lunes, 28 de mayo de 2012

¿Qué son los eurobonos?

Cuando los ingresos de un Estado son insuficientes para cubrir sus gastos (cuando hay déficit) y se necesita resolver el problema de inmediato, este Estado recurre a vender deuda pública. Esto consiste sencillamente en emitir títulos a nombre de una persona a cambio de que esta persona le preste una determinada cantidad de dinero. A esa persona se le denomina “inversor” o “especulador”, y mediante este contrato el Estado se compromete a devolverle el dinero dentro de un plazo acordado sumando además un porcentaje del mismo en concepto de intereses. Por ejemplo, en el año 2010 un especulador recibe un título del Estado español y a cambio le presta 1000 euros a un tipo de interés del 1% con fecha de vencimiento de un año. En 2011 el especulador devolverá el título y el Estado español le devolverá los 1000 euros más el 1% en concepto de intereses (10 euros), en total: 1010 euros. El especulador termina con más dinero del que tenía al principio, y de esta forma se lucra.

Para recordar el nombre de las transacciones es útil tener presente lo siguiente. Se dice que el Estado “vende deuda pública” porque vende unos papelitos (los títulos) a cambio de un préstamo. Se dice que el especulador “compra deuda pública” porque compra esos papelitos (los títulos) mediante un préstamo.

En nuestro ejemplo hemos supuesto que el especulador compra deuda pública a cambio de un tipo de interés del 1%. Si hubiera conseguido realizar la acción a cambio de un tipo de interés mayor, por ejemplo un 2%, entonces el especulador obtendría más dinero al final del período establecido (1020 euros en lugar de 1010 euros). Cada país vende deuda pública a un tipo de interés diferente al resto de países. A día de hoy el estado Español se ve obligado a venderla en torno al 6,3%, el alemán en torno al 1,4%, el griego en torno al 25,8%, etc (1).

Pero, ¿de qué depende entonces el tipo de interés que tienen los títulos de deuda pública? Pues fundamentalmente depende del riesgo de la operación. A mayor riesgo, mayor tipo de interés pedirán los especuladores, ya que consideran que hay mayor probabilidad de que el estado en cuestión quiebre y que por lo tanto no les acabe devolviendo el dinero. De la misma forma, a menor riesgo, menor tipo de interés. Si los especuladores creen que un estado es solvente y podrá devolver el dinero que le prestan, entonces pedirán un tipo de interés reducido. Esto es precisamente lo que ocurre actualmente con Alemania. Los especuladores piensan que Alemania es un estado solvente y por lo tanto le prestan dinero “barato” (es decir, a un tipo de interés reducido: 1,4%). Al mismo tiempo esos mismos inversores o especuladores creen que España tiene probabilidades de tener problemas de solvencia y no pagar sus deudas, por lo que le prestan dinero a un tipo de interés más elevado (6,3%). A la diferencia existente entre el tipo de interés que le piden a Alemania y el que le piden a España se le denomina “prima de riesgo” (6,3% – 1,4% = 4,9% = 490 puntos básicos (2)).

Cuanto mayor es la prima de riesgo más caro le sale al estado en cuestión volver a vender deuda pública (más dinero tendría que devolver finalizados los plazos de vencimiento de las deudas). Y eso puede convertirse en un problema muy serio porque puede llegar un momento en el que al estado no le compense pedir prestado a tipos de interés tan altos. Esto es lo que le ocurrió a Grecia, Irlanda, Portugal e Italia, y por ello fueron obligados a buscar una financiación diferente de la mano de la Comisión Europea, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Central Europeo.

Para evitar la tendencia creciente en las primas de riesgo de estos países existe una fórmula relativamente sencilla de aplicar y que en absoluto se trata de un mecanismo revolucionario: la emisión de eurobonos. Consiste en que los países de la Zona Euro dejaran de vender deuda pública y lo hiciera en su lugar un organismo común a los 17 países poseedores de la moneda común. De esta forma, en vez de tener un tipo de interés para cada país, se pasaría a tener un solo tipo de interés que englobara y sintetizara todo el riesgo de la zona euro. La deuda la venderían conjuntamente los 17 países, y no cada uno por separado. Se trataría de compensar el elevado riesgo de países como Grecia con el inexistente riesgo de países como Alemania. El cálculo del tipo de interés para la deuda común debería ser una especie de promedio entre todas las actuales. Por ejemplo, teniendo en cuenta que España tiene un 4,7%, Italia un 5,6%, Irlanda un 5,8%, Portugal un 12,2% y Grecia un 25,8%, y el resto de países tienen unos tipos de interés no superiores al 3%; el tipo de interés para los eurobonos podría estar en torno al 5 o 6%.

Que los países de la Zona Euro emitiesen eurobonos con un 5 o 6% de rentabilidad tendría diversos efectos. El primero de ellos sería que países como Grecia o Portugal podrían financiarse de una forma mucho más barata que la actual, lo que aliviaría muchísimo su situación económica. El segundo de los efectos sería que países más sólidos como Alemania, Países Bajos o Francia pasarían a financiarse de una forma mucho más cara que la actual. A efectos prácticos, estos países estarían soportando parte de los costes financieros que hoy día soportan los países periféricos. Por eso se comenta que la emisión de los eurobonos sería un mecanismo de solidaridad entre los países de la zona. Y precisamente por eso estos países son los que más se oponen a esta medida, en especial Alemania de la mano de Angela Merkel. El tercer efecto y no por ello menos importante es que se le cerrarían las puertas a los grandes movimientos especulativos. No es lo mismo especular con un país pequeño como Grecia que hacerlo con los fondos de todos los países de la Eurozona. Los especuladores no tendrían ya el aliciente de atacar al país más débil o menos creíble, por lo que sus acciones se verían notablemente reducidas, y con ellas la presión a la que están sometidos ciertos países.

Uno podría pensar que la emisión de los eurobonos sería una respuesta injusta a la crisis de deuda pública que asola la Eurozona, en tanto en cuanto Alemania tendría que cargar sobre sus espaldas la mayoría del coste que actualmente tienen los países de la periferia. Pero esta apreciación podría cambiar si se tuviese en cuenta que la moneda común beneficia especialmente a Alemania en detrimento de los mismos países que actualmente tienen problemas de financiación. Y este efecto no es nuevo, sino que se viene dando desde la creación del euro en 2002. Visto de esta forma, la emisión de eurobonos sería una herramienta moderada y solidaria para corregir en cierta manera los desequilibrios financieros y económicos que se vienen produciendo desde la creación del euro y cuya resolución nunca ha sido contemplada por el desastroso diseño de la Unión Europea. En otras palabras, emitir eurobonos sería hacer justicia en la medida en que Alemania estaría pagando parte del daño que la moneda común les ha estado provocando a los países de la periferia a costa de su propio beneficio. Emitir eurobonos sería una forma de saldar la deuda que tiene Alemania con los países periféricos.

(1)  Estamos fijándonos en los bonos con plazo de vencimiento a 10 años, que es el tipo de renta fija utilizada para calcular la prima de riesgo.
(2)  A fecha 25 de mayo de 2012

Eduardo Garzón
Saque de Esquina

jueves, 24 de mayo de 2012

“Si los Parlamentos no nos dan lo que queremos, los invalidaremos". Declaraciones del exjefe del Banco Central Europeo

Si queda alguien que duda de que la lucha contra la austeridad es fundamentalmente una lucha por la democracia, la escalofriante propuesta revelada el martes del exjefe del Banco Central Europeo Jean-Claude Trichet sobre cómo resolver la crisis europea, debería poner fin rápidamente a un enfoque tan microscópico. 

Trichet ha propuesto lo que llama "federación por excepción", por la cual si los dirigentes de un país o parlamento "no pueden implementar políticas presupuestarias sanas", se "declare a ese país en suspensión de pagos".
Reconociendo que no sería posible en el período necesario para reaccionar a la crisis lograr un "Estados Unidos de Europa" con la unión política y fiscal asociada, incluyendo transferencias fiscales y emisiones de deuda común, el expresidente del BCE, que dejó su puesto en noviembre pasado, dijo que por lo menos es posible dar este "próximo paso". 

“La federación por excepción no solo me parece necesaria para garantizar una Unión Económica y Monetaria segura, sino que también podría corresponder a la naturaleza misma de Europa a largo plazo. No creo que vayamos a tener un gran presupuesto [centralizado] de la UE, dijo al Instituto Peterson de Economía Internacional en Washington antes de la reunión del G8 de este fin de semana y antes de una reunión decisoria del Consejo Europeo el 23 de mayo donde los dirigentes de la UE discutirán el terremoto fiscal, bancario y político que atruena a Europa meridional. 

“Es un salto mayúsculo de política gubernamental, que considero necesario para el próximo paso de la integración europea”, agregó. 

La política fiscal interior ya se ha transferido a tecnócratas no elegidos para que se apruebe antes de su evaluación por los parlamentos elegidos como resultado del sistema del Semestre Europeo, por lo tanto, de alguna manera, tiene razón al decir que se trata solo del “próximo paso” más allá del Pacto Fiscal que aún debe aprobarse. 

Por cierto Trichet ya no está en el poder, pero sigue siendo un peso pesado político en los círculos europeos, y si la eurocrisis nos ha mostrado algo es que no es necesario disponer de un púlpito reconocido popularmente cuando se trata de qué voces son importantes. En todo caso, al estar liberado de su puesto, ahora Trichet se ha librado del disimulo que los funcionarios activos del BCE tienen que mantener, por lo menos en público, con respecto a que el Banco Central solo se concentra en la política monetaria y no se preocupa de la política gubernamental de las provincias que se encuentran en de su territorio. Puede declarar sus propuestas en público sin hacerlas a través de cartas a primeros ministros italianos y de órdenes a las elites portuguesas. 

Al mismo tiempo hay que subrayar que no se trata de una propuesta oficial de una institución de la UE, y queda por ver qué tipo de acogida recibirá, aunque los informes de Washington sugieren que los economistas y funcionarios de la UE presentes acogieron la propuesta calurosamente. 

A pesar de todo no hay que albergar ninguna ilusión de que esta propuesta de un destacado "pensador" europeo no sea una reacción directa ante las elecciones en Grecia de este mes que diezmaron el consenso de centroizquierda/centroderecha en ese país. 

Trichet dice en esencia que cuando el pueblo elige a los partidos equivocados ha renunciado a su derecho a la democracia. 

Perfectamente consciente de lo que está proponiendo, declara que un paso semejante tendría ciertamente una responsabilidad democrática mientras sea aprobado por el Consejo Europeo y el Parlamento Europeo.
Pero el Consejo Europeo es una cámara legislativa que nunca enfrenta una elección general. Sus miembros, los presidentes y primeros ministros de Europa, no son elegidos a esa cámara, sino a sus parlamentos y asambleas nacionales. Y el Parlamento Europeo todavía no es el parlamento de un gobierno europeo; incluso después del Tratado de Lisboa sus poderes siguen siendo muy limitados en comparación con la Comisión Europea y el Consejo y, crucialmente, no tiene el poder de iniciar alguna legislación. 

Si la propuesta de Trichet o algo remotamente similar llegara a la cámara de Estrasburgo para su aprobación, cualquier miembro del Parlamento Europeo que aprecie la democracia debe oponerse firmemente. 

Si los miembros del Parlamento Europeo no logran reunir suficientes fuerzas para hacerlo, la cámara quedaría instantáneamente expuesta como un trampantojo, que sirve solo para suministrar una fachada de legitimidad democrática a un régimen antidemocrático y muy alejado de la semilla de un genuino orden democrático europeo deseado por tantos diputados. 


Red Pepper
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

martes, 22 de mayo de 2012

Grecia: por encima de sus posibilidades, por debajo de la dignidad

Era el primer miércoles de abril en Atenas, un día nublado que se convirtió en dramático para parte de la sociedad griega. Dimitris Xristulas, jubilado farmacéutico muy activo políticamente, llegó hasta la plaza Syntagma, en Atenas. Era el mismo lugar al que acudió con asiduidad durante el año pasado para participar en asambleas y concentraciones de lo que se comenzaría a conocer como el movimiento de los indignados.
 
Pero en esta ocasión no protestaría delante del Parlamento heleno por una nueva subida de los impuestos. Dimitris se acercó hasta un árbol, confirmó que la nota que había escrito minutos antes continuaba en su bolsillo y se pegó un tiro en la cabeza; su muerte fue inmediata.

El mensaje escrito en el papel no podía ser más claro: la posibilidad de sobrevivir que tenía se basaba en la pensión que pagué yo solo, trabajando 35 años de mi vida. Pero ya no me queda más que un fin digno, antes de empezar a buscar comida en la basura.

Dimitris fue uno de los más de un millón 500 mil jubilados en Grecia que vieron sus ingresos afectados por las medidas de austeridad que se impusieron en el país durante los últimos dos años por la Unión Europea, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Central Europeo.

Unos recortes que se aprecian en las calles de la capital helena. Un número cada día mayor de gente queda sin trabajo, sin casa, sin ingresos para sobrevivir. El Centro de Solidaridad del municipio de Atenas da comida a más de mil 200 personas diariamente. En los comedores de la Iglesia en Grecia reciben alimentos más de 10 mil, algo inaudito para un país de la zona euro.

Según el presidente del centro, Giorgos Apostolopoulos, el número de usuarios ha aumentado 10 por ciento los últimos meses y no pueden satisfacer sus necesidades. Los jubilados fueron las primeras víctimas de las medidas de austeridad; es imposible cubrir las necesidades básicas con su pensión y vienen aquí por un platito de comida.

La mayor parte de los centros sociales en el continente se volcaron en los últimos años en intentar ayudar a los migrantes, principalmente irregulares, que llegaban en busca del sueño europeo. Pero ahora deben atender a una importante cantidad de griegos que no sólo han perdido su trabajo.

No soy mendigo, me quedé sin casa, dice Fotis. Después de una vida trabajando de albañil se lamenta de no ser capaz de conseguir trabajo; nunca tuve lujos, pero siempre viví con dignidad. Según el Instituto Nacional de Estadística, en febrero pasado el desempleo en el país llegaba a 21.3 por ciento, un millón de desocupados. La situación se vuelve crítica al hablar de los jóvenes: más de la mitad no consigue un oficio remunerado.

Pero la inseguridad laboral se ha convertido en uno más de los problemas que afectan a una sociedad helena que ha visto cómo las promesas de progreso y cambios que provenían de sus políticos desde la entrada en la Unión Europea se han convertido en amenazas y justificaciones.

Los griegos han oído cómo analistas y periodistas internacionales explicaban la crisis del país, afirmando que habían vivido por encima de sus posibilidades. Pero, con un sistema sanitario deficiente, escuelas sin libros de texto y un aumento constante de precios, muchos se preguntan si las inversiones y beneficios provenientes de Europa justifican la situación en la que se encuentran.

Los trabajadores vieron los convenios colectivos de trabajo desmantelarse de un día para otro. Según el Instituto de Inspección Laboral, más de 40 por ciento de quienes tenían trabajo de tiempo completo se han cambiado a jornadas reducidas.

La gigantesca deuda helena poco tiene que ver con los trabajadores que ahora se ven sometidos a las medidas de austeridad, dice el economista Costas Lapavistas. Nuevos impuestos, despidos generalizados de funcionarios, reducción de presupuestos en educación y sanidad, recorte de salarios… La lista de exigencias es casi interminable, mientras las empresas del país no dejan de cerrar.

Con este panorama, los 10 millones de habitantes del país se dispusieron a votar el pasado 6 de mayo. El resultado de los comicios fue un durísimo golpe a los dos grandes partidos del país, el Pasok (socialista) y Nueva Democracia (derecha) que gobernaron el país sucesivamente durante los últimos 30 años. Apenas recibieron 13.8 por ciento y 18.85 por ciento de los votos, lo que según el periodista Aris Xatzistefanou muestra la indignación tanto de los votantes como del movimiento de la plaza en contra de la política del memorando.

La gran vencedora de los comicios fue la Coalición de Izquierdas (Syriza), que con 16.78 por ciento se convirtió en el segundo partido más votado, haciendo inviable siquiera un pacto entre los dos partidos tradicionales para conseguir una mayoría. Su programa, al igual que el de diversas fuerzas con representación parlamentaria, se basaba en continuar en la zona euro, pero rechazando frontalmente los recortes promovidos desde el FMI y el Banco Central Europeo.

Resultaba sencillo apreciar la satisfacción de la mayor parte de los griegos ante el varapalo propinado a la canciller alemana Angela Merkel y el resto de políticos europeos. Para algunos, como Zafeiris Epameinondas, Grecia es un país en bancarrota y esa realidad no permite tener ninguna esperanza. Y sin esperanza la sociedad no puede soñar, no puede vivir, es una sociedad muerta. Y aunque estas elecciones no pueden cambiar nada, tenemos que castigar a los gobernantes que destruyeron nuestras vidas.

Ante la imposibilidad de formar un gobierno soberano se deberá realizar una segunda ronda electoral el próximo 17 de junio. Hay muchos griegos que admiten que no esperan nada radical de estas elecciones. Pero, según comentan ciudadanos como Xatzistefanou, aunque parecía que la rabia de la gente hubiera bajado en las calles, se expresó en estas elecciones. La gente destruyó el sistema que apoyaba las medidas de austeridad y ponía como prioridad los bancos en lugar de los ciudadanos. Se destruyó lo viejo y aunque no ha nacido todavía lo nuevo, esto ya es un paso muy grande.

Elpida Nikou, periodista griega.
La Jornada

lunes, 14 de mayo de 2012

Banco Central Europeo: un pirómano al servicio de la banca privada

Cuando la historia juzgue dentro de unos años lo que ahora está pasando en Europa, encontrará en el comportamiento del BCE una causa principal de los males que sufrimos, porque fue diseñado para ayudar a la banca privada y no para defender la estabilidad macroeconómica y social.
 
No se le concedió capacidad de supervisión para que las entidades financieras utilizaran con ventaja los 27 regímenes nacionales diferentes y se le impidió financiar a gobiernos. Europa se dotó de un banco central que no lo era, lo que permitió que los bancos privados dispusieran para sí, y con toda libertad, del negocio de financiar a los gobiernos.

Cuando las cosas iban bien, y el paso de los intereses se llevaba con comodidad, esto permitía que los bancos encontrasen en la suscripción de la deuda soberana una abundante y tranquila fuente de beneficios que no generaba demasiados problemas, pero cuando la crisis arreció y aumentó la necesidad de financiación (en gran parte para ayudar a los propios bancos) se generaron algunos muy graves que pueden provocar que Europa salte por los aires. En primer lugar, se obligó a que los gobiernos tuvieran que pagar muchísimo más por financiar su deuda. Y como ésta comenzó a multiplicarse en gran parte por la aplicación de los tipos de interés de mercado, se llegó a cifras insoportables. En segundo lugar, y como ocurre siempre, los mercados no se limitaban a financiar sino que financiaban en función de la lógica especulativa dominante, es decir, vinculando la deuda a productos financieros más complejos, cuya rentabilidad aumentaba cuanto más difícil se hiciera su pago, de modo que se incentivó la desestabilización de las economías.

Cuando la situación apenas tenía arreglo, el BCE fue obligado a intervenir, aunque por la puerta de atrás del mercado secundario y sin dejar de alimentar la codicia de la banca privada. Trató de aliviar la situación pero lo que consiguió no fue sino mostrar a los inversores y a los bancos que podían jugar incluso más fuerte a especular, pues al final dispondrían de la cobertura que daba el BCE.

Sabemos que los bancos privados han utilizado esta posición privilegiada como financiadores para extorsionar a los gobiernos e imponerles recortes de derechos sociales (con la excusa de que eran necesarios para salir de la crisis). Ahora nos enteramos de que el propio BCE ha utilizado sus intervenciones para influir. Se ha comportado como un auténtico pirómano y debería abrirse cuanto antes una comisión independiente de investigación que depure las responsabilidades de todos ellos, así como crear ya los tipos penales que contemplen el daño económico que provocan este tipo de actuaciones.

Juan Torres López
maspublico.org

martes, 8 de mayo de 2012

Austeridad o crecimiento, una alternativa que no resuelve los problemas de Europa

Las políticas de austeridad impuestas por los grandes poderes financieros por intermedio de los gobiernos de Francia y Alemania y del Banco Central Europeo son un fracaso sin paliativos: han llevado a casi toda Europa a otra recesión, han agravado el peso de la deuda, las asimetrías y el paro, están destruyendo la cohesión social de Europa y derechos sociales cuya conquista costó décadas de conflictos y luchas, destruyen miles de empresas, crean pobreza y exclusión, producen un alejamiento, quién sabe si definitivo, entre la población y las autoridades políticas, y están dando alas a la extrema derecha fascista y neonazi que los banqueros y grandes industriales siempre han azuzado en épocas de crisis.

No hay ninguna experiencia histórica ni evidencia empírica que permita afirmar que se puede salir de una crisis como la que estamos (de racionamiento financiero y falta de demanda efectiva) con menos gasto, de modo que insistir en reducirlo sin tomar al mismo tiempo medidas que garanticen de nuevo la financiación y que proporcionen ingresos adicionales a la población consumidora es una vía que solo lleva a la depresión y al desastre.

La ceguera ideológica de las autoridades políticas y de los economistas que marcan el camino les impide reconocer esta realidad. Y su sumisión a los poderes financieros (solo interesados ahora en aprovechar la crisis para acrecentar sus privilegios) les lleva a insistir en nuevos recortes, que solo sirven para que los bancos, especuladores y grandes empresas aumenten su beneficios y un poder ya omnímodo que está liquidando a las de por sí débiles democracias que se permite el capitalismo de nuestra época.

Los recortes en educación, investigación, innovación, en infraestructuras vitales y en prestaciones sociales solo van a traer años de atraso y una inestabilidad social de terribles precedentes en Europa.

Tan rotunda es la evidencia de todo ello, que desde hace semanas se empezaron a abrir grietas en los bloques políticos dominantes y a filtrarse la idea de que es imprescindible poner fin a esta barbaridad política y económica. La presión de movimientos sociales, de economistas críticos o incluso de las personalidades más sensatas del propio establishment ha contribuido decisivamente a ello y la victoria del socialista Hollande en las elecciones francesas posiblemente sea lo que definitivamente obligue a poner en cuestión las políticas de austeridad.

Pero la alternativa que se está difundiendo frente a ellas es insuficiente e inadecuada: la del crecimiento. Una estrategia que ya ha demostrado que puede ser muy perversa y poco útil si no se matiza claramente lo que implica y a dónde queremos que nos conduzca.

Frenar los recortes de gasto público y en general todas las políticas de austeridad que están impidiendo que se regenere el privado y se recobre el pulso económico es una precondición indispensable para que en Europa se vuelva a crear empleo y para garantizar estándares mínimos de bienestar y protección a toda la población. Pero se trata solo de una precondición para evitar el desastre. Para conseguir que no vuelva a producirse otra crisis mayor y con peores perturbaciones y daños que los que ahora estamos sufriendo hacen falta más cosas.

No basta con hacer que crezca el Producto Interior Bruto de cualquier forma ni con inyectar más dinero aún de cualquier modo.

Aunque la crisis se desencadenó en su superficie por la desregulación financiera y por las estafas continuadas que cientos de bancos llevaron a cabo con la anuencia de las autoridades, sus causas profundas (las que la hicieron sistémica) y las que volverán a provocarla de nuevo si no se resuelven, son otras: la gran desigualdad que deriva rentas sin cesar a la especulación financiera, la utilización intensiva y despilfarradora de recursos naturales y energía que rompe la armonía básica y los equilibrios imprescindibles entre la sociedad y la naturaleza, y una progresiva degeneración del trabajo que empobrece a la población y al tejido empresarial y que frena la innovación y el incremento de la productividad.

Sin afrontar todo eso, promover de nuevo el crecimiento del producto interior “a lo bruto”, a base de gasto público e inyectando recursos para la creación de más infraestructuras y para la provisión de más servicios públicos puede frenar la deriva a la depresión en la que nos encontramos, como ya ocurrió con los planes de estímulo, pero será sin duda algo insuficiente y que terminaría provocando problemas aún más graves que los que tenemos.

El crecimiento entendido como un objetivo en sí mismo, sin más matizaciones, medido a través de un indicador tan perverso como el PIB y sin tener en cuenta los costes sociales, ambientales y antropológicos que lleva asociados, favorece la acumulación y volverá a dar buenos beneficios a ciertas ramas del capital, además de generar algo más de empleo y bienestar. Pero, en esas condiciones, éstos últimos no serán los suficientes para alcanzar niveles mínimos de estabilidad y satisfacción social, como demuestra la experiencia vivida en los últimos treinta años, ni con ello se podrá evitar volver a las andadas más pronto que tarde.

Lo que Europa necesita no son planes de crecimiento del PIB sino una estrategia global para la igualdad, el bienestar y la responsabilidad ambiental basada en la promoción de nuevos tipos de actividad, de propiedad y de gestión empresarial, en la generalización del empleo decente, en el uso sostenible de las fuentes de energía y de los recursos naturales que modifique radicalmente el actual modelo de metabolismo socioeconómico, y en la promoción de una ciudadanía democrática, plural, protagónica y cosmopolita. Y también, valga la paradoja, basada en la austeridad pero en lo que ésta tiene de respeto al equilibrio natural y personal y al buen uso de los recursos, y de rechazo al despilfarro; pero no de renuncia a los derechos sociales y a la igualdad, como la entienden los neoliberales.

Y además de ello, son imprescindibles reformas políticas e institucionales que frenen el poder de los grandes grupos oligárquicos y que permitan que las autoridades representativas sean quienes de verdad adopten las decisiones en función de los mandatos de la mayoría social en un marco de una auténtica democracia. Sin crear un auténtico poder público en Europa, sin someter la actuación del Banco Central Europeo a las exigencia de los intereses sociales y sin acabar con su complicidad con los intereses bancarios privados, sin sanear el sistema financiero europeo declarando la financiación de la vida económica como un servicio de interés público esencial, nacionalizando los bancos que no se sometan a él y fomentando nuevos tipos de finanzas descentralizadas y de proximidad, sin disponer de un auténtica hacienda europea y sin replantear el diseño de la unión monetaria, por no mencionar sino las cuestiones más urgentes, Europa seguirá balanceándose irresponsablemente al borde del precipicio y las llamadas al crecimiento solo servirán, si se me permite la expresión, poco más que para marear a la perdiz y engañar otra vez a los pueblos.

La cuestión que hay que poner sobre la mesa en Europa no es si recortamos un poco menos los gastos e inyectamos algo más de recursos a las mismas actividades e infraestructuras de siempre (otra vez carreteras, viviendas, más trenes de alta velocidad… y siempre casi todo en masculino), sino si rompemos o no con el poder de las finanzas privadas y de las grandes corporaciones empresariales y oligárquicas que nos dominan y que son las que nos han llevado a la situación en la que estamos.

 Juan Torres López
Ganas de Escribir

jueves, 3 de mayo de 2012

La desastrosa situación económica actual se debe fundamentalmente al disparatado diseño de la Unión Europea

La imagen que se le ha dado siempre al fenómeno de integración europea ha sido fantástica. Y es cierto que en sus orígenes –allá por los años 50 y 60– no había espacio para pensar algo diferente. Con aquel proceso se pretendía acercar a los países europeos que siempre habían estado enfrentados y así terminar de una vez por todas con sus continuos conflictos bélicos. Con respecto a esto la historia ha demostrado que el proyecto comunitario ha sido un éxito innegable: aquellas guerras libradas entre las naciones europeas más poderosas para controlar los recursos del continente llegaron definitivamente a su fin. Sin embargo, en relación a otros objetivos no se puede decir que la Unión Europea haya sido un éxito, sino justamente todo lo contrario: un estrepitoso fracaso.

El proyecto de la entonces Comunidad Económica Europea no solo decía pretender la paz en Europa, sino también una serie de logros muy ambiciosos. Estos son: libre comercio intracomunitario de bienes, servicios y capitales; estabilidad financiera; proyecto político común; libre movilidad de las personas, política de cohesión regional mediante solidaridad; política social común; ayuda humanitaria a otras regiones menos desarrolladas, etc. Pues bien, salvo el primer objetivo que se ha comentado (libre comercio intracomunitario de bienes, servicios y capitales), el resto ha resultado ser un cúmulo de florituras para adornar y dar color al proyecto europeo. Por muy buenas que fueran las intenciones de algunos dirigentes europeos, con un escueto y triste presupuesto común del 2% no se puede hacer prácticamente nada (especialmente en los proyectos que más financiación requieren como los relacionados con la política social o la política de cohesión).

La historia ha demostrado que el proyecto europeo de integración se ha centrado en factores exclusivamente financieros (libre movilidad de capitales, política monetaria común, creación de una moneda única) y económicos (libre circulación de bienes y servicios). El resto de propósitos han sido dejados ampliamente de lado por falta de voluntad política, lo que invita a pensar que no eran éstos los objetivos que el proyecto europeo buscaba. La estabilidad financiera no solo no se ha podido conseguir sino que incluso se ha deteriorado aún más a raíz de la crisis de deuda actual. El proyecto político común ha sido una broma de mal gusto revelada por el aislamiento al que se han acogido los países europeos con cada una de las crisis económicas que han asolado el continente, demostrando que a la hora de la verdad cada país se ocupa de sus problemas. La libre movilidad de las personas dio un pequeño avance para ahora retroceder con motivo de la crisis económica actual, tal y como demuestra el caso de Dinamarca y más recientemente el de la Cumbre del Banco Central Europeo en Barcelona. Tanto la política social como la de cohesión han sido irrisorias a raíz de las ridículas partidas presupuestarias. Y la ya por entonces minúscula política de ayuda a países del tercer mundo ha sido la primera en caer con el advenimiento de los problemas económicos.

Dejemos las cosas claras: el verdadero propósito del proyecto europeo es desarrollar un clima favorable para los negocios internacionales tanto financieros como empresariales, para lo cual la unión monetaria es su principal herramienta, y la moneda única su consigna número uno. Ese es su principal propósito y el único; ni hablar de solidaridad entre pueblos o bienestar para la mayoría de la población europea. Los principales beneficiados del proyecto europeo son los grandes capitales financieros y los grandes capitales empresariales, puesto que son los que operan a nivel internacional empujados por este clima favorable. Por eso se dice que ésta es la Europa de los mercaderes, y no la Europa de los pueblos (como siempre se nos ha intentado vender).

Pero este deseo de lograr la unión monetaria por encima de todo, sin atender a otros factores igual de importantes e indispensables, conllevó la creación de un engendro de dimensiones colosales cuyos desequilibrios internos han creado el laberinto del que ahora vemos tan complicada la salida.

Disponer de una moneda común y poderosa posee muchas ventajas, pero también muchos inconvenientes. La creación del euro hubiera sido una genial idea si hubiera venido acompañada de un proyecto político y fiscal acorde a semejante aspiración, en el que los estados integrantes tuvieran intereses políticos similares y fuesen más homogéneos, sobre todo en términos fiscales (como ocurre en la mayoría de países del planeta). Dotar a regiones tan diferentes entre sí como lo son Alemania y Grecia de la misma moneda era una completa locura si no venía acompañado de más dosis de unión política y fiscal. Los desequilibrios económicos ya existían y se iban a magnificar en cuestión de años, y tarde o temprano esos desequilibrios terminarían estallando. No hacía falta ser un genio para llegar a esta conclusión: los diferenciales en niveles de inflación (Alemania en torno al 1% y Grecia en torno al 5%) eran tan dispares que no había cabida para otra conclusión. Los tipos de interés, la cantidad de deuda contraída, el precio que había que pagar por ella, así como otros indicadores macroeconómicos ponían de relieve el enorme abismo que separaba Alemania de Grecia (u otros países del norte del continente con otros países del sur).

Estos desequilibrios macroeconómicos no son en absoluto una anomalía propia de la Unión Europea. En todos los países del mundo donde existan territorios muy diferentes económicamente entre sí y que al mismo tiempo compartan una misma moneda se ven envueltos en este tipo de problemas. Así le ocurre muy claramente a los Estados Unidos, con estados tan diferentes como Nevada y Nueva York. La diferencia clave con la Unión Europea es que ésta no dispone de un gobierno común que amortigüe estos contrapesos. En el caso de que la recaudación fiscal del Estado de Nevada no sea suficiente para suplir todos sus gastos no surgiría ningún problema porque esas pérdidas quedarían cubiertas por el gobierno federal gracias a su política redistributiva. Las malas cuentas de un estado como Nevada se acaban compensando con las buenas cuentas de Nueva York, por ejemplo. Pero eso no puede ocurrir en la Unión Europea porque no existe un sistema fiscal común para toda la zona. Las malas cuentas de Grecia no se acaban compensando con las buenas cuentas de Alemania porque no hay ni interés político, ni mecanismo para ello. No viene de más recordar que mientras el presupuesto común de la Unión Europea ronda el 2%, el del gobierno federal estadounidense es del 30%.

La Unión Europea se ha basado fundamentalmente en una integración económica y monetaria de países muy diferentes entre sí, dejando en un último lugar la unión política y fiscal, que son precisamente los factores compensadores de los desequilibrios económicos. El proyecto europeo tiene la puerta abierta a las perturbaciones económicas, pero no contiene mecanismos para amortiguarlas y controlarlas. Sin un interés político común, un sistema fiscal común, y un presupuesto vigoroso común, la Unión Europea no es más que un monstruo generador de conflictos económicos de difícil arreglo. Gran parte de la situación tan desastrosa en la que se encuentran muchos países europeos actualmente es consecuencia de este desastroso e insensato diseño de la Unión Europea.

Eduardo Garzón
Saque de Esquina