Leer las páginas económicas o incluso solo las portadas de los medios
se está convirtiendo en un ejercicio de puro masoquismo: no hay manera
de disimular el ridículo que está haciendo España.
Hace un mes que se aprobó el rescate de la banca española que según
Rajoy resolvía el problema de nuestra economía y que mereció una
surrealista felicitación del Rey Juan Carlos. En este tiempo ha habido
cumbres y varias reuniones de los ministros de Economía pero hasta el
momento no se han fijado ni las condiciones concretas, ni qué cantidad
exacta se precisa, ni cuándo comenzará a ser efectivo. Se hacen
declaraciones contradictorias diciendo un día blanco y otro negro pero
siempre se insiste en lo mismo: hay que seguir rebajando gastos y
derechos y reduciendo los ingresos de los trabajadores. Lo que era la
solución resulta que lo ha empeorado todo y nadie, sin embargo, da
cuenta de ello.
Se han reído de nosotros. El objetivo es salvar a la banca alemana,
que es lo que de verdad les interesa, pero quieren hacerlo con las
máximas garantías y eso obliga a que el rescate sea uno definitivo,
directamente sobre la economía española y con la garantía directa del
Estado. El de los 100.000 millones para los bancos no era sino una salva
porque resulta infumable: nadie puede entender que si es a los bancos a
quien hay que rescatar se haga responsable de ello a los ciudadanos en
su conjunto. Por eso, para provocar el grande, están dejando que nos
precipitemos al abismo, no porque la cuantía de nuestra deuda pública
sea excesiva, como dicen, sino porque nos atan de pies y manos y nos
empujan ante los inversores. Simplemente haciendo lo que está haciendo
el Banco Central Europeo, nada de lo que haría un banco central
auténtico, bastará para que seamos intervenidos en poco tiempo y para
que nuestra economía sea puesta bajo control directo y permanente de los
acreedores alemanes. Queda muy poco tiempo para que las comunidades
autónomas se declaren sin liquidez y para que el propio Estado, con
tipos en los mercados superiores al 7% u 8%, se reconozca incapaz de
hacer frente a sus compromisos de pago. Esa es la secuencia inevitable
que producen las medidas que se están tomando.
Si lo que quisieran de verdad fuese salvar a nuestra economía y al
euro no harían lo que están haciendo ni nos seguirían obligando a tomar
medidas que van a hundir más la demanda, la generación de ingresos, o
incluso la posibilidad de que paguemos la deuda que dicen querer que
paguemos. Si desearan realmente frenar la presión de los mercados
bastaría que el Banco Central Europeo fuese lo que no es, y que se
adoptara una estrategia de creación de actividad y empleo para toda
Europa en el marco de un pacto global de rentas, pero es que no buscan
eso. Quieren que la prima de riesgo siga subiendo para extorsionar más
fácilmente y acelerar lo que revestirán como una situación de emergencia
que no admita retóricas. Se ríen de nosotros porque lo que van buscando
es someter a nuestra economía y no salvarla en un marco de cooperación y
unión europeas.
La última tomadura de pelo de quienes se pasan todo el día diciendo
que hay que respetar a los mercados y dejarlos que actúen con plena
libertad ha sido salvar una vez más la cara de los bancos permitiendo
valorar sus activos a precios “razonables” en el marco de una agencia
inmobiliaria sui generis, como ya adelantamos que harían en nuestro
libro Lo que España necesita. Es decir, que una vez más se
pasan por el forro lo que establecen libremente los mercados que tanto
dicen respetar: si el precio razonable no es el que fijan los mercados
¿para qué puñetas sirven? Se ríen de nosotros porque una vez más nos
están robando delante de nuestra mismos ojos.
En España es nuestro propio gobierno quien se ríe de nosotros engañándonos sin piedad.
El Ministro de Economía alaba sin descanso a las autoridades
europeas, agradece sus propuestas razonables y jura y perjura que
haremos todo lo que sea necesario para contentar a los mercados, porque
es lo que más nos conviene. Pero, justo al mismo tiempo, el de Asuntos
Exteriores suplica al Banco Central Europeo (donde hemos perdido la
influencia que teníamos, aunque tampoco podamos decir que la hayamos
utilizado precisamente a nuestro favor) para que intervenga contra los
mercados y ponga formes a los especuladores. Un alarde de discurso
coherente y de sincera estrategia compartida. El Ministro de Hacienda,
que ya ocupa la cartera por segunda vez, reconoce que ha de subir el IVA
porque es un incompetente que no sabe hacer que todos paguen lo que
tiene que pagar y Cospedal se consolida como la mayor y más
desvergonzada demagoga del reino. Ahora carga contra la función pública
sin caer en lo que ella tendría que ser la primera en recordar: que en
España hay menos trabajadores públicos en relación con la población
activa total que en la media de los Quince, que se gasta menos en
retribuirlos, que nuestro sector público es bastante más reducido que el
de los países más avanzados y competitivos de nuestro entorno, y que
esos seres despreciables a los que se refiere y a los que ya está
poniendo en la calle son los maestros o los médicos de los hijos de
familias que no pueden pagarse servicios privados, por cierto, casi
siempre de peor calidad que los públicos a pesar de que disponen de más
recursos y de que no asumen todas sus cargas. Y olvidando, sobre todo,
que la función pública con la que quieren acabar fue la mejor e
imprescindible solución para evitar que las oligarquías de los partidos
(de las que ella forma parte) se hicieran dueñas del Estado en perjuicio
de la mayoría de la población.
Pobre España y pobre pueblo español, tan silencioso y obediente.
Vibra de patriotismo cuando gana La Roja pero enmudece cuando le roba
una potencia extranjera o cuando su gobierno le miente y le traiciona.
Juan Torres López
Público.es
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