domingo, 10 de julio de 2011

Lloros de cocodrilo

Daría pena y sería digno de compasión el presidente de la Comisión Europea (CE), Durão Barroso, cuando protesta porque la agencia de calificación de riesgos Moody's degrada la deuda de su país de origen (Portugal), si no fuese uno de los máximos representantes políticos de los ciudadanos europeos en el momento en que habla. A nuestros representantes no se les pueden consentir ni lágrimas de cocodrilo ni expresiones de impotencia como las de Durão. Porque degradan la calidad de la democracia; porque asumen acríticamente la derrota del poder político por el económico. Con la que está cayendo. Alzan la voz de la retórica después de cuatro años de crisis económica en la que estas agencias han campado según sus intereses, pasando de la AAA a los bonos basura, sin rendir cuentas de sus errores.

Tres empresas privadas, en régimen de oligopolio, doblan el pulso a las autoridades políticas europeas

Escandaliza saber que después de que el trío de instituciones compuesto por la CE, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional haya logrado forzar la mano a Grecia para que aplique un plan de rigor mortis que supondrá el empobrecimiento de su población durante más de una generación, a cambio de nuevas ayudas y una reestructuración de la deuda, la agencia Standard & Poor's amenace con declarar el "impago selectivo" (la suspensión de pagos) del país heleno, si esas instituciones siguen adelante con su plan de involucrar al sistema financiero privado en el rescate. ¿Cómo es posible tanta fatal arrogancia?

Mientras la Comisión remata la regulación del sector de las calificadoras de riesgo -empresas privadas, que se autorregulan a sí mismas- o concreta si va a crear una agencia europea, ¿no puede abrir un expediente informativo a tres sociedades que actúan en régimen de oligopolio (controlan más del 90% del mercado de calificaciones de países y empresas), para determinar si hay abuso de poder dominante, de las que se sospecha que en su interior no se respetan las murallas chinas que han de evitar los conflictos de intereses, para conocer los índices sintéticos con los que elaboran sus informaciones (algo así como la fórmula de la Coca-Cola en las finanzas), etcétera? ¿No puede el poder político enseñar los dientes sin violentar las garantías, pero sin permanecer al tiempo aborregado, anémico, ante interpretaciones sesgadas y cuyo trabajo "no es óptimo", como expresan el mismo Durão Barroso o el aún presidente del BCE? ¿Puede Europa investigar, por ejemplo, el monopolio de Microsoft y no el de las agencias?

No es verdad que todos los analistas que trabajan en las agencias de calificación sean treintañeros que saben mucho de su especialidad y nada del contexto y las consecuencias para el bienestar de lo que analizan. Algunos de ellos son veinteañeros.

No busquemos chivos expiatorios. No hay un solo responsable. Ni siquiera solo el conjunto de ideas autorreguladoras en las que se han apoyado las calificadoras para manifestar su poder omnímodo.

Joaquín Estefanía

El País



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