lunes, 30 de julio de 2012

La economía voluble

Bastó apenas una declaración de Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo, hace unos días, para que el índice de la bolsa de valores de España subiera 6 por ciento en la jornada, con la mayor alza en dos años, y bajara la prima de riesgo de los bonos de deuda estatal que tiene a ese país contra las cuerdas desde hace muchas semanas. Un entusiasmo similar se provocó en Italia.
 
Lo que dijo Draghi fue: El BCE hará todo lo necesario para sostener el euro. Y, créanme, eso será suficiente. Hay que admitir que es poco el contenido, no es más que un ofrecimiento, como si de un oráculo se tratara. ¡Hay que creer!

Lo que me interesa destacar aquí no es si podrá o no cumplir con su objetivo de salvar al euro, en qué condiciones y cuál será la durabilidad de su intervención. El elemento que me parece relevante en el marco de lo dicho por el funcionario concierne al modo de operación de los mercados financieros o, dicho sin eufemismos, de los poderosos fondos privados e institucionales de inversión y los grandes bancos.

El asunto tiene que ver con la manera en que se toman las decisiones de inversión. La cuestión se resolvía entre los economistas ortodoxos y los operadores hasta antes de la crisis de 2008, asumiendo que las decisiones se basaban en esquemas de racionalidad casi perfecta y que, por lo tanto, los mercados se ajustaban en un nivel de equilibrio óptimo. Este esquema está quebrado.

La racionalidad impuesta a los agentes económicos es el cimiento sobre el que está construida la economía tal y como se enseña convencionalmente en las escuelas y que crea a las teorías y modelos para actuar en los mercados, sean de productos, trabajo, dinero o capital.

Al parecer fue demasiado tibia la advertencia de Keynes cuando, tras la crisis de 1929-33, apuntó: “Aun haciendo a un lado la inestabilidad debida a la especulación, hay otra … que resulta de las características de la naturaleza humana: que gran parte de nuestras actividades … dependen más del optimismo espontáneo que de una expectativa matemática, ya sea moral, hedonista o económica. Quizá la mayor parte de nuestras decisiones de hacer algo … sólo pueden considerarse como el resultado de los espíritus animales … y no como consecuencia de un promedio ponderado de los beneficios cuantitativos multiplicados por las probabilidades cuantitativas”.

Los modelos de racionalidad perfecta, en cambio, generaron la llamada hipótesis de los mercados eficientes, predominante en el entorno financiero. Esta sostiene que los mercados de capitales son tan eficientes que incorporan toda la información relevante para tomar las decisiones y que, por ello, todos los precios de los valores son justos en un sentido económico.

De tal suerte, la única forma de obtener ganancias más altas es comprando títulos de mayor riesgo. Súmese esto al entorno institucional con una regulación más laxa de las transacciones y una fuerte innovación en los productos financieros para crear el entorno de una crisis como la de 1981 y, sobre todo, la de 2008.

La información completa y la existencia de una amplia competencia son la base de modelos económicos y financieros, también de la creación de nuevos productos para administrar los mayores riesgos, como ocurre con los derivados.

Pero ni una ni la otra existen. La información no está contenida toda en los precios, como se ve ahora con los arreglos para fijar la tasa Libor, ni la competencia provoca los ajustes que se le atribuyen, como recientemente se ve en la magnitud de las pérdidas del banco J. P. Morgan por la especulación con derivados. Hay control de la información y concentración en el mercado. Hay grados de monopolio y estructuras de poder, esa es la realidad del sistema económico y social.

Tampoco penetró el trabajo de los economistas la aportación de la psicología, precisamente en el campo de la toma de decisiones bajo condiciones de riesgo. Los criterios en este caso no son compatibles con la supuesta racionalidad de los agentes económicos. Los juicios se forman, en cambio, con la consideración de las situaciones externas, sobre todo en un entorno de gran incertidumbre.

Esto ha creado la base para proponer una economía basada en el comportamiento. No es claro aún cómo podría desarrollarse la disciplina sobre estas bases, pero se abre un espacio muy distinto de análisis al que ha predominado en las últimas décadas englobado en la existencia de las expectativas racionales.

Pues ante lo dicho por Draghi, los operadores financieros reaccionaron modificando instantáneamente sus expectativas y sus decisiones de inversión. Esa declaración no cambió para nada la situación de la deuda española, ni las exigencias derivadas del déficit fiscal, la presión sobre los bancos o el gran desempleo que hoy existe. Cambió la estimación de los riesgos de muy corto plazo y las perspectivas de ganancias financieras.

El estado de las expectativas en un marco de incertidumbre forma los juicios y define la toma de decisiones. Lo que hay es un mercado de alto riesgo donde las tasas de interés en los países más ricos están prácticamente en cero y en el otro extremo son elevadas para compensar un alto nivel de riesgo. Draghi no es un mago y lo que haga, como comprar deuda de los países en crisis, no será una operación suficiente sin un arreglo político de fondo en la Unión Europea y la zona euro. Estas condiciones políticas pueden dejar mal parado al BCE y agravar aún más la situación regional.

León Bendesky
La Jornada

jueves, 26 de julio de 2012

Demasiado grandes para caer... y demasiado grandes para ser rescatados. España e Italia son el dilema del euro

Costo deuda pública española últimos 5 años

Aunque el costo de la deuda soberana ha tenido una tregua, igual se mantiene sobre el 7 por ciento o muy cerca de esta cifra que es totalmente inviable para la economía española. Es una cifra de usura que indica que 7 céntimos de cada euro generado irá a pagar los intereses. O, desde otro ángulo, que tres semanas del trabajo anual se destinarán a este objetivo. Estos son los costos reales del colapso. Un colapso largo y acentuado que ayuda a comprender lo que ha ocurrido en Grecia, Irlanda y Portugal. 

El problema es que España no esta sola en este gran dilema del euro dado que Italia, un vecino que muchas veces se olvida, está con problemas similares. Y ambos países son demasiado grandes para pensar en un rescate conjunto. Y si son demasiado grandes para rescatar, son también demasiado grande para dejarlos caer. El dilema del euro comienza a vivir las horas cruciales de su existencia. De nada han servido las palabras del gobierno y las buenas intenciones de los socios de la UE. Estamos en serios problemas y hay que aceptarlo. El costo de la deuda soberana ha escalado a máximos de una década, mientras la economía se desploma como un castillo de naipes. Estamos viviendo el derrumbe de un esquema Ponzi potenciado en las últimas cuatro décadas con la desmedida pasión del consumo desatado. 

Todo indica que los costos del colapso serán enormes y que esos costos ya hemos comenzado a pagarlos, pero siguen creciendo a medida que se posterga el momento de la verdad. Si hoy debemos trabajar tres semanas para cubrir el coste de los intereses de la deuda, en poco tiempo más llegarán a cuatro y también a cinco semanas. No es de extrañar que la economía esté bajo tal presión y que el desempleo esté en nivel tan escandalosamente altos como indica esta gráfica: 

Desempleo en España a mayo 2012

Esto es porque no hay voluntad de poner fin al esquema Ponzi, y se cree que el problema de deuda se resuelve con la generación de más deuda. Es decir, entregar dinero a los bancos que crearon dinero en forma irresponsable y que no solo han manipulado las tasas de interés sino que también se han prestado para el lavado de dinero y el tráfico de drogas y las impías operaciones de fuga de capitales hacia los paraísos fiscales. Como hemos señalado en otros artículos, este sistema creó la deuda y nos arrastró adonde estamos ahora, y esta deuda se revierte como un bùmerang y lo arrastra a su propio colapso, demostrando que todo no es más que una larga cadena de fraudes y abusos que nadie ha sido capaz de detener. Esto no hace más que precipitar su colapso real y definitivo, pese a todo el sistema político que lo defiende y ampara.

Y ese punto final está muy cerca. España no puede recibir un rescate al estilo griego dado que la UE, ni con toda su invención de fondos posibles, puede seguir creando dinero de la nada. Y aunque se rescate mañana España, luego vendrá Italia y la presión general seguirá siendo abrumadora. Y si lo de Grecia lleva tres años, lo de España e Italia no resistirá 12 meses. Tal vez mucho menos si entra a escena Francia en los próximos dos meses. Francia tiene una deuda pública mayor a la española y muy similar a la alemana. A nadie le ha importado hasta el momento, aunque es una deuda de larga data como señalamos en este post, pero ahora pasará a ser de gran importancia para los tiburones del mercado.

Marco Antonio Moreno
El Blog Salmón

viernes, 20 de julio de 2012

Un paso más hacia la barbarie social

Análisis sobre el Tratado de Estabilidad, Coordinación y Gobernanza de la UE.

El Tratado de Estabilidad, Coordinación y Gobernanza (TSCG) de la Unión Económica y Monetaria, negociado por Nicolas Sarkozy y Angela Merkel, abrió una nueva etapa en la sumisión de Europa a los intereses del sector financiero y a las reglas que este desea que se impongan. François Hollande ha anunciado que lo renegociaría. Ya veremos en qué acaba esto.

Las clases dirigentes y la tecnocracia europea son incapaces de salir de la crisis. De hecho, la utilizan para reducir el gasto público, debilitar los sistemas de protección social y el derecho laboral y privar a los pueblos de voz y voto en las cuestiones monetarias y presupuestarias. Está claro que desde el Tratado de Roma en 1957, la construcción europea ha obedecido a la lógica del mercado, pero su sumisión se ha acentuado con el tiempo. El Acta Única de 1986 supuso un salto cualitativo en este sentido: el objetivo de un mercado único de capitales, productos y servicios abierto a la competencia internacional se convirtió entonces en el eje central de la construcción de la Unión. Al mismo tiempo, la política comunitaria puso en la picota a las empresas públicas y los servicios públicos.

Sin embargo, esta lógica neoliberal se aplica a realidades nacionales profundamente diferentes y la Unión se dota de cada vez menos medios para hacer que converjan. El presupuesto comunitario está congelado en un importe equivalente a un poco más del 1 % del PIB europeo. El Tratado de Maastricht y el proyecto de moneda única se elaboraron como un instrumento de convergencia, pero de convergencia a través de la moneda y la austeridad.

Endurecimiento de la normativa vigente
En 1996, previamente al lanzamiento de la moneda única, el Gobierno de Juppé negoció el Pacto de Estabilidad. Lionel Jospin anunció en la campaña de las legislativas de 1997 que lo renegociaría: “El Pacto de Estabilidad es un súper-Maastricht, una concesión absurda que el Gobierno francés ha hecho a los alemanes o a determinados sectores alemanes. Por tanto, no hay motivo para que me sienta vinculado a este respecto. Después de ganar las elecciones, Jospin optó por no oponerse a la aprobación del pacto y contentarse con solicitar que se añadiera un apéndice sobre el “empleo”. La Comisión Europea y el canciller alemán, Helmut Kohl, aceptaron la inclusión de un capítulo sobre el empleo, lo que era un brindis al sol porque Bruselas no obtenía competencias ni fondos para la lucha contra el desempleo. Los días 17 y 18 de junio de 1997, Jospin firmó el Pacto de Estabilidad y Crecimiento en Amsterdam.

El Pacto de Estabilidad y Crecimiento prorrogaba los criterios de Maastricht: deuda pública inferior al 60 % del PIB, déficit presupuestario inferior al 3 % del PIB. Estas reglas limitaban drásticamente los márgenes de maniobra presupuestarios de los Estados miembros, al tiempo que con la creación del euro perdían su autonomía monetaria. Estos objetivos no pudieron impedir que Irlanda y España, que los respetaban con creces, se hundieran tras el estallido de la crisis financiera.

La crisis dio lugar a partir de 2008 a una recesión y después a un debilísimo crecimiento y un aumento del paro. Sin embargo, tras un año de políticas de apoyo a los bancos y a la actividad económica, ante la agravación de los déficit públicos y el aumento de la deuda pública, los Gobiernos europeos y las instituciones de la Unión optaron por una política de austeridad generalizada. Con el TSCG, los Gobiernos europeos la endurecerán notablemente mediante una serie de disposiciones:

- La instauración de una “regla de oro” que establece que “la situación presupuestaria de las administraciones públicas (…) será de equilibrio o de superávit”. Esta norma deberá integrarse en la legislación de cada Estado miembro “mediante disposiciones que tengan fuerza vinculante y sean de carácter permanente, preferentemente de rango constitucional, o cuyo respeto y cumplimiento estén de otro modo plenamente garantizados a lo largo de los procedimientos presupuestarios nacionales”. Se considerará respetada si el déficit estructural alcanza el 0,5 % del PIB. El déficit estructural es el déficit presupuestario calculado sin incluir las variaciones de la coyuntura y su cálculo plantea numerosos problemas metodológicos. El informe anual de 2012 del Tribunal de Cuentas Europeo señala que el déficit estructural de Francia era del 5 % del PIB en 2010, es decir, de 96.550 millones. Reducirlo al 0,5 % del PIB habría exigido ahorrar casi ¡87.000 millones de euros!

- Con respecto a la deuda pública, los Estados que superen el umbral del 60 % del PIB deberán reducirla en el plazo de tres años a un ritmo medio de una veinteava parte al año.

- En caso de incumplimiento de las normas de déficit presupuestario se pondrá en marcha un mecanismo de sanción a iniciativa de la Comisión. Los países deberán reducir su déficit de acuerdo con un calendario propuesto por la Comisión. Los países con déficit someterán sus presupuestos y programas de reformas estructurales a la Comisión y al Consejo, que emitirán su dictamen y supervisarán la ejecución del presupuesto. Hará falta una mayoría cualificada de países de la zona del euro para oponerse a las sanciones decididas por la Comisión.

- El instrumento preferente para restablecer el equilibrio no es el aumento de los ingresos (sobre todo con cargo a las personas de renta elevada o de las empresas), sino la limitación del gasto, sobre todo el gasto social. En un momento en que el consumo de los hogares se estanca o se reduce, semejante política no hará más que incrementar las dificultades económicas.

Para comprender lo que está en juego hay que contemplar lo que ocurre en países como Grecia, Italia o Portugal. Las instituciones europeas no solo les reclaman esfuerzos de austeridad, sino también reformas estructurales que alteran sustancialmente el derecho laboral, reducen la vigencia de los convenios colectivos e individualizan la relación entre el trabajador y su empresario.

Una prueba para François Hollande
Estas disposiciones del TSCG y la política europea en su conjunto responden a una opción social: los derechos de los acreedores y los beneficios de las grandes empresas contra el resto de la población. La adopción del nuevo tratado, como es lógico, cuenta con el aplauso entusiasta del mundo de los negocios, en particular de la federación patronal europea BusinessEurope; por otro lado, por primera vez en su historia, la Confederación Europea de Sindicatos (CES) se ha opuesto a un tratado europeo.

Durante la campaña electoral, el candidato a la presidencia francesa, François Hollande, hizo declaraciones bastante contradictorias. Por un lado, reafirmó su voluntad de llegar a un equilibrio presupuestario en 2017, es decir, de aplicar en este sentido las disposiciones del tratado. Por otro lado, anunció su deseo de “renegociarlo” para incluir un “pacto de responsabilidad, de gobernanza y de crecimiento”. Hollande se encuentra ahora en la misma situación que Lionel Jospin en 1997. La aceptación o el rechazo del TSCG será por tanto la piedra de toque.

Además, Hollande no se ha pronunciado sobre la cuestión del modo de ratificación del tratado: ¿ratificación parlamentaria (es decir, por una mayoría del PS y la UMP) o convocatoria de un referéndum? No cabe duda de que el rechazo del TSCG abriría una crisis política en Europa. Esta crisis sería deseable porque es ilusorio creer en la posibilidad de modificar por las buenas la orientación de la construcción europea.

La táctica de la socialdemocracia europea es un callejón sin salida. Desde hace años, los Gobiernos socialistas han aceptado la construcción neoliberal, o incluso la han suscitado, como en el caso de Jacques Delors (entonces presidente de la Comisión después de haber sido ministro de Hacienda bajo Mitterrand) con el tratado de Maastricht. El argumento ha sido siempre el mismo: la cuestión social vendría después. Resultado: unas reglas que han agravado en Europa el impacto de la crisis y hacen pagar a los pueblos los platos rotos del sector financiero, sin garantías frente a un retroceso de la construcción europea en los próximos meses.

La idea de una Europa unida defendida, frente a los nacionalismos, por los progresistas desde el siglo xix, de Victor Hugo a León Trotsky, se desacredita por su identificación con un capitalismo cada vez más marcado por la “barbarie social”. Otra Europa es necesaria: pasa por el rechazo del TSCG y por una movilización social y política capaz de imponer medidas anticapitalistas.

Henri Wilno
* Publicado originalmente en la revista Tout est à nous ! nº 33 (junio de 2012).
Traducción: VIENTO SUR

miércoles, 18 de julio de 2012

Españoles convertidos en griegos

España, que siempre denostó a Grecia, ha sido intervenida por la troika europea y se ha convertido en un nuevo país tutelado. Merkel pregona para la Europa del Sur políticas que nunca aplicó en su país.

Ahora que ya nos han intervenido en toda regla quizá comprendamos, como país, la situación y sentir de los griegos de los que hemos estado desmarcándonos de forma tan miserable. Somos víctimas del mismo fraude que ellos: los de abajo pagando por estafas internacionales realizadas por el sector financiero y consentidas por el poder político. Los ahorros y sacrificios son para pagar las deudas de ese sector, que es internacional. Y los imponen los mismos políticos que sancionaron el casino.

Además, dentro de ese fraude social manifiestamente injusto, en Europa, especialmente en la Europa del Sur, somos víctimas de una política estúpida y miope con la que Berlín y Bruselas intentan resolver mediante devaluación interna el defecto de nacimiento del euro, una unión monetaria sin unión fiscal. El resultado es una asfixiante política de austeridad que agrava la situación. Grecia es eso. Y ahora nosotros somos Grecia.

Es verdad que el gobierno griego mintió en sus cuentas y que el gobierno español dio alas al ladrillo para mantener su “España va bien”, “superamos a Italia” y “vamos a por ti, Francia”. Son diferentes modalidades de la misma mentira. Meros detalles. No hay país europeo que no haya mentido con su economía. La mentira de Alemania es particularmente desvergonzada y a diferencia de la española o la griega, aún está por desvelar. Se trata de que la Señora Merkel pregona para sus socios cosas que no practica en su país.

Alemania hizo recortes sociales muy dolorosos en 2003, cuyo impacto en la productividad y el crecimiento fueron casi nulos. Donde sí tuvieron impacto, junto con las bajadas de impuestos a ricos y empresas, fue en la tasa de beneficio de la minoría más rica. El Estado Social alemán era, y es, una bestia mucho más rechoncha que su equivalente meridional. Había más grasa y el adelgazamiento fue menos intolerable. Los ajustes alemanes fueron dolorosos pero no tienen nada que ver, en sus plazos y en su profundidad, con lo que se ha hecho en Grecia y lo que se va a hacer ahora en España.

En 2005, la hoy canciller Merkel y entonces mera candidata de la CDU anunció en el congreso de su partido en Leipzig reformas radicales, pero cuando llegó al poder y firmó el acuerdo de coalición con los socialdemócratas, con quienes compartió su primer gobierno, decidió frenar las reformas para no sobrecargar a la gente de tal forma que los dolores de los recortes no se hicieran insoportables. De paso mandó a paseo el compromiso europeo de mantener el déficit por debajo del 3%, y, al revés, practicó una política económica expansiva.

En 2009, Alemania entró en recesión, y ¿qué hizo la Señora Merkel, que ya no gobernaba con los socialdemócratas, sino con socios tan neoliberales como ella?: estimuló la economía invirtiendo dinero en el kurzarbeit, la jornada a tiempo parcial, subvencionó al fundamental sector del automóvil con el llamado Abwrackprämie, la rebaja por compra de coche nuevo a los propietarios de modelos viejos, y metió mucho dinero en infraestructuras y escuelas sin bajar en ningún momento los presupuestos de educación.

La lista contiene todo lo contrario de lo que Merkel dice que hay que hacer en Europa: recortar, impedir mediante el corsé del Pacto Fiscal cualquier huida del compromiso de déficit, nada de programas de estímulo y castigar a la población mucho más allá de lo soportable –lo de Grecia, capítulo en el que ahora va a entrar España.

Este cinismo no es particularmente malvado ni exclusivo de la canciller: es lo que se ha hecho siempre desde los países más poderosos de Occidente: recomendar e imponer políticas, a Rusia, a América latina, al Tercer Mundo en general, que ellos nunca practicaron en casa por la sencilla razón de que la austeridad unilateral nunca ha funcionado en ninguna parte y porque las enormes tasas de paro del 20%, que Grecia y España sufren, desestabilizan las sociedades y convierten a sus gobiernos en misión imposible. Con más de quince millones de parados –el equivalente a nuestro 20%– también Alemania sería un caos y probablemente un caos mucho peor que el griego por la ausencia o extrema debilidad en Alemania de mecanismos y redes de solidaridad familiar que en el mundo mediterráneo son importantes.

Como la actual receta obviamente no funciona, hay que ir en otra dirección. Una solución podría ser la alemana, pero la de verdad, no la leyenda, y, naturalmente, adaptada a nuestras condiciones y , a poder ser, manifiestamente mejorada. Es decir, aflojar la austeridad, denunciar la deuda y no pagarla (por lo menos, en toda aquella parte manifiestamente odiosa), hacer caso omiso del estúpido Pacto Fiscal, invertir en educación y en transición energética hacia renovables de forma descentralizada y sostenible, practicar una política fiscal menos injusta que grave a los más ricos, acabar con la ignominia de los desahucios, cuidar nuestra satisfactoria sanidad, mejorar nuestras universidades y formación profesional, etc., etc.

Obviamente, para ello es preciso una sociedad despierta, activa y comprometida con tal programa. Son necesarias nuevas fuerzas políticas. Y como el caso griego ha evidenciado con sus 17 jornadas de huelga general, no basta con protestar en casa contra decisiones que vienen de fuera, sino que hay que actuar directamente contra Bruselas y Berlín, en coordinación con los sindicatos y la ciudadanía de otros países y teniendo siempre mucho cuidado en no degenerar en un nacionalismo excluyente.

Ahora que la Unión Europea quiere disolver, aún más, la soberanía nacional, los nacionalismos –catalán y español incluidos– son necesarios, pero hay que manejarlos con cuidado pues a esta fiesta acudirán no pocos vendedores de alfombras dispuestos a hacer pasar las graves cuestiones sociales e internacionales del momento por ajustes de cuentas nacionales con promesas de dorados amaneceres.

La identidad europea, si es que algún día llega a existir tal excéntrico concepto, debe forjarse desde la ciudadanía. Como el ciudadano es el sujeto de la nación, cualquier identidad civil europea seguirá siendo necesariamente nacional por varias generaciones. Así que el “más Europa” sólo puede alcanzarse desde abajo y desde las naciones –desde todas ellas, no sólo desde los Estados-nación– y no contra ellas. Un “más Europa” contra la ciudadanía y contra las naciones es lo que sugiere el último delirio de Berlín. El “más Europa” merkeliano no es más que un fraude que se agita para tapar las desastrosas consecuencias del anterior, es decir para cubrir el desastre ocasionado por la austeridad y la disciplina dirigida a pagar deudas odiosas. No creo que ni la propia Merkel se lo crea, pero algo debe decir para seguir pasando por europeísta cuando es la líder de la desolidarización europea, Habermas dixit.

Lo que está en crisis no es el euro, sino precisamente una Europa construida conforme a los mercados. Contra esa fracasada Europa conforme al mercado que se quiere profundizar –lo que evidencia que los burócratas de Bruselas no han entendido nada–, hay que inventar una Europa conforme a los ciudadanos y sus naciones. No funcionará como unos Estados Unidos de Europa, pero eso es más virtud que defecto. Será algo necesariamente ambiguo y fofo, pero ahí estará la gracia porque esa es la vía democrática.

Rafael Poch 
La Vanguardia.

martes, 17 de julio de 2012

Banco de España acumula saldo negativo de 408.420 millones de euros en los Target2


Fuga de capitales

Un informe verdaderamente lapidario y alarmante publicó ayer el Banco Central de España y, como es habitual, aún no sale ninguna nota en la prensa española. El informe da cuenta de algo que apuntábamos ayer: la quiebra total de la banca española y del gobierno español que ha corrido a socorrerla. De acuerdo al informe del BdE, la deuda de España por la vía del programa Target 2, escaló en junio a 63.314 millones de euros, alcanzando un récord de -408.420 millones de euros en contra. Si entendemos que los fondos del mecanismo de rescate que la UE prepara para el próximo año llegan a 500.000 millones de euros, sólo los pasivos del Banco de España en el programa Target2 superan el 80 por ciento del fondo. 

Esto da cuenta de la forma en que se ha intensificado la crisis en España como un momento previo al colapso de la Unión Europea en su conjunto. La banca está totalmente quebrada y paralizada y en su quiebra arrastra a los gobiernos y a los contribuyentes que se verán castigados por un aumento del IVA, tal como anticipamos, y un recrudecimiento de la crisis sin parangón que cada día se hace más insostenible. Las necesidades de capital y el financiamiento del sistema bancario español es simplemente demasiado grande y el estado difícilmente puede ser refinanciado en los mercados financieros con las actuales tasas de 7 por ciento que no tienen ningún asomo de ceder. 

El desarrollo de la balanza de Target2 para el Banco de España acumulaba en mayo un saldo negativo de -345.105 millones de euros, con el incremento en ese mes por -45.360 millones de euros. En abril el saldo en contra era de -299.745 millones de euros, lo que indica que en sólo dos meses el saldo negativo se incrementó en un 36%. A este ritmo la bomba de tiempo inició su cuenta regresiva y lo que espera para este segundo semestre y el próximo año será mucho peor a todo lo vivido en el 2008. La gran diferencia es que esta vez no habrá ninguna alternativa de socorrer a nadie (ni a bancos ni a empresas) lo que dará cuenta de un escenario desolador.

Esto es así porque los desequilibrios que se viven al interior de la eurozona siguen cundiendo y todas las propuestas han fracasado miserablemente por la cantidad de villanos involucrados que saltan de la banca a los gobiernos o de los gobiernos a la banca urdiendo fraudes cada vez más solapados como los que hemos denunciado con la manipulación de la tasa Libor, que ha llegado también al Deutsche Bank y al Euribor. Esta es la más clara señal de que el sistema está terminado y que se mantiene artificialmente a flote gracias al desconocimiento generalizado y a los formidables actos de habla de los líderes europeos. El daño ya está hecho y a estas alturas no hay forma de revertirlo.

Para el caso español, parte del abultado pasivo del Banco de España se enmarca en la masiva fuga de capitales que en los últimos 12 meses llega a 223.420 millones de euros. Frente a esto, la UE ha propuesto una “intervención suave” de los hombres de negro a cambio de una ayuda por 30.000 millones de euros que en verdad no será más que un pequeño bocado a la voracidad de los especuladores. Otro acto de habla de los líderes europeos que va directo al fracaso. 

Marco Antonio Moreno
El Blog Salmón

miércoles, 11 de julio de 2012

Se ríen de España y de los españoles

Leer las páginas económicas o incluso solo las portadas de los medios se está convirtiendo en un ejercicio de puro masoquismo: no hay manera de disimular el ridículo que está haciendo España.

Hace un mes que se aprobó el rescate de la banca española que según Rajoy resolvía el problema de nuestra economía y que mereció una surrealista felicitación del Rey Juan Carlos. En este tiempo ha habido cumbres y varias reuniones de los ministros de Economía pero hasta el momento no se han fijado ni las condiciones concretas, ni qué cantidad exacta se precisa, ni cuándo comenzará a ser efectivo. Se hacen declaraciones contradictorias diciendo un día blanco y otro negro pero siempre se insiste en lo mismo: hay que seguir rebajando gastos y derechos y reduciendo los ingresos de los trabajadores. Lo que era la solución resulta que lo ha empeorado todo y nadie, sin embargo, da cuenta de ello.

Se han reído de nosotros. El objetivo es salvar a la banca alemana, que es lo que de verdad les interesa, pero quieren hacerlo con las máximas garantías y eso obliga a que el rescate sea uno definitivo, directamente sobre la economía española y con la garantía directa del Estado. El de los 100.000 millones para los bancos no era sino una salva porque resulta infumable: nadie puede entender que si es a los bancos a quien hay que rescatar se haga responsable de ello a los ciudadanos en su conjunto. Por eso, para provocar el grande, están dejando que nos precipitemos al abismo, no porque la cuantía de nuestra deuda pública sea excesiva, como dicen, sino porque nos atan de pies y manos y nos empujan ante los inversores. Simplemente haciendo lo que está haciendo el Banco Central Europeo, nada de lo que haría un banco central auténtico, bastará para que seamos intervenidos en poco tiempo y para que nuestra economía sea puesta bajo control directo y permanente de los acreedores alemanes. Queda muy poco tiempo para que las comunidades autónomas se declaren sin liquidez y para que el propio Estado, con tipos en los mercados superiores al 7% u 8%, se reconozca incapaz de hacer frente a sus compromisos de pago. Esa es la secuencia inevitable que producen las medidas que se están tomando.

Si lo que quisieran de verdad fuese salvar a nuestra economía y al euro no harían lo que están haciendo ni nos seguirían obligando a tomar medidas que van a hundir más la demanda, la generación de ingresos, o incluso la posibilidad de que paguemos la deuda que dicen querer que paguemos. Si desearan realmente frenar la presión de los mercados bastaría que el Banco Central Europeo fuese lo que no es, y que se adoptara una estrategia de creación de actividad y empleo para toda Europa en el marco de un pacto global de rentas, pero es que no buscan eso. Quieren que la prima de riesgo siga subiendo para extorsionar más fácilmente y acelerar lo que revestirán como una situación de emergencia que no admita retóricas. Se ríen de nosotros porque lo que van buscando es someter a nuestra economía y no salvarla en un marco de cooperación y unión europeas.

La última tomadura de pelo de quienes se pasan todo el día diciendo que hay que respetar a los mercados y dejarlos que actúen con plena libertad ha sido salvar una vez más la cara de los bancos permitiendo valorar sus activos a precios “razonables” en el marco de una agencia inmobiliaria sui generis, como ya adelantamos que harían en nuestro libro Lo que España necesita. Es decir, que una vez más se pasan por el forro lo que establecen libremente los mercados que tanto dicen respetar: si el precio razonable no es el que fijan los mercados ¿para qué puñetas sirven? Se ríen de nosotros porque una vez más nos están robando delante de nuestra mismos ojos.

En España es nuestro propio gobierno quien se ríe de nosotros engañándonos sin piedad.

El Ministro de Economía alaba sin descanso a las autoridades europeas, agradece sus propuestas razonables y jura y perjura que haremos todo lo que sea necesario para contentar a los mercados, porque es lo que más nos conviene. Pero, justo al mismo tiempo, el de Asuntos Exteriores suplica al Banco Central Europeo (donde hemos perdido la influencia que teníamos, aunque tampoco podamos decir que la hayamos utilizado precisamente a nuestro favor) para que intervenga contra los mercados y ponga formes a los especuladores. Un alarde de discurso coherente y de sincera estrategia compartida. El Ministro de Hacienda, que ya ocupa la cartera por segunda vez, reconoce que ha de subir el IVA porque es un incompetente que no sabe hacer que todos paguen lo que tiene que pagar y Cospedal se consolida como la mayor y más desvergonzada demagoga del reino. Ahora carga contra la función pública sin caer en lo que ella tendría que ser la primera en recordar: que en España hay menos trabajadores públicos en relación con la población activa total que en la media de los Quince, que se gasta menos en retribuirlos, que nuestro sector público es bastante más reducido que el de los países más avanzados y competitivos de nuestro entorno, y que esos seres despreciables a los que se refiere y a los que ya está poniendo en la calle son los maestros o los médicos de los hijos de familias que no pueden pagarse servicios privados, por cierto, casi siempre de peor calidad que los públicos a pesar de que disponen de más recursos y de que no asumen todas sus cargas. Y olvidando, sobre todo, que la función pública con la que quieren acabar fue la mejor e imprescindible solución para evitar que las oligarquías de los partidos (de las que ella forma parte) se hicieran dueñas del Estado en perjuicio de la mayoría de la población.

Pobre España y pobre pueblo español, tan silencioso y obediente. Vibra de patriotismo cuando gana La Roja pero enmudece cuando le roba una potencia extranjera o cuando su gobierno le miente y le traiciona.

Juan Torres López
Público.es

Menos democracia, más recortes sociales, más pobreza generalizada

Acuerdo del Eurogrupo: dar dinero a la banca va a hacer que cada vez más gente no llegue a fin de mes

La reunión del eurogrupo, celebrada la tarde noche del 9 al 10 de julio, confirma lo que ELA denunció un mes antes, cuando el eurogrupo se reunió el 9 de junio. No se trata de un rescate, sino de un empujón al precipicio. Lo acordado en ambas reuniones (y que ahora se dice que se tendrá que concretarse más el próximo día 20) es muy grave, tanto por la forma como por el fondo. 

Nos encontramos ante un procedimiento antidemocrático. La democracia se basa en la información, en la transparencia, en la información veraz y en el debate social y político. Y en la Unión Europea ocurre justo lo contrario. Los gobiernos de la UE están de acuerdo en seguir aplicando las políticas de recortes, y han establecido un mecanismo basado en la mentira. En lugar de información hay mucha desinformación (a día de hoy todavía no se sabe el contenido de los compromisos que el gobierno español ha asumido para recibir el crédito de 100.000 millones). Se nos ha repetido hasta la saciedad que el crédito es a los bancos, lo cual es totalmente falso: el crédito es al gobierno, que lo tendrá que devolver con intereses, cuya cuantía tampoco se ha hecho pública. La opacidad sustituye a la transparencia. Y el debate social y político es secuestrado por una élite (los ministros de finanzas o los presidentes de gobierno) que entre cena y cena, con nocturnidad y alevosía, toman las decisiones que dicen que impone Bruselas. Ellos deciden cuando nos van a decir las cosas. Y como ocurrió el año pasado con la modificación de la Constitución, el periodo vacacional se habilita para ello. Nos recuerda tiempos pasados. 

El resultante es claro: el fin (aplicar los recortes) justifica los medios (la anulación de los procedimientos democráticos). Es una estrategia que trata de adormecer a la población, hacernos creer que no hay alternativa. Estamos ante una operación orquestada. Es muy grave. 

Los contenidos de lo acordado se van dando a conocer poco a poco. A falta de poder acceder a la totalidad de los mismos, sí se pueden señalar algunos aspectos: 

· Se reitera que es un préstamo al gobierno, no a la banca. El préstamo lo recibirá el Fondo de Reestructuración Ordenada Bancaria (FROB), que es un Fondo público, del gobierno español, por lo que dicho préstamo va a computar como deuda pública. 

· Se van a establecer condiciones para el sector financiero, que por una parte afectarán a todo el sistema financiero, a la vez que habrá exigencias para las entidades financieras que reciban dinero del FROB (política de bonus y dividendos, venta de activos y de oficinas, despidos, etc.). 

· Se van a establecer condiciones a las políticas públicas del gobierno. En contra de lo reiterado por los distintos responsables del gobierno español, los créditos estarán condicionados a cambios de las políticas fiscales, sociales o laborales. El comunicado emitido por el eurogrupo hace una referencia explícita a las Recomendaciones del Consejo Europeo aprobadas el pasado 30 de mayo, que instan a la reducción adicional del déficit público, reducir las cotizaciones sociales y aumentar el IVA y otros impuestos indirectos, nuevos recortes de las pensiones, más reformas laborales, etc. El gobierno de Rajoy ha anunciado que muchas de estas medidas las va a aplicar de manera inmediata. 

· Es un préstamo a plazos. De los 100.000 millones de euros que se van a prestar al gobierno, antes de finales de julio le darán 30.000 millones. El resto, en el futuro, dependerá de que se cumplan las condiciones que se fijen. Es decir, si el gobierno hace los deberes, se le dará más crédito, si no, no. Es un crédito condicionado a aplicar más recortes. Como en Grecia, Portugal o Irlanda. 

· Es un dinero que se va a dar a la banca, sin visos de que se vaya a recuperar. Ahora a Bankia le quieren dar 23.500 millones de euros. Nadie en su sano juicio puede pensar que ese dinero se va a recuperar en el futuro. Que en julio vayan a prestar al gobierno 30.000 millones tiene que ver con el agujero de Bankia. 

· Además habrá que devolver intereses, que se calculan en unos 4.000 millones de euros al año. Se habla de que el tipo de interés rondará el 4%, muy por encima del 1% al que el BCE ha prestado un billón de euros a la banca en diciembre y febrero. 

· Supone una intervención del Estado español. A partir de ahora, la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el FMI van a evaluar cada 3 meses la actuación del gobierno y del sistema financiero. Van a tener poderes de supervisión y control, lo que supone una evidente pérdida de soberanía. Y todo por salvar a la banca. No merece la pena. 

Podemos extraer algunas conclusiones:
· Las políticas de recortes que se están aplicando en el estado español, y que se van a intensificar en los próximos días y semanas, suponen un empobrecimiento generalizado de la población. Están agravando la recesión, aumentando el desempleo, recortando la protección social y haciendo que cada vez más gente tenga problemas para llegar a fin de mes. Aumentar el IVA, o recortar las pensiones o las prestaciones por desempleo son políticas injustas que hacen que la crisis la paguen quienes no tienen responsabilidad en la misma. 

· Esta política se basa en la manipulación y en la mentira. La forma en la que se imponen a la población estas medidas antisociales, a la vez que se destinan cantidades ingentes de dinero público para la banca, deterioran la democracia debido a la ausencia de información veraz y de debate social. 

· Destinar grandes cantidades de dinero a la banca es injusto e inmoral. Supone salvar a los banqueros a costa del bienestar de la mayoría de la población. 

· Se está profundizando en un modelo de construcción europeo claramente antisocial, que ELA rechaza. 

Queremos denunciar que existe un acuerdo político de fondo para ir en esa dirección. Un ejemplo significativo de ello es la ratificación del último Tratado de la Unión Europea, realizada el pasado 21 de junio en el Congreso español, con el voto favorable de PP, PSOE, PNV o CIU. La poca relevancia concedida a un debate tan importante es también destacable. 

· Lo que ocurre en el estado español es cada vez más parecido a lo sucedido en Grecia, Portugal o Irlanda. El resultado de las políticas que se aplican en todos estos lugares es nefasto. Solo favorecen a quienes se enriquecen a costa de los recortes salariales, sociales y las privatizaciones. Quienes gobiernan deberían explicar porqué trabajan a favor de una minoría poderosa. 

· Existe una alternativa, que supone una salida justa a la crisis, y que consiste en la no aplicación de los recortes y un cambio radical de las políticas fiscales y sociales. Esta política supone confrontar con la actual lógica neoliberal y capitalista, y confrontar también con el poder económico y financiero. 

· El rechazo social y la movilización supone la única vía para cambiar las políticas. 
 
Idoia  Intxaurbe y Mikel Noval
Rebelión
 

lunes, 9 de julio de 2012

La rana puede fabricar manteca

Llego a Europa. Leo los diarios. Escucho reportajes a políticos. Visito universidades para oír a los pensadores actuales. No puedo comprender. Esta Europa de hoy, ¿no aprendió nada? Es la primera pregunta que nadie me sabe responder. Sólo la sonrisa irónica como respuesta, o el mover los hombros en el “qué sé yo”. Quisiera reunir ya a los grandes economistas de la historia que por supuesto no me aclararían nada o tratarían de explicar lo inexplicable. Estoy en Alemania. Soñé anoche que lograba reunir a diez de sus más grandes filósofos para que me explicaran el porqué del HOY. Vinieron todos: Kant, Schopenhauer, Hegel, Nietzsche, Marx, Adorno, Jaspers, Leibnitz, Husserl y Habermas. Por supuesto, Freud no vino.

Comencé con Kant, a quien lo invité a caminar por el bosque. Le pregunté casi en tono de reproche cómo él había pensado en lograr la Paz Eterna. Llevaba en mi bolsillo un montón de recortes de diarios de los últimos días. Comencé con este título: “Más tanques de guerra alemanes para el reino de Arabia Saudita”. “Se está hablando de la venta de entre 600 y 800 tanques Leopard II alemanes. Los árabes prefieren el tanque alemán al norteamericano M1 Abrams.” Le digo a Kant: ¿Cómo Alemania, luego de la terrible experiencia de la última guerra donde murieron millones de seres humanos y sus ciudades fueron destruidas, puede vender armas a un Estado como Arabia Saudita que no es democrático y no respeta los derechos humanos, además de haber aplastado en el 2011 el movimiento democrático de Bahrein? Kant guarda silencio. “Al mismo tiempo –le digo, y le leo la noticia–, Alemania vende desde hace años submarinos a Israel. Submarinos con cabezas explosivas atómicas.” El silencio continúa. Tomo otra información, del 5 de junio de este año: “Alemania es el tercer país exportador de armas”. Exporta el 11 por ciento de la venta total en el mundo, después de Estados Unidos (30 por ciento) y de Rusia (23 por ciento). Y ahora viene la sorpresa que puede deprimir al más optimista de los seres humanos: el principal país que compra armas alemanas es Grecia, con el 15 por ciento del total. Grecia, el país más pobre de Europa, con millones de desocupados y en una crisis económica sin regreso. Fantasías de la realidad.

Lo miro a Kant, quien sigue en silencio. Luego tomo otros recortes de diarios recientes: “En Estados Unidos se suicidan por día en promedio 18 ex soldados que regresan de la guerra en Irak y en Afganistán”. Dieciocho vidas por día. Toda una lección. También ocurrió eso con gran cantidad de soldados argentinos que volvieron de Malvinas, le agrego. Sigo leyendo la crónica de los soldados estadounidenses que regresan de Irak y de Afganistán: “Cada año se calcula que se suicidan 6500 soldados que regresan de esas guerras. Por cada uno que muere en los campos de batalla mueren 25 en sus casas, al regresar. Acaba de ocurrir en California que un veterano que regresó se ahorcó delante del edificio de oficinas de atención de ex soldados”. Pero estas enseñanzas no alcanzan –continúo diciendo a Kant–, no, ahora entró la moda de la mujer soldado. Es decir, al ser que trae la vida se lo educa para matar, se le pone uniforme como a los hombres y se les hace marcar el paso y aprender a apretar el gatillo. El 11 de junio de este año los diarios alemanes publicaron esta noticia: “Ejército con muy pocas damas” (título del diario Frankfurter Rundschau). “El inspector general del Ejército Federal de Alemania quiere duplicar el número de mujeres militares, del 9 al 18 por ciento.” Pero el general Wieker no está del todo conforme, ya que de las 18.000 soldados mujeres, sólo 3400 pertenecen al sector en el que son preparadas para ir al frente de combate. El citado general ha dicho que las soldados mujeres necesitan mucha más experiencia de tropa del frente.

Pobre Kant, pienso. La Paz Eterna y el ser humano ha llegado al extremo de querer educar a la mujer como militar. Claro, los estudios señalan que los soldados varones califican de malo el rendimiento de las mujeres militares, aunque los exámenes realizados demuestran que las mujeres militares obtienen mejores notas en lo que respecta a sus cualidades intelectuales y en cuanto al cuidado y preparación de sus cuerpos. Bueno, tal vez tengan futuro militar.

Aquí me detengo y pienso con nostalgia en las luchas de las mujeres por su verdadera liberación. Y las veo con un futuro con uniforme. Sí, por qué no, pero sueño en soldados de la paz, que en los desfiles y las marchas lleven flores en los caños de los fusiles en vez de balas. Y que los grupos feministas del mundo marchen todos los años a las fronteras y en vez de barreras allí planten flores.

Pero hay seres humanos que no se rinden. Los mismos diarios que trajeron las notas guerreras el 19 de junio recordaron la figura de Carl Friedrich von Weizsä-cker, el sabio que fue uno de los que ayudó a descubrir la energía atómica y que luego se convirtió en un emisario de la paz en el mundo. Cuando vio los resultados de sus estudios se dio cuenta de que sólo la paz eterna –aquella de Kant– podría salvar al mundo y desde ese momento fue uno de los filósofos más jugados en cuanto a la defensa de la paz en el mundo. Su figura fue resaltada en los últimos días porque se cumplieron los cien años de su nacimiento.

El lector ese día no comprendió al mundo: dos hojas de los diarios para recordar la figura de Carl Friedrich von Weizsäcker y tres hojas para reflejar los grandes negocios de la venta de armas.

Me detengo. Lo miro a Kant en nuestro paseo por el bosque. En mi mirada hay algo inquisitivo. El porqué de todo esto. Ahí está la pregunta: ¿Es que nada tiene solución? Kant me responde: ya que lo has nombrado te traigo una respuesta que dio Von Weizsäcker ante la misma pregunta: “Cuando un joven me dice que nada se puede lograr, le respondo: no es así, la rana saltarina que cae en un frasco con leche comienza a saltar y de tanto pegar saltos, la leche se convierte en manteca”.

Hemos dejado el bosque y de pronto se abre una llanura muy seca, sin hierbas. Kant me toma de la mano y me lleva: de pronto ahí ha crecido un rosal, pleno de flores. Kant acaricia la flor, me sonríe y se va.

Vuelvo a la reunión de filósofos. Les hablo de la Europa actual. La desocupación, la amargura, el euro, el “ajuste” capitalista, el aumento para la edad de jubilarse, más impuestos. Y le leo la lista oficial de los “ejecutivos” que ganan más en Europa. El que más gana es el manager de la fábrica de automóviles alemana Volkswagen, Martin Winterkorn, nada menos que 17,7 millones de euros al año; luego le siguen: Vittorio Colao (Vodafone), 14,2 millones; José Jiménez (Novartis), 12,6 millones; Bob Dudley (BP), 11,1; Alfredo Abad (Banco Santander), 10,2; Andrew Witty (GlaxoSmithKline), 9,58; Josef Ackermann (Deutsche Bank), 9,35; Peter Voser (Shell), 9,33; Peter Walsh (Diageo), 8,9; y Dieter Zetsche (Daimler), 8,6 millones. Un continente democrático. Con millones de desocupados, en especial los jóvenes.

Les leo la lista a los filósofos. Se levantan en silencio. Marx apenas murmura: “A pesar de todo, no me equivoqué”. Nietzsche pega una carcajada. Quedo mirando mis manos vacías. El pueblo griego –aquel que tuvo a Sócrates, Platón y Aristóteles–... acaba de votar a la derecha.

Osvaldo Bayer
Desde Bonn, Alemania
Página/12

La llamada del abismo: crisis financiera, Unión Europa y deuda

I
De nuevo volvemos a estar en el precipicio. Más bien, agarrándonos a los últimos salientes para evitar la caída definitiva. Y de nuevo es el sector financiero el principal origen de las mayores preocupaciones. Desde el crash de Lehman Brothers hemos asistido al hundimiento sucesivo de economías nacionales y a la intervención pública masiva en los mercados financieros. Ni las economías más afectadas esgrimen síntomas de mejoría, ni los problemas del sector financiero han desaparecido. Las tensiones en los mercados financieros han sido continuas y a estas alturas resulta evidente que lo de salvar a los bancos para dar liquidez a la economía real era un cuento bastante parecido al de la lechera. A pesar de las masivas inyecciones de capital que en muchos países se realizaron a los grandes bancos los problemas del sistema bancario no se han solucionado. Sólo se ha podido retornar un 20% de las ayudas recibidas (nada que ver con el rescate de los bancos suecos a principios de los noventa) y el rosario de bancos que han vuelto a presentar problemas graves (Dexia, JP Morgan, Barclays...) va creciendo cada semana. El fracaso de las sucesivas evaluaciones y tests de estrés practicados a la banca europea es una buena muestra de la capacidad de las instituciones financieras para eludir controles serios, o de la dificultad de realizar una evaluación sensata de riesgos en el enmarañado mundo de las finanzas.

El caso de la banca española es paradigmático. Considerada al principio de la crisis como una de las más sólidas del mundo (porque en la anterior crisis bancaria —la de los setenta— se habían introducido una serie de medidas cautelares), en poco tiempo ha derretido su prestigio y ha pasado a convertirse en conjunto en una “banca-basura”. Alguien debería explicar por qué han fracasado estrepitosamente los controles del Banco de España, las sucesivas evaluaciones de riesgos, las variadas reformas bancarias. Una sarta de intervenciones que al poco tiempo se han mostrado ineficaces o erróneas. No hay ninguna garantía que la última evaluación que sitúa el agujero de la banca española en 62.000 millones de euros vaya a ser la definitiva, puesto que los bien pagados evaluadores se han limitado a realizar un informe a partir de los datos previos que les ha suministrado el propio Banco de España. Sin contar la poca credibilidad que puede tener una consultora como Oliver Wyman, que anteriormente había calificado al irlandés Allied Irish Bank como el mejor banco del mundo, pocos meses antes de conocerse su situación de verdadera ruina.

El sistema financiero se ha convertido en un verdadero sumidero de recursos y un atractor fatal para las cuentas públicas y el endeudamiento de muchos gobiernos. Y se ha convertido en un verdadero peligro sistémico para la economía mundial. Un sumidero que es el producto de la extrema libertad de acción que las políticas neoliberales han permitido a las entidades financieras, a la ingente capacidad de creación de activos financieros que posibilitan la opacidad, la especulación, la dificultad de control de los movimientos fiscales. Unas políticas legitimadas por cientos de economistas empleados en la academia y las grandes instituciones que han contribuido a crear el marco analítico que las ha permitido y que han servido también como parachoques frente a los que han defendido la necesidad de una regulación en serio. Destaca la rapidez con la que los gobiernos se han aplicado a llevar a cabo reformas laborales, recortes de derechos sociales o ayudas masivas a los bancos, frente a la lentitud —por decirlo suavement— de la reforma en profundidad del sistema financiero. Ahí sólo se han aplicado reformas marginales. Ni siquiera se ha sido eficaz en controlar los disparatados emolumentos autoadjudicados por los grandes directivos del sector. Una reforma radical del sistema financiero no es la panacea a todos los problemas de la economía mundial, pero sí una de las cuestiones básicas a abordar para evitar que el sector siga devorando recursos generando riesgos masivos. Podemos empezar exigiendo que la banca nacionalizada e inevitablemente “rescatada” a cuenta del erario público sea reformada como una verdadera banca pública y por tanto sirva, cuanto menos, para generar un contrapunto en espera de una reforma radical de todo el sistema financiero.

II
La Unión Europea ya se ha ganado a pulso pasar a los futuros libros de historia económica como el peor ejemplo de gestión de la crisis. Estaba claro, y se denunció en su día, que el actual diseño del Banco Central Europeo y el Euro iban a pasar un serio examen cuando se produjera una recesión. No sólo se han consumado aquellos temores sino que la inconsciencia con la que se ha actuado ha superado todos los niveles esperados.

El origen del problema es la existencia de un espacio económico donde persisten enormes desigualdades de estructura productiva. Desigualdades que la propia integración ha agravado al propiciar una reestructuración de las actividades productivas y al contar con un euro sobrevalorado que ha empeorado las condiciones en que deben operar los sectores exportadores de las economías más débiles. En este contexto los territorios más desfavorecidos tienden a experimentar déficits comerciales, y por tanto endeudamiento a medio y largo plazo. La única posibilidad de hacer viable una economía de este tipo es generando mecanismos de redistribución de la renta entre territorios que permitan financiar su exceso de importaciones frente al resto. Esto es lo que ocurre en el interior de muchos estados: las regiones empobrecidas cuentan con las transferencias de las más ricas. Al no existir este mecanismo en la Unión Europea es inevitable que algunos países acaben con un elevado endeudamiento, como es el caso de Grecia.

Esta situación estructural está agravada por el diseño de la política monetaria. Donde al Banco Central Europeo se le encomendó la única tarea de mantener a raya la inflación, no en cambio actuar de prestamista de los Gobiernos, con lo que éstos no pueden acudir a un mecanismo relativamente barato de financiación cuando surgen los problemas. Vale la pena considerar que el endeudamiento público de los países europeos tiene orígenes diversos. En unos casos es un mero producto de la caída de ingresos provocada por la caída de la actividad, en otros es debido a las ayudas que han tenido que realizar a la banca, en ciertos casos ambas cosas. Sólo en pocos casos se explica por el exceso persistente del gasto público sobre los ingresos, como en Grecia, y aun aquí se ha llegado en parte a esta situación por la propia de la economía local dentro del contexto europeo. La negativa a utilizar el Banco Central Europeo como financiador de los estados en dificultades y emisor de deuda europea ha agravado la situación de las economías más débiles, pues éstas acuden a los mercados financieros sin apoyo del sus “socios” y marcadas con el sambenito de su endeudamiento.

Esta insostenible arquitectura europea es en gran parte el resultado del desigual equilibrio de poderes existente en Europa, y sobre todo del predominio alemán. Tantos años de hablar de globalización, mercados etc., nos ha hecho olvidar un viejo concepto del análisis económico crítico, el de imperialismo. Éste —como explicó hace años Bob Sutcliffe en nuestra revista— nació del intento de los marxistas de segunda generación de conciliar su base teórica con el análisis de la realidad. Para el primer marxismo —y alguna de sus variantes más dogmáticas siguen en ello— lo único que contaba era el enfrentamiento mundial entre clases sociales. Pero la realidad mostraba que los estados cuentan y que la acumulación de capital tiene también una matriz nacional. La tendencia de unas naciones a imponer sus intereses al resto es innegable: de ello pueden extraer ventajas para sus clases capitalistas y, en menor medida, extenderlas a gran parte de su población (en forma de intercambio desigual, acaparamiento de materias primas, rentas financieras). Aunque la liberalización de los mercados, y la atroz experiencia de las grandes guerras inter-imperialistas han cambiado la forma de plantearse la cuestión, estos intereses imperialistas persisten y explican parte de las enormes y crecientes desigualdades económicas existentes entre estados. La construcción europea reciente es, en parte, otra forma de configurar un espacio económico en torno a los intereses de la potencia hegemónica en el área. Intereses reales y también configuración del modelo acorde con la visión del mundo que tienen las elites dominantes, por descabellada que sea (la magna obra de Josep Fontana Por el bien del imperio iliustra con profusión de ejemplos cuántas veces estas elites imperiales han adoptado decisiones basadas en visiones paranoicas de la realidad). Y cuenta también la visión que estas mismas elites transmiten a su población con objeto de legitimar su propia hegemonía nacional. La construcción europea está lastrada por las ideas de las elites alemanas (euro revaluado, inflación cero, presupuesto equilibrado, etc.) y también por el miedo que han generado en gran parte de su población del coste social que les acarrearía aceptar una cierta redistribución de ingresos a escala europea. De ahí su negativa a avanzar hacia un modelo fiscal y monetario integrado y su determinación a obligar a cada país a pagar hasta las últimas consecuencias sus deudas y sus déficits.

El resultado de este “diktat” es palpable: situar a muchos países al borde del derrumbe, generar unos costes sociales insoportables, deprimir la economía europea, crear niveles de desempleo y pobreza persistente, bloquear cualquier oportunidad de avance hacia un modelo sostenible.

III
La tercera parte de esta situación es la de la deuda y la forma de abordarla. Si algo debería haberse aprendido de la desregulación financiera es que los bancos tienen una enorme capacidad de generar grandes burbujas de deuda que acaban generando un enorme problema de digestión. Desde el inicio del período neoliberal se han generado sucesivas oleadas de deuda, empezando por la de los países latinoamericanos, siguiendo por la crisis japonesa y, tras sucesivos y numerosos episodios, llegando a la situación actual. Cuando se analiza el caso español, el papel jugado por el sector financiero resulta claro. La brutal inyección de crédito a este sector sirvió primero para generar una enorme subida del precio del suelo (los promotores competían entre sí ofreciendo precios crecientes porque estaban respaldados por los generosos préstamos bancarios) que se transmitía a los precios de las viviendas que a su vez se podían comprar por el fácil acceso al crédito. Por su parte, los bancos españoles podían desarrollar esta insensata política por el fácil acceso al crédito internacional. Una oleada de dinero que hinchó la burbuja y alimentó una descerebrada inversión en suelo. La oleada crediticia condujo a una desaforada sobrevaloración de la vivienda y a un endeudamiento difícil de sostener. Y ahora que está clara la burbuja, se obliga a la gente a devolver préstamos desaforados. Los creadores de la burbuja no hacen más que comportarse como Shylocks contemporáneos y exigen su libra, o su tonelada, de carne (incluyendo su contenido en sangre).

El tamaño de la deuda es tan grande que no parece posible una devolución en el corto plazo. O la economía del país deudor es simplemente saqueada por los acreedores —quedándose sus activos a bajo precio o imponiendo algún tipo de servidumbre financiera—, o hay que hacer que los acreedores renuncien a una parte sustancial de sus derechos. Al fin y al cabo lo único que hicieron fue hinchar un globo que ha explotado. Esto es lo que ocurre a menudo en el mundo económico empresarial: los acreedores se tienen que conformar con recobrar solo parte de sus créditos (en el mundo empresarial en el que trabajé de joven, cuando una empresa suspendía pagos las empresas afectadas solían comentar “me han pillado en una suspensión”, lo que equivalía a reconocer que daban por perdidos parte de sus ingresos potenciales). Pero en el mundo de las finanzas modernas (el del FMI y el BCE) se ha cerrado esta posibilidad de repartir el coste de la burbuja y de sanear las economías endeudadas. Detrás están no sólo los grandes grupos financieros internacionales, sino también la presión de los potentes gestores de fondos de pensiones que representan a la franja de asalariados más opulentos de la economía mundial.

La situación se agrava porque al transmitirse la deuda financiera del sector privado al público y transformarse de algún modo en deuda pública se rompe la posibilidad de usar las políticas públicas como potentes instrumentos para recomponer la situación. En el paquete de medidas para atajar la deuda va incluido el dogma del presupuesto equilibrado y la jibarización de lo público. Lo que acaba por tener el doble efecto de descargar gran parte del ajuste sobre los sectores sociales más empobrecidos e impedir una reorganización productiva y social. Enfocar la economía y el empleo hacia otras actividades supone alterar la distribución de la renta, expandir servicios básicos. Pero el combinado de presupuesto equilibrado y carga de la deuda lo va a impedir por mucho tiempo. Sin un reparto más equitativo de las pérdidas generadas por la burbuja, sin un plantemiento diferente del endeudamiento y las políticas públicas, las clases trabajadoras de muchos países están condenadas a un enorme retroceso social. En lugar de una transición ordenada hacia una economía sostenible y una austeridad racional lo que se nos propone es una marcha espasmódica hacia el imperio de la desigualdad.

La izquierda, la institucional y la de los movimientos, se muestra impotente para imponer otra agenda socio-política y hacer avanzar reformas necesarias. Debe comenzar a pensar, al menos, en como organizar a la gente para paliar la debacle social, en cómo generar una red solidaria que sirva a la vez para generar tejido social.

Postscriptum: Fin de semana ítalo-español
Aparentemente, el resultado de la cumbre de esta semana en Bruselas ha repetido los éxitos futbolísticos de los países del sur. Alemania acepta que los préstamos a las entidades con problemas (la banca italiana posiblemente está a la cabeza de los nuevos candidatos al rescate) sean financiados directamente por el Mecanismo Europeo de Estabilidad Financiera, en lugar de hacerse a través de los estados. También se recoge la posibilidad de que las instituciones financieras europeas puedan comprar deuda soberana y que los créditos europeos dejen de tener el carácter de preferentes (esto es, los primeros en ser cobrados en caso de dificultades). Es sin duda un cambio, muestra de que todo el mundo es consciente de que se está en una situación insostenible y que un crash de España o Italia podría generar una debacle de inconmensurables consecuencias. Sin duda el cambio político en Francia ha ayudado a introducir una pequeña cuota de sensatez.

Pero el que se haya dado un pequeño avance no implica un cambio radical en la situación general ni despeja casi ninguna incógnita. En primer lugar, aunque los créditos se den a los bancos, como la mayoría de los más afectados son de titularidad pública si las cosas van mal persisitrá el problema del endeudamiento público. En segundo lugar, no está claro que el tamaño de fondos que van a tener las autoridades europeas vaya a ser suficiente para lavar un volumen tan elevado de deuda. Sin reformas estructurales en la financiación y un cambio en la carga que soportan países y grupos sociales, la espada de Damocles seguirá ahí. En tercer lugar, se van a exigir contrapartidas sobre las políticas públicas. Y ya sabemos lo que piensan las elites europeas sobre reformas estructurales como para esperar que sean capaces de encauzar la economía europea hacia un modelo social y ecológimente sostenible. En cuarto lugar, porque el impulso al desarrollo que se ha aprobado —aparte su insuficiencia cuantitativa— sigue basado en las mismas ideas que nos han conducido hasta aquí: grandes infraestructuras para impulsar el crecimiento. Puede que sea una buena noticia para el poderoso lobby de la construcción y los grandes equipamientos, pero dificílmente generará el reequilibrio de estructuras productivas.

Después de cada cumbre es difícil discernir lo que hay de teatro político de lo que representa un impulso real. Uno sigue sospechando que en este envite los grandes poderes simplemente han sacrificado algún peón, pero han sido incapaces de repensar el juego entero.

De autopistas y hospitales: la eficacia de la colaboración público-privada
Llevamos años bajo el paradigma de la poca eficiencia de lo público y la necesidad de ceder su gestión a las empresas privadas. Ellas sí dominadas por la racionalidad económica, preocupadas en reducir el despilfarro puesto que ello pone en peligro sus propios recursos.

Una idea que no por repetida nos convence. Y no sólo en cuanto usuarios de servicios privatizados. Sino como meros evaluadores de la pretendida eficiencia económica de esa gestión. Cada poco tiempo tenemos muestras de lo discutible del dogma neoliberal.

Las noticias del mes van en una doble dirección. De una parte se anuncia la enésima ayuda del Estado a la red de autopistas ruinosas que el Gobierno de Aznar impulso alrededor de Madrid y en el área Alacant-Murcia. Unos proyectos que se han desvelado ruinosos e innecesarios. Los costes aumentarion cuando los jueces decretaron que se debían subir sustancialmente las indemnizaciones a los propietarios expropiados —en el proyecto inicial se podía hablar de un mero saqueo—. Y los coches siguen sin pasar por unas vías que tienen alternativas gratuitas. Parte del negocio ya está hecho, pues los promotores del proyecto son en su mayor parte las constructoras que los realizaron y cobraron por ello. Cuando fue evidente que el negocio era ruinoso, el Gobierno —el anterior y el actual— acudió al rescate, aumentando los plazos de la concesión y adelantando dinero por el lucro perdido. Una muestra de qué va esto de la cooperación: el Estado hace el proyecto para generar negocios a las constructoras y después aporta recursos para cubrirles unas pérdidas desde el principio previsibles.

El otro foco de información reciente es el de la sanidad catalana. Llevamos meses en que se van destapando chanchullos millonarios en diversos hospitales, casi todos gestionados por consorcios semiprivados característicos del “modelo sanitario catalán” impulsado por CiU —y que el anterior gobierno tripartito fue incapaz de transformar—. Las formas de saqueo del dinero público son diversas: sobrecostes en las inversiones, monopolios en la prestación de servicios auxiliares, pagos por servicios inexistentes, sobresueldos a directivos... En muchos casos, los beneficiarios son grupos económicos claramente relacionados con CiU, pero las corruptelas también salpican a alguna persona próxima al PSC. En todo caso resulta evidente que en la pérdida de control que supone una gestión por conciertos económicos y profusión de subcontratas se crean fugas financieras. Con tamaño saqueo, no sorprende que la sanidad tenga problemas de financiación.

Podemos temblar con la que nos espera tras la anunciada gestión de las políticas públicas de empleo por parte de las ETTs. Los partidarios de este modelo de cooperación o son simples saqueadores, o dogmáticos ideólogos incapaces de ver la distancia que media entre sus ideas y la realidad. O simplemente confunden la eficiencia con el lucro privado.

Gobiernos de cipayos
En una nota anterior ya me dediqué a comentar lo vergonzo del proyecto de Eurovegas. Esta semana la indignación ha subido un peldaño más con la visita de un delegado de Sheldon Anderson a Barcelona y Madrid: se manda a un delegado a negociar con contrapartes de segundo orden, que es lo que son esos políticos que —con la complicidad de parte de sus fuerzas vivas, siempre agradecidas por las subvenciones o los negocios que les facilitan— se pliegan ante un proyecto que por sí solo fuerza a una regresión de regulaciones y derechos. Un proyecto que se enmarca en el mismo modelo de especulación urbana, turismo y ladrillo, que ha llevado a la economía española a una situación de difícil salida. Que, en el caso catalán, se carga una de las áreas agrícolas más fértiles, una economía que produce bienestar y apropiada para desarrollar un nuevo modelo de alimentación sana y ecológica. Pero lo peor de todo ello no es la irracionalidad del proyecto, sino el espectáculo de unos gobernantes que aceptan alegremente cambiar leyes cuando se lo pide un individuo con suficiente dinero. O ni eso, porque si lo hemos entendido bien —ya se sabe que cuando la negociación no es pública nunca se sabe de qué se está hablando realmente— a lo que han venido los de Nevada es a pedirnos financiación. O sea, que acabaremos corriendo con todos los costes y riesgos por cuenta ajena. Lo más terrible es constatar que en lugar de unos representantes políticos de una democracia desarrollada lo que tenemos son meros delegados de republica (o reino) bananera(o).

Albert Recio Andreu
Mientras Tanto

viernes, 6 de julio de 2012

De cumbres que salvan el euro y otros cuentos

Monti y Rajoy, apoyados por Hollande, tuercen el brazo de Merkel y abren la puerta a nuevos planes para salvar el euro, estimular el crecimiento y reforzar la unidad europea. Con más o menos palabras y acentos, esa es la tesis que domina los análisis de la última cumbre europea.

Hay otra forma de ver lo sucedido. La “Declaración de la cumbre de la zona del euro” de 29 de junio de 2012 no mejora en nada la precaria situación y la inestabilidad que padecen las economías del sur de la eurozona. Merkel aguanta el pulso. Y al cabo, el rigor en las políticas de austeridad y la falta de pulso económico seguirán dominando el escenario europeo y la salida de la crisis que defienden e imponen las instituciones europeas y los mercados.

Entre medias de esas dos versiones, todo tipo matices con los que hacerse una idea sobre lo aprobado en la reciente supercumbre de 28 y 29 de junio de 2012 y todos los mimbres con los que construir una opinión propia. En muy poco tiempo los mercados darán o quitarán razones a propósito de las dosis de estabilidad y confianza que aportan las medidas que se acaban de aprobar. Mejor no apostar demasiado sobre lo que va a ocurrir. Lo más probable sigue siendo que las deudas soberanas de Italia y, más aún, de España vuelvan a ser sometidas en las próximas semanas a la presión y los vaivenes de unos mercados capaces de convertir en negocio la fragilidad de la eurozona y amenazar la supervivencia del euro. La pelota está en el tejado y caerá por cualquier lado; puede, incluso, que siga ahí arriba durante algún tiempo, prolongando riesgos e incertidumbres.

De hecho, los mercados celebraron con euforia las medidas adoptadas y el viernes 29 de junio las bolsas de Madrid, Milán, Fráncfort y París subían en torno a un 5%. Como en cumbres anteriores, la fiesta duró muy poco. A partir del lunes 2 de julio las aguas volvieron a su viejo cauce. Tras el negocio realizado por los más avispados y los méritos con los que adornaban a sus respectivos líderes nacionales los medios de comunicación a su servicio, los mercados marcaban su territorio y se atrincheraban tras viejas y nuevas desconfianzas y contradictorias exigencias. Antes o después, los inversores terminan dándose cuenta de que los acuerdos adoptados en sucesivas cumbres no protegen suficientemente la deuda pública de las economías más frágiles ni mejoran en nada la precaria situación de sus especializaciones y capacidades productivas y, como consecuencia, de sus cuentas exteriores.

Los mercados pueden valorar de forma equivocada, como ya lo hicieron antes de la crisis, los riesgos en presencia. Y pueden volver a asignar de forma ineficiente y con escaso juicio, como ya lo hicieron antes de la crisis, la financiación disponible. Pero los mercados no pueden dejar de apreciar, sea de forma errónea o acertada, los riesgos que asumen al financiar a los agentes económicos públicos y privados de determinado país. Por eso, lo más probable es que en las próximas semanas la economía española vuelva a enfrentarse a dificultades extremas para poder financiarse. Y por eso, lo previsible, es que el Banco Central Europeo (BCE) se vea obligado a actuar de nuevo para salvar la situación. Volverá a demostrarse que los acuerdos adoptados en la reciente cumbre no están a la altura de los problemas de la eurozona ni menguan su gravedad y potencial destructivo.

Tras las grandes palabras, unos acuerdos bien orientados pero muy limitados
La cumbre ha aprobado una hoja de ruta de fortalecimiento de la unidad europea, plagada de menciones a la unión bancaria, fiscal y hasta política que son poco más que una declaración de intenciones. Faltan la letra pequeña y la letra grande. Y está por ver la voluntad política y el ritmo con el que esas intenciones acaben concretándose en medidas listas para ser aplicadas.

El mayor logro conseguido por Rajoy, gracias al apoyo de Monti y Hollande, es la recapitalización directa de los bancos españoles en apuros, sin que el Estado haga de intermediario obligado y, como consecuencia, sin que los préstamos recibidos engrosen la deuda pública española. La dinámica de contagio de los problemas de financiación de bancos y emisores soberanos se debilita, pero no desaparece.

La canciller alemana impuso que la recapitalización directa de los bancos entre en vigor tras el establecimiento de una supervisión única y efectiva del sistema bancario europeo liderada por el BCE. No se sabe si la imposición de Merkel pretende retrasar la recapitalización directa de los bancos españoles o forzar la aceptación rápida de una supervisión bancaria europea. Aún no está claro si la recapitalización directa será efectiva antes de que acabe el año o, en caso de que se alargue el proceso, tendrá carácter retroactivo para los préstamos europeos que se concedan a unos bancos españoles que no pueden esperar mucho tiempo a ser recapitalizados.

La cuantía y las condiciones de la ayuda financiera a los bancos españoles las decidirá el Eurogrupo en su reunión del próximo 9 de julio. Y esas condiciones estrictas serán específicas para cada entidad pero afectarán también, que nadie lo dude, a todo el sector bancario y al conjunto de la economía española. La austeridad se hará aún más severa y se aprobarán nuevos recortes de gastos, inversiones y bienes públicos y más presión tributaria sobre las rentas de la mayoría que generarán más obstáculos a la actividad económica y provocarán mayor malestar social y más sufrimientos para los grupos sociales de menor renta.

El segundo gran logro de Monti y Rajoy consiste en que el Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (FEEF) y el Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE) puedan comprar deuda pública en el mercado secundario con el objetivo de reducir los inasumibles costes financieros que pagan ahora España e Italia y menguar hasta niveles aceptables la dichosa prima de riesgo. El problema es que dado el pequeño tamaño relativo de esos fondos, en relación con el tamaño de las deudas públicas española e italiana, no podrían asegurar una compra  masiva de la deuda pública de estos países. En todo caso, hasta que esa utilización flexible de los fondos de rescate (FEEF y MEDE) se ponga en marcha, la gestión de cualquier crisis de liquidez o un nuevo incremento insoportable de los intereses que deban ofrecer España e Italia para financiar sus respectivas deudas públicas quedan en las inseguras manos del BCE.

Si es necesario, el BCE volverá a comprar en el mercado secundario deuda pública española e italiana, como ya ha hecho en anteriores episodios agudos de crisis para relajar la presión de los mercados e impedir la implosión del euro; pero los problemas estructurales de la eurozona son otros y no tienen arreglo con la garantía de compra de deuda pública con fondos europeos. Tal compra es imprescindible para reducir durante unos meses o semanas los tipos de interés y los consiguientes agobios para financiarse que sufre España, pero no sirve para resolver los problemas productivos de carácter estructural que debe afrontar la economía española y que son la causa de fondo que determina las diferencias en los tipos de interés que soporta.

La compra de deuda pública con fondos comunitarios tampoco permite sortear la urgente y decisiva tarea de superar las debilidades e incoherencias institucionales que contribuyen a multiplicar la heterogeneidad productiva entre los socios de la eurozona y provocan graves fracturas que no pueden ser tratadas con los actuales y muy insuficientes mecanismos de cohesión y mutualización de la deuda.

La fuerte heterogeneidad en las especializaciones productivas que existe en la eurozona y las consiguientes divergencias y desigualdades entre las economías más avanzadas que obtienen superávit por cuenta corriente y las economías desindustrializadas y deficitarias del sur de la eurozona no pueden, con el actual diseño institucional de la eurozona, sino aumentar y terminar impidiendo que compartan el euro.

¿Una nueva dinámica en la eurozona?
La otra gran medida aprobada en la cumbre guarda relación con el compromiso de Hollande de completar las políticas de austeridad con un impulso de la reactivación económica que impida que la recesión haga totalmente ineficaces y contraproducentes los recortes encaminados a equilibrar las cuentas públicas.

Tras la ruptura del dúo Merkozy forzada por las urnas, Merkel pierde protagonismo y cede un poco de terreno a Hollande y Monti. La situación aparece más abierta que antes. El relato convencional de la crisis deja de estar monopolizado por la austeridad y aparece un nuevo y aún débil hilo argumental que señala la necesidad de impulsar la actividad económica y el empleo; pero aún falta mucho para poder hablar de una nueva dinámica en la eurozona o de una nueva fase en la gestión de la crisis menos marcada por la obsesión del equilibrio presupuestario y el dogma de la austeridad.

Lo mejor que puede decirse sobre las medidas de reactivación económica aprobadas es que son muy insuficientes. Se habla de la creación de un fondo para estimular el crecimiento en el conjunto de la UE que, al modo utilizado por el Gran Capitán para justificar sus gastos, podría alcanzar una cuantía de 120.000 millones de euros. Si fuera así, tal cuantía apenas supondría un 0,9% del PIB de la UE y superaría en poco los 100.000 millones ofrecidos para recapitalizar a los bancos españoles. Lo peor es que, en realidad, los nuevos fondos movilizados para ser inyectados en las economías europeas apenas alcanzarían los 15.000 millones de euros. El ruido de las declaraciones a favor de nuevos recursos financieros para estimular el crecimiento se concreta en un minúsculo esfuerzo inversor.

El desglose de esos fondos destinados a estimular la economía proporciona algo más de información. La medida más importante consiste en aumentar en 10.000 millones el capital del Banco Europeo de Inversiones (BEI) para favorecer un incremento de su capacidad de financiación en 60.000 millones. Otros 55.000 millones se conseguirían mediante una reasignación de fondos estructurales no utilizados. Y, por último, 5.000 millones de euros serían aportados por inversores privados (que completarían una aportación inicial comunitaria de 230 millones de euros) en el marco de lanzamiento de una fase piloto de la nueva figura de los “project bonds” que pretende captar capital privado emitiendo obligaciones comunes de varios países europeos con objeto de financiar determinadas infraestructuras europeas.

El discurrir de la crisis de la eurozona va a seguir determinado por las políticas de austeridad y una estricta disciplina presupuestaria sostenida en un mayor control y supervisión de las cuentas públicas y del sector bancario y en la amenaza cierta de unos mercados en permanente acecho para captar signos de debilidad y de unas sanciones comunitarias que agravarán la situación de los socios incapaces de cumplir sus compromisos en materia de equilibrio presupuestario y consolidación fiscal. La eurozona seguirá caminando a la pata coja, con la única pierna de la austeridad a la que se añade, a partir de esta cumbre, el precario apoyo prestado por un pequeño paquete de estímulo del crecimiento.

Subordinada a la austeridad y al servicio de la aceptación social de nuevos recortes y más sacrificios, se abre una pequeña vía que pretende impulsar el crecimiento. Antes que una nueva dinámica caracterizada por la complementariedad entre políticas de austeridad y de reactivación económica, los líderes europeos echan unas gotas de aceite para estimular la actividad económica que dan la impresión de que se toma nota del fracaso de las políticas de austeridad y de que algo comienza a moverse en Europa.

Las nuevas medidas de estímulo pueden contribuir en algo a impedir la intensificación de la actual fase recesiva, pero su objetivo central parece más orientado a posibilitar una mejor aceptación social de las insufribles e ineficaces medidas de austeridad que van a seguir imponiéndose en toda la UE y, especialmente, a los países del sur de la eurozona. Y, al tiempo, facilitan la rápida aprobación de una supervisión europea que no contará con ninguna legitimidad democrática en su labor de asegurar una inspección bancaria que hasta ahora realizaban los bancos centrales nacionales. Las políticas de rigor presupuestario aprobadas por los gobiernos seguirán aplicándose al pie de la letra, bajo la estricta supervisión de instituciones comunitarias, al margen de la valoración de sus resultados que haga la ciudadanía y de lo que puedan decidir con posterioridad las urnas.

¿Más Europa?
Tras la cumbre europea, sigue faltando un mínimo acuerdo en torno a cualquiera de los varios instrumentos de mutualización de la deuda pública que han barajado las instituciones y los líderes europeos. Su aprobación es imprescindible para alejar la posibilidad de implosión de la eurozona. Además, sigue siendo prioritario revertir un deterioro de la actividad económica que impide el aumento de los ingresos públicos, la mejora de las cuentas públicas y el necesario incremento de las inversiones destinadas a modernizar las estructuras productivas de las economías periféricas y a generar empleo neto.

No hay, tampoco, ningún elemento concreto que permita cimentar las bases de una unión fiscal. Por eso resultan tan extrañas las piruetas que dan algunos analistas al confundir el primer y limitado paso para aprobar una supervisión bancaria europea con el resto de mecanismos que aún faltan para construir una unión bancaria: un fondo europeo de garantía de depósitos y una estructura común de liquidación y saneamiento de bancos insolventes. Apenas se han producido algunas balbuceantes e imprecisas declaraciones a favor de una unión bancaria sin mayores precisiones sobre los pasos que aún faltan para lograrla, por mucho que dicha unión bancaria resulte imprescindible para mejorar la gestión de la eurozona.

Y qué decir del triple salto mortal que se atreven a dar los publicistas que suponen que la futura puesta en pie de una incipiente supervisión europea conducirá inevitablemente a la unión fiscal, pese a los evidentes rechazos que despierta en los grupos dirigentes europeos, y a una unión política que está a años luz del horizonte que contemplan la mayoría de las fuerzas políticas y buena parte de la ciudadanía europea. Hablar de una hoja de ruta de una unión económica y política en las actuales condiciones y tomando como base los acuerdos de la última cumbre europea es poco más que insustancial cháchara y nada añade a la comprensión de las medidas adoptadas en la cumbre o, menos aún, de la equivocada gestión de la crisis de la eurozona en la que siguen empeñadas las instituciones europeas.

Merkel y las fuerzas conservadoras que dominan la gestión de los asuntos comunitarios y marcan el paso y los destinos de la UE también pretenden más Europa y una mayor integración de las economías comunitarias mediante la instauración de mayores niveles de  competencia entre los socios y nuevos avances en la liberalización de los mercados, sin contar con más apoyo regulador que el sacrosanto dogma del equilibrio presupuestario y, para los socios incumplidores, un régimen sancionador estricto. Cumplidas las anteriores condiciones y al final de un recorrido que garantizaría y consolidaría la hegemonía alemana en la UE y el predominio de los intereses del gran capital europeo, Alemania y el bloque de poder que lidera podrían admitir los eurobonos y hasta podrían estar dispuestos a reconsiderar algunas de las líneas principales de su actual estrategia para salir de la crisis.

No se sabe si en los planes de Merkel y la Comisión Europea de reforzamiento de esta UE marcada por los dogmas ultraliberales entra una Grecia que da testimonio diario y muestra de forma irrefutable los límites y la ineficacia de las políticas de austeridad impuestas y las formas insolidarias, antisociales y escasamente democráticas que presiden la gestión de los rescates financieros. Pero más allá de la crisis, lo que Grecia revela es la precariedad de una construcción europea basada exclusivamente en las oportunidades que brindan el crecimiento económico, la moneda única y una confianza ciega en las virtudes de unos mercados liberados de todo tipo de restricciones o  regulación.

Han sido el euro y la unión monetaria, no la crisis, las que han impulsado la fuerte heterogeneidad productiva que existe hoy en la eurozona y la disparidad en las especializaciones productivas que han consolidado la insostenible división entre países con déficits exteriores estructurales y países con superávits. La crisis ha permitido poner de manifiesto que la unión monetaria no puede mantenerse sin solidaridad entre los socios y sin instituciones y fondos federales adecuados para corregir con transferencias de renta los déficits estructurales de algunos socios.

La izquierda puede reivindicar más Europa como vía para solucionar la crisis, pero haría bien en desmarcarse y precisar que sus propuestas de más Europa nada tienen que ver con las intenciones e imposiciones de Merkel, que pretende condicionar cualquier avance del proyecto europeo a su percepción de lo que entiende como intereses nacionales alemanes y que cuando se refiere a la necesidad de reforzar el proyecto de unidad europea está en realidad hablando de más sanciones, más órganos supervisores y sostenedores de los dogmas ultraliberales, más competencia entre los socios y menos garantías en la oferta de bienes públicos, menos protección social y menos derechos laborales y sociales.

Y al tiempo que clarifica sus ideas sobre lo que significa su reivindicación de más Europa, la izquierda debería proponer un proyecto solidario y federal de construcción de la unidad europea basado en, al menos, cuatro aspectos que forman parte de su razón de ser: primero, una mayor cohesión social y territorial; segundo, más democracia, transparencia y control de la ciudadanía sobre los órganos de poder nacionales y comunitarios; tercero, más políticas cooperativas y de apoyo mutuo para corregir las deficiencias de la oferta productiva de los socios menos avanzados; y cuarto, más presupuesto común para financiar los objetivos y políticas en los que se concretaría ese proyecto europeo solidario.

Gabriel Flores
EconoNuestra