La imagen que se le ha dado siempre al fenómeno de integración
europea ha sido fantástica. Y es cierto que en sus orígenes –allá por
los años 50 y 60– no había espacio para pensar algo diferente. Con aquel
proceso se pretendía acercar a los países europeos que siempre habían
estado enfrentados y así terminar de una vez por todas con sus continuos
conflictos bélicos. Con respecto a esto la historia ha demostrado que
el proyecto comunitario ha sido un éxito innegable: aquellas guerras
libradas entre las naciones europeas más poderosas para controlar los
recursos del continente llegaron definitivamente a su fin. Sin embargo,
en relación a otros objetivos no se puede decir que la Unión Europea
haya sido un éxito, sino justamente todo lo contrario: un estrepitoso
fracaso.
El proyecto de la entonces Comunidad Económica Europea no solo decía
pretender la paz en Europa, sino también una serie de logros muy
ambiciosos. Estos son: libre comercio intracomunitario de bienes,
servicios y capitales; estabilidad financiera; proyecto político común;
libre movilidad de las personas, política de cohesión regional mediante
solidaridad; política social común; ayuda humanitaria a otras regiones
menos desarrolladas, etc. Pues bien, salvo el primer objetivo que se ha
comentado (libre comercio intracomunitario de bienes, servicios y
capitales), el resto ha resultado ser un cúmulo de florituras para
adornar y dar color al proyecto europeo. Por muy buenas que fueran las
intenciones de algunos dirigentes europeos, con un escueto y triste
presupuesto común del 2% no se puede hacer prácticamente nada
(especialmente en los proyectos que más financiación requieren como los
relacionados con la política social o la política de cohesión).
La historia ha demostrado que el proyecto europeo de integración se
ha centrado en factores exclusivamente financieros (libre movilidad de
capitales, política monetaria común, creación de una moneda única) y
económicos (libre circulación de bienes y servicios). El resto de
propósitos han sido dejados ampliamente de lado por falta de voluntad
política, lo que invita a pensar que no eran éstos los objetivos que el
proyecto europeo buscaba. La estabilidad financiera no solo no se ha
podido conseguir sino que incluso se ha deteriorado aún más a raíz de la
crisis de deuda actual. El proyecto político común ha sido una broma de
mal gusto revelada por el aislamiento al que se han acogido los países
europeos con cada una de las crisis económicas que han asolado el
continente, demostrando que a la hora de la verdad cada país se ocupa de
sus problemas. La libre movilidad de las personas dio un pequeño avance
para ahora retroceder con motivo de la crisis económica actual, tal y
como demuestra el caso de Dinamarca y más recientemente el de la Cumbre del Banco Central Europeo en
Barcelona. Tanto la política social como la de cohesión han sido
irrisorias a raíz de las ridículas partidas presupuestarias. Y la ya por
entonces minúscula política de ayuda a países del tercer mundo ha sido
la primera en caer con el advenimiento de los problemas económicos.
Dejemos las cosas claras: el verdadero propósito del proyecto europeo
es desarrollar un clima favorable para los negocios internacionales
tanto financieros como empresariales, para lo cual la unión monetaria es
su principal herramienta, y la moneda única su consigna número uno. Ese
es su principal propósito y el único; ni hablar de solidaridad entre
pueblos o bienestar para la mayoría de la población europea. Los
principales beneficiados del proyecto europeo son los grandes capitales
financieros y los grandes capitales empresariales, puesto que son los
que operan a nivel internacional empujados por este clima favorable. Por
eso se dice que ésta es la Europa de los mercaderes, y no la Europa de
los pueblos (como siempre se nos ha intentado vender).
Pero este deseo de lograr la unión monetaria por encima de todo, sin
atender a otros factores igual de importantes e indispensables, conllevó
la creación de un engendro de dimensiones colosales cuyos
desequilibrios internos han creado el laberinto del que ahora vemos tan
complicada la salida.
Disponer de una moneda común y poderosa posee muchas ventajas, pero
también muchos inconvenientes. La creación del euro hubiera sido una
genial idea si hubiera venido acompañada de un proyecto político y
fiscal acorde a semejante aspiración, en el que los estados integrantes
tuvieran intereses políticos similares y fuesen más homogéneos, sobre
todo en términos fiscales (como ocurre en la mayoría de países del
planeta). Dotar a regiones tan diferentes entre sí como lo son Alemania y
Grecia de la misma moneda era una completa locura si no venía
acompañado de más dosis de unión política y fiscal. Los desequilibrios
económicos ya existían y se iban a magnificar en cuestión de años, y
tarde o temprano esos desequilibrios terminarían estallando. No hacía
falta ser un genio para llegar a esta conclusión: los diferenciales en
niveles de inflación (Alemania en torno al 1% y Grecia en torno al 5%)
eran tan dispares que no había cabida para otra conclusión. Los tipos de
interés, la cantidad de deuda contraída, el precio que había que pagar
por ella, así como otros indicadores macroeconómicos ponían de relieve
el enorme abismo que separaba Alemania de Grecia (u otros países del
norte del continente con otros países del sur).
Estos desequilibrios macroeconómicos no son en absoluto una anomalía
propia de la Unión Europea. En todos los países del mundo donde existan
territorios muy diferentes económicamente entre sí y que al mismo tiempo
compartan una misma moneda se ven envueltos en este tipo de problemas.
Así le ocurre muy claramente a los Estados Unidos, con estados tan
diferentes como Nevada y Nueva York. La diferencia clave con la Unión
Europea es que ésta no dispone de un gobierno común que amortigüe estos
contrapesos. En el caso de que la recaudación fiscal del Estado de
Nevada no sea suficiente para suplir todos sus gastos no surgiría ningún
problema porque esas pérdidas quedarían cubiertas por el gobierno
federal gracias a su política redistributiva. Las malas cuentas de un
estado como Nevada se acaban compensando con las buenas cuentas de Nueva
York, por ejemplo. Pero eso no puede ocurrir en la Unión Europea porque
no existe un sistema fiscal común para toda la zona. Las malas cuentas
de Grecia no se acaban compensando con las buenas cuentas de Alemania
porque no hay ni interés político, ni mecanismo para ello. No viene de
más recordar que mientras el presupuesto común de la Unión Europea ronda
el 2%, el del gobierno federal estadounidense es del 30%.
La Unión Europea se ha basado fundamentalmente en una integración
económica y monetaria de países muy diferentes entre sí, dejando en un
último lugar la unión política y fiscal, que son precisamente los
factores compensadores de los desequilibrios económicos. El proyecto
europeo tiene la puerta abierta a las perturbaciones económicas, pero no
contiene mecanismos para amortiguarlas y controlarlas. Sin un interés
político común, un sistema fiscal común, y un presupuesto vigoroso
común, la Unión Europea no es más que un monstruo generador de
conflictos económicos de difícil arreglo. Gran parte de la situación tan
desastrosa en la que se encuentran muchos países europeos actualmente
es consecuencia de este desastroso e insensato diseño de la Unión
Europea.
Eduardo Garzón
Saque de Esquina
No hay comentarios:
Publicar un comentario