajadores a aceptar salarios de inferior nivel, incluso cuando trabajan en países con leyes que protegen a los trabajadores, tales como Suecia o Finlandia.

Hay que admirar la habilidad de la Comisión para la discreción y para hacer las cosas sin contrariar innecesariamente a los ciudadanos de los Estados miembros o sus parlamentos nacionales. La aparente complejidad técnica de las medidas y el proceso de implantación contribuyen a mantener el silencio, aunque estas medidas son en realidad bastante sencillas (y, además, llevan huellas alemanas por todas partes).

Mientras tanto los medios de comunicación europeos, mayoritariamente neoliberales, no ven la controversia en lo que ocurre entre bastidores en Bruselas y ayudan a tapar la protesta, hasta que sea demasiado tarde para la intervención de los ciudadanos. Todo esto significa mayores victorias futuras para el neoliberalismo y el fracaso de las economías europeas, es decir el fracaso del 90% del pueblo. El 10% restante estará bien. No hay que preocuparse. Martin Wolf parafraseó a Tácito en The Financial Times para describir la situación europea: “Ellos crean un desierto y lo llaman estabilidad”.

Fuente: Transnational Institute
Rebelión
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=139292
Traducido por Christine Lewis Carroll

jueves, 24 de noviembre de 2011

El referéndum y sus enemigos

Las élites políticas y financieras que gobiernan Europa han decidido que no tolerarán ninguna consulta o elección que pueda escapar a su control. Lo han dejado claro en Grecia al forzar la dimisión de Papandreu; en Italia, imponiendo al Gobierno tecnócrata de Monti; e incluso en España, rindiendo de antemano al nuevo Gobierno a los designios de la prima de riesgo. Este veto oligárquico tiene otras expresiones. Hay una muy notoria: la demonización del referéndum, una de las pocas vías institucionales a través de la cual la ciudadanía podría llegar a imponer una respuesta distinta a la que las élites están dispuestas a aceptar. 

En el discurso dominante, el referéndum aparece como la quintaesencia de la manipulación y de la democracia plebiscitaria. Esta caracterización rotunda no es del todo arbitraria. Es innegable que el referéndum encierra peligros plebiscitarios. También que corre el riesgo de convertirse en un simple mecanismo de ratificación de decisiones previamente adoptadas desde arriba sin debate alguno. Una pregunta que sólo admite un sí o un no por respuesta puede ser un instrumento de manipulación en manos del poder de turno. Quien pregunta decide el contenido de la consulta y prefigura, en parte, la respuesta. Ahí están, para constatarlo, los plebiscitos de Mussolini o de Franco, en los que el líder obtiene el asentamiento de las masas en la plaza, sin posibilidad de confrontación plural e informada de ideas. Pero también consultas como la de la OTAN, que el PSOE instrumentalizó de forma burda para justificar su cambio de posición en la materia.

Cuestión diferente es que estos usos espurios basten para negar al referéndum toda su potencialidad como vía de participación ciudadana. En muchos de ellos, en rigor, la pregunta diseñada desde el poder acaba por escapar a su control, como en el aprendiz de brujo. La sola exigencia de un tiempo para el debate permite la irrupción de voces marginadas o infrarrepresentadas que acaban incidiendo en la decisión final. A pesar de sus pretensiones plebiscitarias, el referéndum de la OTAN no pudo impedir la movilización de posiciones pacifistas y antimilitaristas que calaron hondo en la opinión pública. Y lo mismo en el caso de Europa. Muchas consultas organizadas por las élites para legitimar decisiones económicas o políticas controvertidas terminaron por estrellarse contra opiniones públicas informadas que se tomaron en serio las preguntas realizadas. En Suecia y Dinamarca, la ciudadanía rechazó el euro en varias ocasiones. Y en Francia, Holanda o Irlanda, el férreo consenso mediático, partidista y empresarial no bastó para neutralizar los argumentos de las ilustradas campañas contra el Tratado constitucional o el Tratado de Lisboa.

Es verdad que cuando una pregunta no es clara o unívoca la respuesta puede prestarse a interpretaciones arbitrarias. Las élites financieras y políticas europeas, por ejemplo, se complacen en leer cualquier crítica al euro o a las grandes líneas económicas del proceso de integración como un reflejo principalmente nacionalista, xenófobo o populista. Esta interpretación sesgada les ahorra afrontar una realidad más amarga: el creciente rechazo que las recetas neoliberales de ajuste generan entre la población europea, comenzando por los jóvenes y las clases populares. Pero les permite, una y otra vez, deslegitimar al referéndum como herramienta democrática o forzar su repetición en caso de que sea inevitable convocarlo y los resultados no se ajusten a sus intereses.

A veces, esta manipulación ha sido conjurada gracias a la obstinación popular. En Islandia, la ciudadanía ratificó su decisión de no pagar la deuda ilegítima de la banca, a pesar de la enorme presión externa. En Eslovenia, se negó a aceptar el aumento de la edad de jubilación como pieza del programa de ajuste impuesto por la UE. Y en Italia, cerró el paso a la privatización del agua, al regreso de la energía nuclear o a la inmunidad de Berlusconi. En este último caso, esto fue posible precisamente gracias a la configuración jurídica del referéndum, que permite que sea una fracción de la ciudadanía quien pueda impulsar la pregunta que luego ha de someterse a consulta.

Las razones del referéndum de Papandreu no eran claras. Seguramente pensaba que podía ganar la consulta sobre el plan de rescate y aplacar, de esa manera, la asfixiante presión de la calle. Pero Alemania, Francia y los grandes inversores decidieron no asumir riesgos. En pocas horas, forzaron su dimisión y lo convirtieron en un monigote “populista” incapaz de entender que hay cuestiones “técnicas” sobre las que el común de los mortales no debería ser consultado. El secretario de Estado para la UE, Diego López Garrido, aportó la cuota ibérica al coro de censores. Justificó el golpe con la improvisada tesis de que los referendos sólo podían convocarse si entrañaban reformas constitucionales. Todo ello a pocas semanas de que su partido y el PP pactaran una modificación inconsulta del texto de 1978 para saciar la voracidad de los acreedores.

Detrás del argumento de Merkozy y la troika no hay sutilezas. Es esto o la furia de los prestamistas. El asalto de los tecnócratas y la rendición del principio democrático o el ascenso febril de la prima de riesgo. Hasta ahora, el chantaje ha funcionado con cierta eficacia. Pero a medida que la precarización y la recesión avanzan, pierde fuerza. Los indignados europeos lo han entendido. Por eso, a los intentos de demonizar el referéndum o de instrumentalizarlo desde arriba, han comenzado a oponer la necesidad de consultas basadas en una lógica distinta: participativa y deliberativa, no plebiscitaria. Estas consultas permitirían discutir sobre lo que hoy no se discute. Como el sentido de seguir pagando deudas ilegítimas, no contraídas por la mayoría, que están conduciendo a su ruina. O de un corsé monetarista que sólo exige ajustes e impide la construcción de una Europa solidaria. Plantear estas cuestiones es esencial para rescatar a la democracia de una oligarquía ciega y sin límites. Y si no lo hacen las instituciones, es lógico que tarde o temprano acabe haciéndolo la calle.

Gerardo Pisarello y Jaume Asens son juristas y miembros del Observatorio de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de Barcelona

miércoles, 23 de noviembre de 2011

El banco central que no quería serlo

La destrucción de la unión monetaria europea no es resultado de una inverosímil combinación de factores improbables. Es la consecuencia lógica de un diseño equivocado y de un modelo económico fracasado.
 
Lo único que puede salvar al euro es la intervención directa del Banco Central Europeo (BCE) para apuntalar la deuda de los países de la unión monetaria en su calidad de prestamista de última instancia. Pero eso va en contra de la letra del Tratado de la Unión Europea (art. 101) que prohíbe al BCE comprar directamente bonos de países miembros.

Es cierto que el BCE ha estado interviniendo en el mercado secundario de deuda soberana desde mediados de 2010. Para evitar incrementar la base monetaria, ha procedido a operaciones de esterilización. Esta intervención indirecta le ha permitido dar la vuelta a los tratados y dar un respiro a países como España e Italia.

Sin embargo, la polémica subsiste. El país clave en esto es Alemania, donde impera el dogma de que la única función del banco central es la lucha contra la inflación. Como si la inestabilidad financiera no fuera importante. Además, la mayoría de los líderes políticos alemanes considera absurdamente que respaldar la deuda italiana equivale a transferir riqueza a los vecinos indolentes del Mediterráneo. También piensa que la presión de los mercados financieros es la única forma de obligar a estos países irresponsables a caminar por la senda de la virtud presupuestaria. Por estos prejuicios es probable que el BCE nunca adopte el papel de prestamista de última instancia que requeriría el salvamento del euro. Renunciar a esta función es casi equivalente a renunciar a ser banco central.

Cuando la crisis comenzó a golpear a los bancos europeos a finales de 2008, el BCE inyectó fuertes cantidades de liquidez al sistema bancario para respaldar a los bancos europeos. Pero cuando el peso de la crisis se trasladó a los bonos soberanos en 2011, el BCE no mostró el mismo entusiasmo para intervenir. Anunció que haría intervenciones puntuales en los mercados de deuda soberana, pero que estas operaciones le repugnaban y las terminaría tan pronto fuera posible. Es como si Patton hubiera declarado voy a la batalla, pero no utilizaré mi artillería y retrocederé lo antes posible.

El Banco Central Europeo estuvo dispuesto a desempeñar el papel de prestamista de última instancia en el sector bancario, pero no quiere hacerlo en el mercado de bonos soberanos. Por ese motivo se creó el Fondo europeo de estabilidad financiera (FEEF), instrumento que no tiene los elementos de que dispone el BCE y nunca los tendrá. Ahora que fracasó el plan para aumentar los recursos del FEEF a través del apalancamiento, las cosas han quedado claras: no hay prestamista de última instancia.

Uno de los grandes problemas en la construcción del euro es que los gobiernos de la eurozona pueden emitir deuda en una divisa que no controlan. Es como si emitieran deuda denominada en la divisa de una potencia extranjera. Este es el problema de cualquier unión monetaria. Esto significa que un país miembro de la unión monetaria no puede garantizar que siempre tendrá la liquidez necesaria para solventar sus pagos.

Los gobiernos que no forman parte de la unión monetaria pueden emitir deuda en su propia divisa. Desde esa perspectiva, siempre pueden garantizar que tendrán la liquidez necesaria para enfrentar sus compromisos de deuda soberana. El banco central en estos países que mantienen su soberanía monetaria puede fungir como prestamista de última instancia en el mercado de bonos de esos gobiernos.

Claro que los tenedores de bonos de esos países tienen que enfrentar el riesgo de que la moneda en la que se les va a reembolsar esté devaluada por la inflación. En ese sentido, el país deudor también tiene el recurso de reducir la deuda a través de la inflación. En contraste, insertado en la unión monetaria y sin un verdadero banco central a quien recurrir, el único camino para el deudor es la recesión y el desempleo.

Sin prestamista de última instancia, los gobiernos de la eurozona han quedado a merced de los mercados financieros. Aquí hay círculos viciosos desagradables y una gran volatilidad. Si los agentes financieros piensan que un gobierno puede pagar, mantienen bajas las tasas de interés. Por el contrario, si piensan que no podrá pagar, la prima de riesgo será muy alta y el costo financiero de la deuda terminará por hacerse insoportable. Las profecías de los agentes financieros llevan implícitas las condiciones de su cumplimiento. Lo único que puede frenar la dinámica perversa de estos mercados es un banco central capaz de desempeñar la función de prestamista de última instancia.

En la construcción del euro se rompió el vínculo entre la política fiscal y la monetaria. Además, los miembros de la unión monetaria depositaron su soberanía monetaria en una entidad que rehúye el desempeño de su función más importante. Hoy es lógico que la moneda común esté amenazada.

Alejandro Nadal
La Jornada

domingo, 20 de noviembre de 2011

Europa y la libra de carne para el capital financiero

Alemania, Países Bajos y Luxemburgo, en Europa Occidental, más Finlandia, Estonia y Polonia son los únicos países de la Unión Europea (UE) que –todavía– no tienen el agua al cuello. La burbuja de las hipotecas tóxicas en Estados Unidos golpeó fuertemente a los bancos europeos que, a su vez, fomentaron irresponsablemente la toma de créditos por los países de la UE y absorbieron en cambio bonos basura.
Ahora, cuando el crecimiento del producto bruto interno en el último trimestre es ínfimo en muchos grandes países (0.5 en Estados Unidos, 0.4 en Francia y España, 0 en Italia) o sea, cuando los respectivos Estados ven disminuir los ingresos per cápita de sus habitantes y no tienen los recursos para crecer, los servicios de la deuda les resultan insoportables. El dúo Merkozy (Merkel más Sarkozy) propone dar a los países europeos en situación crítica mayor más préstamos pero controlando sus respectivas economías y reduciendo otro poco sus soberanías. Y el capital financiero internacional, como Shylock, el Mercader de Venecia, quiere cobrarse directamente la libra de carne ofrecida como garantía por los deudores y pone directamente en los gobiernos de sus víctimas, como en Grecia, o en Italia, a sus hombres de confianza.

En efecto, el presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, el primer ministro griego Lukas Papademos y su colega italiano, Mario Monti, no sólo son grandes banqueros sino que trabajaron todos con Goldman Sachs, uno de los grandes culpables de la crisis mundial. Además, por las dudas, Mario Monti, el banquero hijo de banquero, profesor de neoliberalismo, será controlado directamente mediante viajes a Roma de Angela Merkel y de Nicolas Sarkozy.

Bajo la apariencia de gobiernos técnicos aparecen así los gobiernos de los banqueros y los hombres del gran capital, sin mediación de los políticos. Bajo el disfraz de gobiernos no partidarios se despliega abiertamente la política de ajuste del FMI y del Banco Mundial y la ofensiva general del capitalismo y de la derecha contra los salarios directos e indirectos (servicios, educación, sanidad, pensiones, obras públicas) y contra los elementos de resistencia de los trabajadores, como los sindicatos, las cooperativas, las mutuales y otras asociaciones solidarias. En defensa de una tasa de ganancia, amenazada por las políticas del mismo capital, se intenta imponer en Europa un retroceso social al periodo anterior a la Segunda Guerra Mundial, sacando provecho de que la resistencia es reducida porque el llamado socialismo real se encargó de desprestigiar al socialismo en mayor medida aún que la socialdemocracia que reconstruyó el capitalismo en la posguerra y, por lo tanto, la protesta no está animada por la esperanza en una alternativa creíble y, mucho menos todavía, por organizaciones anticapitalistas.

En una crisis sistémica como es la actual los socialistas revolucionarios se cuentan con los dedos y la Europa del capital puede legítimamente esperar que China, ex colonia, ayude a sus ex colonizadores y, ex comunista, sostenga al capitalismo mundial con sus políticas y con sus capitales. Si después de la guerra Palmiro Togliatti y su Partido Comunista Italiano, estalinista, ingresó en un gobierno de la Democracia Cristiana respaldado por Washington para reconstruir el capitalismo, sus epígonos, los liberaldemócratas del Partido Demócrata dirigido por Pier Luigi Bersani, apoyan un gobierno del capital financiero internacional que buscará destruir las bases de los sindicatos, reducir los salarios y el empleo, privatizar todo lo que sea posible para concentrar aún más la riqueza, acabando con la independencia italiana.

Monti llevará a cabo la misma política de Berlusconi pero con una cara austera de banquero que, hasta ahora, ha logrado convencer tanto a los ex comunistas del Partido Demócrata y a los ex radicales de izquierda de Sinistra, Ecología y Libertad (Vendola), al igual como a los patrones italianos reunidos en la Confindustria, al Vaticano y a la parte de la mafia que forma parte del capital financiero del país y está entrelazada con el gobierno y el Estado. Monti está ampliando y blanqueando el bloque social que apoyaba al Cavaliere. 

Los italianos o los griegos no pudieron expresarse sobre cómo salir de la crisis que les había sido impuesta ni en elecciones ni en un referéndum. Quien decidió fue el aparato de la UE, al servicio del capital financiero, que impuso nuevamente la dictadura del capital pisoteando la idea misma de la democracia y las constituciones soberanas.

La indignación es pues legítima y comprensible y, sin ella, no hay acción posible. Pero no basta. Para cambiar las cosas se necesitan ideas y propuestas claras, creíbles y movilizadoras. Y, sobre todo, es necesario que esas ideas den confianza a los trabajadores en la producción –que es la base del capitalismo– de que se puede y se debe imponer un programa alternativo, democrático y social, en el camino a una salida anticapitalista de la crisis y para el reordenamiento de la economía.

Ahora bien, los indignados, generosos y combativos, pertenecen a las clases medias, pero los trabajadores industriales –en parte por temor al desempleo, en parte porque un sector de ellos sigue direcciones racistas, xenófobas (como Le Pen en Francia o la Liga Norte en Italia) y aún no se oponen al capitalismo–. Hay, por consiguiente, una batalla ideológica por librar, basada en la anulación de la deuda capitalista y su desconocimiento, aunque eso lleve a salir de la UE, a la expropiación de los bancos y de las grandes empresas y al monopolio estatal del comercio exterior y de los cambios, para evitar la fuga de capitales; a un plan general de empleos que incorpore a la plantilla a todos los precarios y reduzca la desocupación; la organización de los desocupados para planificar los trabajos necesarios y posibles e imponerlos. Las minorías socialistas podrán crecer si, sin sectarismos, unen a los trabajadores de cualquier origen tras convencerles de que la alternativa es el salto adelante: lo demás es un retroceso histórico.

Guillermo Almeyra
La Jornada

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Europa: una orquesta desafinada

A finales de octubre, los gobernantes de la Unión Europea se reunieron en Bruselas con la intención expresa de tomar medidas de largo alcance para enfrentar la crisis de deuda en la zona. Sus acciones antes, durante y después de la reunión pintan un precario panorama para el futuro de Europa. Desacuerdos continuos, propuestas vacuas, perturbaciones políticas en Grecia e Italia y renuencia general a hacerse cargo plantean una serie de preguntas alarmantes. ¿Quién es responsable de mantener unida a Europa? Y la actual arquitectura institucional ¿es parte de la solución, o del problema?

La orquesta europea
Las metáforas son amigas inseparables del científico social, pues ofrecen claridad a complejos sistemas y estructuras. Así ocurre con los observadores de la UE, en particular cuando se refieren a sus confusas instituciones y sus procedimientos de trazo de políticas. Una de las metáforas más antiguas equipara a la UE con una orquesta talentosa, cuyos sonidos independientes se combinan bajo la visión de un director bien organizado. Durante décadas así pareció ser; hoy el paralelismo es menos claro.

La irresponsabilidad de los encargados de las políticas en Grecia, Irlanda, Italia, Portugal y España reveló que algunos miembros llevaban mucho tiempo tocando su propia tonada; de hecho, muchos continúan haciéndolo. El rechazo inicial de Eslovaquia a un fondo de rescate impuesto y el ascenso del europesimismo en la política británica dominante ilustran de distinto modo una cada vez menor disposición a cooperar hacia un bien común europeo. Las estrategias sobrepuestas y conflictivas de rescate de los estados miembros y de las instituciones de la UE demostraron que la visión de este bien común no se entiende igual en todas partes: el fatal (y fallido) proyecto del primer ministro griego Giorgios Papandreou de someter a referendo el plan del 26 de octubre es un ejemplo revelador. Y el ascenso de la canciller alemana Angela Merkel como artífice efectiva (aunque ad hoc) del rescate continúa planteando dudas acerca de quién está a cargo.

Músicos, directores y partituras
Varios factores explican estas crisis de unidad y liderazgo. El primero se refiere a los líderes nacionales: los músicos, según la metáfora. Conforme los efectos de la contracción económica se distribuían de manera desigual entre los estados miembros de la UE, los gobernantes individuales han ido perdiendo euroeuforia. La mayor integración ha traído consigo una disminución de ganancias, y se ha vuelto más difícil resolver cuestiones de políticas nacionales en el escenario europeo. Además, las políticas requeridas para salvaguardar la zona euro de la crisis inminente parecen irreconciliables con las necesarias para aplacar a los electores en tiempos de adversidad económica. Esto puede explicar por qué los jefes de Estado se sienten menos entusiastas de encabezar o colaborar en un plan de rescate que tendrá duras implicaciones a corto plazo.

Sin duda, el euro-optimismo es difícil de vender en estos días, en particular para aquellos gobernantes cuyo mandato es en definitiva menos estable. Papandreou ya perdió el empleo por no lograr equilibrar las presiones internas y las europeas: tarea casi imposible, hay que reconocerlo. Silvio Berlusconi ha caído en Italia, y en España José Luis Rodríguez Zapatero se enfrenta también a la creciente falta de confianza de los ciudadanos. Y el presidente francés, Nicolas Sarkozy, cuyo país se encuentra mucho más saludable que sus vecinos del sur, debe también hilar delgado y procurar que la provisión de fondos de rescate sea suficiente para salvar a los bancos franceses de la sobrexpuesta deuda griega, pero no tan fuerte que obligue a Francia a sacrificar más de lo absolutamente necesario. Sarkozy retrocede en las encuestas de opinión y tiene enfrente una dura batalla electoral contra el Partido Socialista en 2012, si decide postularse.

Las instituciones europeas representan un obstáculo adicional. Como plataformas para la toma intergubernamental y supranacional de decisiones, ofrecen la mayor posibilidad de acción coordinada y liderazgo; sin embargo, el número absurdamente grande de puestos presidenciales ha vuelto redundantes sus servicios y minimizado sus capacidades de dirigir con efectividad. El confuso enredijo de élites institucionales que participó en la reunión de emergencia del 26 de octubre fue bastante revelador: estaban José Manuel Barroso (presidente de la Comisión Europea), Jerzy Buzek (presidente del Parlamento Europeo), Herman Van Rompuy (presidente del Consejo Europeo), el primer ministro polaco, Donald Tusk (cuyo país tiene una presidencia rotatoria adicional del consejo), Jean-Claude Trichet (entonces presidente del Banco Central Europeo) y Jean-Claude Juncker (presidente del Eurogrupo, de 17 miembros). No es sorprendente que esta sobreabundancia de líderes empantanara la coherencia de la dirección a nivel de la UE, en particular cuando cada institución tiene sus propias preferencias en políticas.

Los tratados de la UE ofrecen aún menos ayuda en este frente. Por ejemplo, conceden mínimos poderes fiscales y monetarios a las instituciones orientadas a la integración, como la Comisión y el Parlamento europeos. En otros campos, la comisión goza de facultades privilegiadas para establecer la agenda, en tanto el Parlamento es colegislador con los estados miembros. En contraste, la política monetaria cae bajo la autoridad exclusiva del Banco Central Europeo, cuyos consejo de gobierno y junta ejecutiva están obligados por tratado a tomar decisiones con independencia de la Comisión, el Parlamento y los estados miembros. Sin embargo, los gobiernos nacionales tienen un grado ligeramente mayor de influencia, pues seleccionan a los gobernadores de sus bancos centrales, los cuales forman parte del consejo de gobierno del BCE y designan por mayoría calificada a los miembros de la junta directiva, proceso en el cual el Parlamento tiene sólo función de consultor. El trazo de la política fiscal también está fuera del alcance de las instituciones y se mantiene delegado a los estados miembros (excepto los que se han visto obligados a aceptar programas de ayuda). Sólo sale al escenario europeo durante las reuniones coordinadas con los ministros de Finanzas de la UE y (para los países de la zona euro) vía normas definidas por el ahora vilipendiado Pacto de Estabilidad y Crecimiento, en el cual la Comisión y el Parlamento tienen pocos poderes sustantivos.

En segundo lugar, los tratados ofrecen pocos lineamientos sobre la división del trabajo entre las instituciones de la UE y los estados miembros cuando ocurre una crisis monetaria y fiscal en Europa. Esto se vuelve problemático, pues los actores deben dividirse estas responsabilidades sobre la marcha, lo cual es una tarea desafiante: hasta la orquesta más talentosa tendría dificultad para escribir una melodía al mismo tiempo que la ejecuta.

Recuperar la armonía
Lo anterior no necesariamente significa que Europa esté destinada a la desunidad inmediata. Tres escenarios pueden dar la dirección del grupo, aunque sólo uno parece factible. Primero, los líderes nacionales podrían hacer un mayor esfuerzo de colaboración para ir más allá de las propuestas incompletas e insuficientes delineadas en el plan de rescate del 26 de octubre. Esta posibilidad, desde luego, sigue siendo remota, pues requeriría asumir sustanciales riesgos individuales y probablemente pondría en peligro sus posiciones ante electores y gobiernos. Una segunda opción es que la Comisión y el Parlamento europeos asuman funciones más fuertes en materia fiscal y monetaria. También esto es improbable, porque requeriría engorrosas revisiones de tratados que los estados miembros nunca apoyarían. Un escenario final es que el BCE participe en forma más directa en el proceso de rescate, ofreciendo una voz europea única entre un coro de propuestas descoordinadas de los líderes nacionales. Éste no es un resultado imposible; de hecho, pronto podría llegar a ser la única opción disponible para evitar un colapso financiero en gran escala. Pero también sigue siendo un tema complejo y potencialmente histórico, pues requeriría que los estados miembros (Alemania en primer lugar) concedieran al BCE mayor libertad en su influencia sobre política fiscal, lo cual incluiría el permiso para emitir eurobonos o, más probablemente, una expansión sin precedente de su balance (más allá del actual nivel de intervención) para adquirir la deuda soberana de Italia y España, que nadie desea.

El tiempo dirá si el BCE puede expandir su influencia en forma voluntaria y creíble, y las acciones de Mario Draghi, su nuevo presidente, serán un factor crítico en este aspecto. Entre tanto, la orquesta europea continuará desafinada, con los 17 miembros de la zona euro haciendo el ruido más estridente.

Fuente: EIU (Economist Intelligence Unit)
La Jornada
Traducción de textos: Jorge Anaya

martes, 15 de noviembre de 2011

¿A quién sirve el euro?

Ya no cabe duda sobre el talante antidemocrático de la UE. La propuesta de Papandreu de preguntar a sus conciudadanos si aceptaban vivir en austeridad espartana para poder pagar en euros desencadenó una tormenta financiera y política que entre amenazas e improperios de Merkozy y Cameron provocó la crisis del Gobierno griego y puso al país patas arriba.

¿Qué hay de malo en que la gente decida sobre su salud, su educación y su empleo? ¿Son temas demasiado complejos para el populacho? No exageren, que algunos tenemos más estudios que los mandamases. Con algunos colegas me comprometo a explicar clarito a los ciudadanos de qué va el euro y su crisis y a quiénes benefician y perjudican y cuáles son las distintas opciones posibles, incluida el repatriar al euro a Bruselas. A condición naturalmente de tener la misma información que se reservan financieros y gobernantes. El problema no es de complejidad, sino de democracia. A lo que más temen los políticos en estos momentos es aque los ocupen, a que les arrebaten ese poder delegado que mantienen mediante un mecanismo controlado de elecciones entre opciones encerradas dentro de límites sistémicos y legitimadas mediáticamente. Un referéndum, sin ser una forma perfecta de decisión popular, abre el abanico de posibilidades, siempre y cuando sea limpio. Había que ver a asesores políticos europeos aconsejando que si se hacia el referéndum se hiciera con una pregunta inteligente, o sea sesgada hacia lo que conviene. Hay, profundamente, arrogancia elitista y repulsión hacia la voluntad popular, por mucho que se disimule. Porque aunque se equivocara el pueblo, tiene derecho a hacerlo. Ya pasó el tiempo de los que nos salvaban porque no sabíamos lo que hacíamos.

En realidad no se trata de salvar al pueblo, sino de salvar al euro, como si esto fuera equivalente. ¿Por qué tanto interés? ¿Y de quién? Porque diez de los veintisiete miembros de la UE viven sin euro y algunas de sus economías (Reino Unido, Suecia, Polonia) son mucho más sólidas que la media de Unión. Defender el euro hasta el ultimo griego es la primera línea de defensa para una moneda que está condenada porque expresa economías divergentes y no tiene un estado que la respalde.

Con Portugal e Irlanda en la UVI, España en la cuerda floja y una Italia en permanente crisis política y endeudada hasta las orejas de su histriónico ex líder, la franco-germana defensa del euro tiene otras explicaciones que la historia de terror que nos cuentan sobre la catástrofe financiera que ello implicaría con efectos devastadores en nuestro cotidiano como si la vida dependiera de la bolsa. La primera razón es obvia: salvar a los bancos, sobre todo alemanes y franceses, que prestaron sin garantías a Grecia y demás PIGS mediante la manipulación de cuentas que, al menos en el caso de Grecia, hizo la consultoría de Goldman Sachs (Por cierto, debe ser simple casualidad que Draghi, el flamante nuevo presidente del BCE también fuera empleado de Goldman Sachs).

De entrada ya tienen que olvidarse del 50% de la deuda de Grecia, aunque no está claro quién acabará pagándola. Pero el otro 50% lo tienen que sacar de la sangre, sudor y lágrimas de los griegos, prestándoles nuestro dinero, para que el impago no quede impune. Si Grecia denunciara la deuda, como hizo Islandia a quien le va tan ricamente, un dracma devaluado en 60% haría impagable el resto de la deuda. Más aun, el efecto contagio en mercados financieros llevaría al impago de gran parte de la deuda soberana, llevando a la quiebra a los bancos que se aprovecharon del euro para prestar sin solvencia.

O sea, se trata de salvar a unos bancos concretos y, en términos más amplios, evitar una nueva crisis del sistema financiero. Se quiebran países para no quebrar bancos. ¿Pero por qué se hace? Al fin y al cabo, los Merkozy no son empleados de banca. Tienen sus intereses políticos, de país y personales. Alemania es la que realmente necesita que el euro sea la moneda europea y que sus socios no puedan devaluar. Porque el modelo de crecimiento alemán es en realidad el chino: crecer mediante exportaciones favorecidas por una moneda subvalorada y reducir salarios (reducción del 2% en términos reales en el último quinquenio). Si hubiese un euro-marco fuerte, Alemania perdería mercados en Europa y competitividad respecto a exportaciones españolas o italianas. Pero hay otra dimensión político-personal: tanto Merkel como Sarkozy necesitan establecer su liderazgo europeo tanto por razones de política interna como por proyecto de grandeza nacional que se tiene que disfrazar de europeo para no despertar viejos fantasmas. ¿Y las otras élites políticas europeas? Algo semejante ocurre, su importancia personal y de país se realza siendo cola del león europeo porque la ratonez de su ámbito les viene estrecha. Sentirse europeos, en un mundo en tránsito desde Norteamérica a Asia, les da la impresión de ser algo más que productos aldeanos del aparato de partido que tanto desprecian.

¿Y nosotros en todo esto? Cierto que el desbarajuste financiero que ocasionará (no hay errata de tiempo de verbo) el advenimiento de la euro-peseta causará problemas de transición en la economía y en nuestros bolsillos, en condiciones que dependen de cómo se produzca la transición. Pero se recuperaría la soberanía de política económica, se ajustaría la realidad monetaria y financiera a la economía real, se incrementaría la competitividad, ganando mercados externos e internos, habría una explosión de turismo que sería a precios de ganga. Se podría reactivar la economía emitiendo moneda. Y por tanto se incrementaría el empleo. Porque lo esencial es crecer, no flagelarse. Claro: habría inflación. Pero es la mejor receta para reducir deuda, incluida la de su hipoteca.

¿Y el sueño europeo? Pues hagámoslo con la gente, amándonos los unos a los otros, en lugar de ver quién paga la cuenta. Cuando piense euro, piense estafa. Cuando piense Europa, piense amigas.

Manuel Castells, sociólogo internacionalmente reconocido, es catedràtico de sociologia en la UOC de Barcelona.
La Vanguardia

lunes, 14 de noviembre de 2011

Golpe de mercado y asalto a la democracia

¿ Cómo llamar a lo que está ocurriendo primero en Grecia y ahora en Italia?

Prefiero usar el nuevo término golpe de mercado, acuñado por el Presidente dominicano Leonel Fernández, antes que el de golpe de estado, porque refleja mejor lo que está sucediendo en esta Europa de los mercaderes, que no de los ciudadanos y de los pueblos.

Los mercaderes, los banqueros, se han erigido en amos de Europa usurpando los derechos soberanos de la ciudadanía y de los pueblos.

Con la complicidad de los gobiernos y de los partidos del sistema, los mercaderes, los banqueros han dado un golpe de mercado, incruento, pero con los mismos efectos antidemocráticos que los brutales y poco sutiles golpes de estado tradicionales.

Para la mayoría, y con la ayuda inestimable de casi todos los medios desinformativos del sistema, el golpe de mercado pasa inadvertido, como si la democracia no se pusiera en cuestión. Así, con el pretexto de las crisis económicas, se provocan crisis políticas donde un gobierno legítimo, guste o no guste, es sustituido por un gobierno de tecnócratas de confianza de los mercaderes y los banqueros. Sin referéndums, sin elecciones anticipadas, que pudieran perturbar los planes de corte neoliberal de la plutocracia en la sombra.

El caso griego es escandaloso. Las presiones para evitar a toda costa el referéndum sobre el programa de ajuste estructural, la dimisión de Papandreu y el engaño de sitúar al frente del gobierno a un pretendido tecnócrata que, con el pretexto de hacer frente a una situación de excepción, aplicará la doctrina dictada para Grecia por los mercados es un burla hacia el pueblo griego.

Pero aún es más llamativo el caso italiano. Aquí el golpe de mercado tiene todo el regusto de un órdago bancario. El banco por antonomasia, el estadounidense Goldman Sachs, mueve sus peones en Europa. Anuncia, cuando la prima de riesgo de los bonos italianos se hace subir hasta las nubes, que sólo un gobierno de tecnócratas calmará a los mercados y, como por arte de magia se sacan de la chistera, para primer ministro italiano, el nombre providencial de Mario Monti - Comisario Europeo de Mercado Interno de 1994 a 1999 - y desde 2005 asesor internacional de Goldman Sachs ¡ Qué casualidad! Pero por si fuera poco, antes y nada menos que para ocupar la presidencia del Banco Central Europeo - el mismo que por boca del señor Trichet se jactó de imponer una reforma constitucional en España-, Goldman Sachs coloca otro de sus peones el señor Mario Draghi, expresidente de Goldman Sachs Internacional de 2002 a 2005, al frente de esa impresentable institución bancaria.

El asalto a la democracia se ha consumado. Con razón el respetado filósofo J. Habermas habla ya de una Europa posdemocrática.
Francisco Morote Costa
Attac Canarias

sábado, 12 de noviembre de 2011

Hasta el próximo sobresalto de los mercados

Danzando el baile de San Vito, de cumbre en cumbre, desde hace semanas. Con el discurso descuidado de Merkel, las ociosas declaraciones de Sarkozy y contribuciones parecidas, la caravana viaja en círculo. Ninguna sorpresa que para los participantes se haya cargado la atmósfera. El primer ministro de Luxemburgo Jean-Claude Juncker reprueba el 'muddling through' (salir del paso) porque sabe que al público no le gusta el espectáculo.

Con los nuevos planes de la Cumbre de Bruselas –desde la condonación de parte de la deuda a Grecia hasta la recapitalización de los bancos y el “apalancamiento” del fondo de rescate– las manos podrían irse al cuello de los que hasta ahora pertenecían a los ganadores de la crisis. Entre ellos se encuentran los airados contribuyentes alemanes, los holandeses, los franceses y los británicos tanto como sus respectivas élites.

Que son los beneficiarios de la crisis, es cosa que no gusta oír a los alemanes. Y por buenas razones: beneficiarios, sólo unos pocos, que ahora salen más reforzados aún, si cabe, de la crisis. En primer lugar, el estado y los bancos. Es algo que puede verse en el caso de Holanda. El pequeño país europeo, que navega viento en popa a la sombra de su vecino alemán, se ha aprovechado de la crisis europea desde su comienzo. Y no en poca medida. Entre enero de 2009 y octubre de 2011 el Ministerio de Economía en La Haya se ha ahorrado 7'6 mil millones de euros en intereses, y ello a pesar del aumento de la deuda del estado. Para los préstamos a diez años, el estado holandés paga un 1% menos de intereses que antes del estallido de la crisis europea en marzo de 2010. Y hasta la fecha la participación de Holanda en las sucesivas medidas de rescate no le ha costado ni un céntimo. Todo lo contrario: el país gana con los intereses a pagar por griegos, irlandeses y portugueses. Las ganancias multimillonarias para el fisco crecen con cada mes que el euro se aproxima al borde del precipicio.

Los intereses bajan a mínimos históricos

Lo mismo vale para Alemania. El ministro de Finanzas [Wolfgang] Schäuble puede endeudarse más barato que nunca, gracias a la enorme demanda de bonos alemanes debido a la fuga de capitales en el marco de Europa, donde los inversores evitan a toda costa a Grecia, el país más endeudado. Así como la economía exportadora alemana se ha aprovechado del euro, así se ha aprovechado el estado alemán de la crisis europea. Empresas y bancos, pero también constructoras, han sacado igualmente su tajada, y lo seguirán haciendo mientras el Banco Central Europeo (BCE) mantenga los intereses mínimos históricos. Sólo quienes tienen un salario decente o precario salen perdiendo.

Sin embargo, de lo que ahora se trata –a la vista de una amenazadora fusión del núcleo de la Eurozona– de algo más que repartir las ganancias de la crisis. Con las decisiones tomadas en Bruselas debería de alcanzarse sobre todo una cosa: ganar tiempo para poder proseguir desde el comienzo con una política anticrisis en pequeñas dosis hasta el próximo sobresalto de los mercados.

Las consecuencias de esta mala gestión, de la que son especialmente responsables Alemania y Francia, han traspasado entre tanto las fronteras de la Eurozona y los daños colaterales se hacen notar especialmente en las islas británicas, donde residen los opositores más virulentos al euro y el Primer ministro David Cameron debe aplacar la insurrección de los euroescépticos en la Cámara baja. Los que no quieren saber nada del euro en el Reino Unido son ya mayoría.

Demasiado tarde y demasiado poco 

No es que uno no se pudiera hacer desde hace tiempo una composición de las debilidades y los fallos en la construcción de esta unión de estados y moneda única. Ya con el Tratado de Maastricht (1992), y aún más con el Tratado de Lisboa (2007), todos los estados europeos se alinearon con el mercado y la competencia como únicos criterios políticos racionales. No sólo el euro ha salido dañado. El modelo de un capitalismo dominado por las altas finanzas internacionales ha sido desacreditado, un modelo que no era mejor ni peor, sólo un poco más aerodinámico y posmoderno que otros modelos de capitalismo a los que sustituyó. Equipado con un marco institucional en el que no encajaba, la Unión Europea se debate aquí y allá entre ser una potencia mundial o volver al regionalismo. Cuando se trata solamente del capitalismo transnacional la cosa funciona. Pero sin unión económica y fiscal toda unión monetaria está destinada al fracaso. Y quien dice una unión fiscal quiere decir algo más que lo que hasta ahora tenemos: una pizca de autoridad impositiva aquí, algo de redistribución allá y un poco de burocracia transnacional acullá.

En toda federación justa que se precie de ese nombre existe un equilibrio financiero. Y eso no significa otra cosa que una unión de transferencias. Una unión que existe –oculta y avergonzada– desde hace años en la UE en la política agraria y la promoción regional, sólo que ahora se hace indispensable en las finanzas públicas.

Comparados con los estados anglosajones, los países del euro –incluso Grecia y acaso Portugal– son aún solventes. Si estados en quiebra como los Estados Unidos o el Reino Unido siguen existiendo es porque pueden permitirse un banco central que en caso de necesidad concede créditos al gobierno sin atenerse a las pérdidas y que inunda el mercado con liquidez (léase: créditos baratos). En medio de la crisis, donde todo padece bajo la sobrecapacidad, algo así apenas tiene consecuencias inflacionarias. Esto es justamente lo que necesita Europa y eso es lo que ahora recibe Europa, podría pensarse tras el apalancamiento del Fondo de rescate europeo. El tiempo en el que el BCE se comportaría como un Banco central quedaría a voluntad de los caprichos de los alemanes. En cualquier caso, debería de llevar a cabo una política económica conjunta como la de la Reserva Federal (Fed) o el Bank of England. El recién jubilado Presidente del BCE Jean-Claude Trichet ha comenzado esta tarea. De comprar el BCE títulos de deuda europeos, la emisión de Bonos se reduciría a un detalle técnico, pero con un potencial parecido al de los bonos del tesoro estadounidenses, con los cuales unos destartalados Estados Unidos pueden aún impresionar y domar al mundo de las finanzas.  

Pero debido a que ninguno de los protagonistas de las ya prácticamente diarias cumbres europeas quiere ponerse en contra a los ciudadanos o a la propia clientela conservadora en su país, al final nos dan un popurrí de medidas de efectividad reducida en sus tres cuartas partes, demasiado tarde y demasiado pequeñas, demasiado como para salir de la crisis, pero que nos permiten sobrevivir. Alegría para quienes, en los mercados financieros, están ganando. A los ciudadanos de Europa, mientras tanto, ya no les queda nada en el bolsillo que puedan rascar.

Michael R. Krätke, miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO, es profesor de política económica y derecho fiscal en la Universidad de Ámsterdam, investigador asociado al Instituto Internacional de Historia Social de esa misma ciudad y catedrático de economía política y director del Instituto de Estudios Superiores de la Universidad de Lancaster en el Reino Unido.
Traducción parawww.sinpermiso.info: Àngel Ferrero
http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=4527

¿Adiós a Europa?

Nuestro “nivel de vida y libertades” reposa sobre un entramado muy frágil. El impulso ciudadano es la única esperanza que le queda al proyecto europeo.

En París y Berlín la apuesta por la desolidarización ha dado un nuevo paso: ya abre la puerta de salida del euro y dibuja una Europa de dos categorías. El gobierno alemán lo desmiente, pero ese programa para la desintegración europea será refrendado el lunes y martes por el congreso que la CDU de Merkel celebrará en Leipzig. Esto, que podría equivaler a un adiós a la Unión Europea, viene determinado por una mezcla de intereses políticos cortoplacistas (elecciones en 2012 en París y en 2013 en Berlín), inercial sometimiento al poder financiero y sus recetas, y pura y simple incapacidad.

En lo que llevamos de espiral neoliberal hacia abajo y desolidarización, Europa ha producido dos modelos de lucidez: la revuelta griega, ese nuevo “Oji” de país retrasado y obstinado que recuerda la dignidad helena del principio de la última guerra mundial, y la exitosa secuencia islandesa: la deuda no se paga, el gobierno implicado se derroca y los responsables a los tribunales. Sólo una medicina ciudadana de este tenor salvará el proyecto ciudadano europeo, secuestrado por la lógica empresarial ¿Qué es lo que está en juego?
Nuestra normalidad social, económica y política, incluido “nuestro nivel de vida y libertades”, reposa sobre un entramado de lo más frágil. Basta que ese crematístico y depredador entramado se hunda, basta entrar en recesión, para que todo cambie. Ahorros de una vida se convierten en papel sin valor, los liberales se transforman en ultraderechistas y las democracias en regímenes duros. La actual precrisis ya está lanzando señales en esa dirección. Presten atención a los discursos.

Una de las noticias más sintomáticas de los últimos días ha sido la destitución de la plana mayor militar griega. El cese de esos generales tan íntimamente relacionados, vía OTAN, con Estados Unidos, apenas ha sido evocado por la prensa de Washington y Nueva York, y sólo rozada por la de Londres y Frankfurt ¿Cómo interpretarlo?

Hace muy poco los gobiernos de países europeos como Grecia, España y Portugal no eran democracias. En Grecia mandaba una junta de coroneles, en España un general, y en Portugal un patriarca que se hundió con los últimos reductos de un imperio colonial. En la Europa más sólida, la socialdemocracia sólo llegó al poder tras haber jurado y demostrado su rechazo a cualquier veleidad transformadora fundamental. En Italia donde tal juramento no estaba claro, maquiavélicas tramas garantizaban que la oposición no llegase nunca al poder, y eternizaban a la Democracia Cristiana. Hasta anteayer, la Europa del Este ha estado dominada por el partido único.

Todo esto es para recordar que “nuestro nivel de vida y libertades” tiene que ver con determinadas condiciones históricas que reposan sobre un frágil entramado.

Esa es una verdad que se conoce bien en aquellas latitudes del mundo “en desarrollo” donde la crisis ha sido siempre norma y la vida cotidiana suele parecerse a un infierno. Allí es donde Occidente, desde su bienestar, ha venido predicando democracia y derechos humanos selectivamente (porque a los dictadores amigos o complacientes se les perdona), algo casi siempre incompatible con su hegemonía. Ahora el momento del examen llega a Occidente: ¿superará la prueba? La respuesta está en una historia que se escribió a base de batallas sociales.

Curiosamente, incluso la Europa del Sur, con la ventaja biográfica derivada de su experiencia reciente, parece perder de vista esa fragilidad que debería estar en su memoria. La enorme confusión y ceguera que preside la hora actual, sugiere que el asfaltado intelectual de los últimos treinta años -las consecuencias mentales de nuestra “modernización” europeizante- arrasó gran parte de aquella antigua lucidez de país retrasado.

Nadie debería dar por supuesto otro medio siglo de paz y prosperidad en Europa”, dijo la canciller alemana Angela Merkel. Esa frase que le pusieron de adorno sus asesores fue la más notable de su discurso del 26 de octubre ante el Bundestag, donde enunció un programa para la desintegración europea: que la diversidad continental marque el paso de la errática austeridad germana.

Conforme los políticos del Gosplan europeo demuestran cada día su incapacidad -en el mejor de los casos- o su completo alineamiento con el programa neoliberal de regreso al siglo XIX -en el peor-, la sensación de que la solución sólo puede venir a partir de fuertes impulsos ciudadanos desde abajo, se hace más y más indiscutible.

Rafael Poch
La Vanguardia

domingo, 6 de noviembre de 2011

Europa gravemente herida

El socialista Giorgios Papandreou no quiso pasar a la historia de Grecia como el hombre que anuló la soberanía nacional para salvar a los banqueros y aceptó un estatus semicolonial para su país, con funcionarios extranjeros que controlarían su economía y su política. Para salvar su responsabilidad pidió un voto de confianza en el Parlamento y, sobre todo, convocó para diciembre un referéndum popular para que la ciudadanía decida si acepta o no el plan que, a costa de los griegos, permitiría a los grandes banqueros salir del brete donde se metieron. Después, tras perder su mayoría absoluta en el Parlamento y bajo presión franco-alemana, anuló el referéndum y tratará de formar un gobierno de unidad nacional con la derecha, aún más débil y desprestigiado que el actual. La Unión Europea (léase los capitales franco-alemanes y sus agentes gubernamentales), ante esa crisis, abandona a Grecia a su suerte (que la llevará, casi seguramente, a la cesación de pagos de la deuda, a la salida de la zona euro, la creación de una moneda propia y la devaluación de la misma –y, por consiguiente, de los ingresos de los griegos– y que podría llevarla, incluso, a una revolución).
 
Recordemos que Estados Unidos salvó a México, que tenía entonces menos de 100 millones de habitantes, con 55 mil millones de dólares durante la crisis llamada Tequila. Grecia, con cerca de 12 millones de habitantes, no pudo ser salvada ahora por una inyección de más de 200 mil millones de euros (280 mil millones en dólares). ¿Qué pasará entonces con países europeos grandes y poblados, como Italia y España, cuyas economías se tambalean y a los que los respectivos gobiernos aplican sangrías de caballo que las deprimen aún más? Si la Unión Europea no toma rápidamente grandes medidas preventivas, el derrumbe sucesivo de Italia, España y Portugal y el probable abandono del euro por los italianos, como prevé Paul Krugman, premio Nobel de Economía, podría resultarle fatal.

Por eso la canciller alemana Angela Merkel sostiene ahora que lo esencial es salvar la zona euro, o sea, las finanzas europeas, porque la unión de Europa es en realidad no una unión de países y mucho menos aún de pueblos, sino una alianza conflictiva de capitales financieros. Ni siquiera es seguro que pueda lograrlo. Porque hasta ahora la Unión Europea perdió 280 mil millones de dólares, más otro tanto como resultado de la caída de las bolsas debido a la crisis griega. Y ni aún así pudo estabilizar a los bancos, que son insaciables y exigen continuas transferencias de los ingresos de la población hacia sus arcas. Aunque China, que es un gran socio comercial de la Unión Europea. y tiene, por lo tanto, interés en que la misma se mantenga, acaba de ofrecerle un refuerzo de 80 mil millones de euros (120 mil millones de dólares) ese aporte corre el riesgo de evaporarse como una gota de agua sobre una plancha caliente.

Además, para salvar la Unión Europea, el dúo Nicolas Sarkozy-Angela Merkel le arrojan un salvavidas de plomo: el de la política recesiva y brutal de la reducción de los salarios indirectos (mediante cortes en educación, sanidad, asistencia social y aumentos en la edad jubilatoria y de servicios e impuestos) e incluso de los salarios directos mientras el capital financiero especula con los precios de las materias primas agrícolas. El poder adquisitivo de los consumidores –y su expectativa de consumo– van hacia abajo mientras el costo de la alimentación y de los servicios aumentan. El resultado es un menor consumo interno en Europa en el momento en que la misma deberá pagar el sostén chino con concesiones políticas –como el reconocimiento de que China es una economía de mercado, tal como exige Beijing– lo cual facilitará grandemente las exportaciones chinas hacia la Unión Europea.

Hasta ahora, salvo en Grecia, donde las luchas son cada vez más masivas y decididas y podrían desembocar en un estallido social, los gobiernos europeos no deben enfrentar una oposición social masiva. A lo sumo ven crecer la oposición que a veces es de centroizquierda –como los social-liberales en Italia o los socialdemócratas en Francia– y otras de derecha, pero que en ninguno de los dos casos tiene otra propuesta económica que el continuismo con los planes del capital, apenas reformados y, por supuesto, ni piensa en una alternativa social. Si la crisis económica es profunda y gravísima, Europa políticamente es conservadora y socialmente recién comienza a despertar con algunas huelgas y movilizaciones y con el movimiento de los indignados.

Por consiguiente, y ante la falta de una amenaza social al poder capitalista, en el Grupo de los 20 se aprobarán medidas que aumentarán el nivel de los sacrificios que deberán hacer los trabajadores europeos, divididos aún horizontalmente entre nativos e inmigrantes y verticalmente por la competencia entre los que piensan sólo en su región o en su país sin percibir la necesidad de encontrar una solución común anticapitalista y de imponerla colectivamente. El cada uno para sí, el localismo, el nacionalismo, el racismo, el chovinismo que afectan a vastos sectores de los trabajadores europeos, son los principales sostenes de un capitalismo en crisis pero que conserva todavía la hegemonía cultural e ideológica y puede, por lo tanto, dominar a sus víctimas desunidas.

No basta pues con condenar al capitalismo como lo hacen los indignados, o con resistir con huelgas sus políticas y medidas como lo hacen algunos sindicatos. Es indispensable además organizar en toda Europa por sobre las fronteras y uniendo inmigrantes y nativos, con un programa anticapitalista alternativo de expropiación del capital financiero, de modificación radical del sistema impositivo, de sostén de los consumos populares y planificación común del desarrollo industrial. Este programa debe partir de que la crisis la deben pagar los que la causaron, de que los salarios y condiciones de vida son intangibles, de que al internacionalismo de las finanzas y las trasnacionales hay que oponerle el internacionalismo de los productores.

Guillermo Almeyra
La Jornada
http://www.jornada.unam.mx/2011/11/06/opinion/016a2pol