En Túnez, lo he visto con mis propios ojos, los refugiados son acogidos por las poblaciones fronterizas, alimentados, invitados a dormir en las casas mientras esperan soluciones. El primer ministro Beyi Caid Esebsi, me dijo, tal cual, durante una charla: "¿Qué quiere usted? tampoco vamos a abandonarles sedientos y hambrientos en el desierto" (Túnez, 25-4-11). Por supuesto, esta situación no puede durar, es insoportable para Túnez. Pero no vemos comedia histérica alguna a costa de los extranjeros, animosidad alguna en el comportamiento de la población.
El asunto franco-italiano demuestra el fracaso patente de la política migratoria europea. La idea de un espacio interior abierto frente a un espacio exterior cerrado no es practicable en el contexto mundial actual de fuertes desplazamientos de las poblaciones y de demanda migratoria internacional, tanto por parte de los Estados ricos como de los Estados proveedores de emigración.
Si tomamos el caso de Frontex, instrumento de control de la libertad de circulación exterior de las personas, descubrimos que ni tan solo permite instaurar la confianza entre los propios europeos. Los 10 países que se adhirieron en mayo de 2004 a la Unión están todavía sometidos a unas reglas estrictas para el establecimiento de las personas. Francia y Alemania se oponen a la adhesión a los acuerdos de Schengen de Rumanía y Bulgaria, sospechosos de no poder controlar sus fronteras. Eso significa que reforzamos la Europa fortaleza a dos velocidades: hay países que están en primera línea de las zonas de inmigración y otros que se aprovechan del escudo de los primeros. Con la modificación de las reglas del artículo 23 de la Convención de Schengen en el sentido del restablecimiento de los controles en las fronteras interiores, España verá rápidamente lo que significa esto, en sus relaciones con los países africanos, Marruecos y Francia.
En el exterior, Frontex no es más que un éxito a medias, puesto que la inmigración ilegal no ha dejado de desarrollarse estos últimos años. Gadafi y Ben Ali recibían más de 400 millones de euros al año para asegurar el servicio de Frontex. Hoy, Gadafi expulsa a los extranjeros hacia Túnez y Europa.
La emigración continuará, bajo su forma legal e ilegal, simplemente porque corresponde a la integración mundial de las economías y de las sociedades. Se calcula que en nuestros días los inmigrantes ilegales son varios millones de personas, sin hablar de aquellos que se encuentran en los campos de retención rodeando Europa con una venda de vergüenza. En realidad, es todo el dispositivo migratorio europeo que hay que revisar. Hay que integrar las migraciones en una gran política de cooperación y codesarrollo europeo centrada principalmente en la circulación organizada de las personas. El objetivo sería responder a las necesidades mutuas de los países proveedores y de los países europeos. Europa necesita inmigrantes, desde un punto de vista demográfico y económico. La ribera sur del Mediterráneo expresa desde hace tiempo una fuerte demanda migratoria. No podemos responder con la policía de los mares.
Sami Nair
El Pais
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