lunes, 30 de julio de 2012

La economía voluble

Bastó apenas una declaración de Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo, hace unos días, para que el índice de la bolsa de valores de España subiera 6 por ciento en la jornada, con la mayor alza en dos años, y bajara la prima de riesgo de los bonos de deuda estatal que tiene a ese país contra las cuerdas desde hace muchas semanas. Un entusiasmo similar se provocó en Italia.
 
Lo que dijo Draghi fue: El BCE hará todo lo necesario para sostener el euro. Y, créanme, eso será suficiente. Hay que admitir que es poco el contenido, no es más que un ofrecimiento, como si de un oráculo se tratara. ¡Hay que creer!

Lo que me interesa destacar aquí no es si podrá o no cumplir con su objetivo de salvar al euro, en qué condiciones y cuál será la durabilidad de su intervención. El elemento que me parece relevante en el marco de lo dicho por el funcionario concierne al modo de operación de los mercados financieros o, dicho sin eufemismos, de los poderosos fondos privados e institucionales de inversión y los grandes bancos.

El asunto tiene que ver con la manera en que se toman las decisiones de inversión. La cuestión se resolvía entre los economistas ortodoxos y los operadores hasta antes de la crisis de 2008, asumiendo que las decisiones se basaban en esquemas de racionalidad casi perfecta y que, por lo tanto, los mercados se ajustaban en un nivel de equilibrio óptimo. Este esquema está quebrado.

La racionalidad impuesta a los agentes económicos es el cimiento sobre el que está construida la economía tal y como se enseña convencionalmente en las escuelas y que crea a las teorías y modelos para actuar en los mercados, sean de productos, trabajo, dinero o capital.

Al parecer fue demasiado tibia la advertencia de Keynes cuando, tras la crisis de 1929-33, apuntó: “Aun haciendo a un lado la inestabilidad debida a la especulación, hay otra … que resulta de las características de la naturaleza humana: que gran parte de nuestras actividades … dependen más del optimismo espontáneo que de una expectativa matemática, ya sea moral, hedonista o económica. Quizá la mayor parte de nuestras decisiones de hacer algo … sólo pueden considerarse como el resultado de los espíritus animales … y no como consecuencia de un promedio ponderado de los beneficios cuantitativos multiplicados por las probabilidades cuantitativas”.

Los modelos de racionalidad perfecta, en cambio, generaron la llamada hipótesis de los mercados eficientes, predominante en el entorno financiero. Esta sostiene que los mercados de capitales son tan eficientes que incorporan toda la información relevante para tomar las decisiones y que, por ello, todos los precios de los valores son justos en un sentido económico.

De tal suerte, la única forma de obtener ganancias más altas es comprando títulos de mayor riesgo. Súmese esto al entorno institucional con una regulación más laxa de las transacciones y una fuerte innovación en los productos financieros para crear el entorno de una crisis como la de 1981 y, sobre todo, la de 2008.

La información completa y la existencia de una amplia competencia son la base de modelos económicos y financieros, también de la creación de nuevos productos para administrar los mayores riesgos, como ocurre con los derivados.

Pero ni una ni la otra existen. La información no está contenida toda en los precios, como se ve ahora con los arreglos para fijar la tasa Libor, ni la competencia provoca los ajustes que se le atribuyen, como recientemente se ve en la magnitud de las pérdidas del banco J. P. Morgan por la especulación con derivados. Hay control de la información y concentración en el mercado. Hay grados de monopolio y estructuras de poder, esa es la realidad del sistema económico y social.

Tampoco penetró el trabajo de los economistas la aportación de la psicología, precisamente en el campo de la toma de decisiones bajo condiciones de riesgo. Los criterios en este caso no son compatibles con la supuesta racionalidad de los agentes económicos. Los juicios se forman, en cambio, con la consideración de las situaciones externas, sobre todo en un entorno de gran incertidumbre.

Esto ha creado la base para proponer una economía basada en el comportamiento. No es claro aún cómo podría desarrollarse la disciplina sobre estas bases, pero se abre un espacio muy distinto de análisis al que ha predominado en las últimas décadas englobado en la existencia de las expectativas racionales.

Pues ante lo dicho por Draghi, los operadores financieros reaccionaron modificando instantáneamente sus expectativas y sus decisiones de inversión. Esa declaración no cambió para nada la situación de la deuda española, ni las exigencias derivadas del déficit fiscal, la presión sobre los bancos o el gran desempleo que hoy existe. Cambió la estimación de los riesgos de muy corto plazo y las perspectivas de ganancias financieras.

El estado de las expectativas en un marco de incertidumbre forma los juicios y define la toma de decisiones. Lo que hay es un mercado de alto riesgo donde las tasas de interés en los países más ricos están prácticamente en cero y en el otro extremo son elevadas para compensar un alto nivel de riesgo. Draghi no es un mago y lo que haga, como comprar deuda de los países en crisis, no será una operación suficiente sin un arreglo político de fondo en la Unión Europea y la zona euro. Estas condiciones políticas pueden dejar mal parado al BCE y agravar aún más la situación regional.

León Bendesky
La Jornada

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