lunes, 12 de septiembre de 2011

Un fantasma llamado Europa


Si no fuese por la gravedad de las consecuencias que para la mayoría de la población supone lo que acontece con la economía europea, quizá cabría esbozar una sonrisa ante el espectáculo de ingenuidad y/o incompetencia con el que nos regalan un día sin otro los políticos que gestionan los destinos de la Unión Europea. Ingenuidad porque ante la voracidad de los mercados piensan que con más sacrificios (de sus ciudadanos) serán capaces de aplacar a este Moloch contemporáneo; incompetencia porque, cuando tras cada nueva ofrenda al altar de los especuladores, éstos siguen exigiendo más y más, ya deberían haberse dado cuenta de que por ese camino no vamos a ninguna parte. O quizá es que, en algunos casos, en lugar de ingenuidad o incompetencia, con lo que nos las tengamos que ver sea con altas dosis de complicidad de individuos, e individuas, que saben quiénes son en estos momentos los dueños del gallinero y sus gestos sean una manera de hacer puntos ante los amos. Esos que luego te recolocarán, cuando dejes de ser presidente o alto cargo, en alguna de sus empresas.

No estamos, desde luego, para sonrisas. Pues de lo que se trata es de nuestro futuro, en manos de irresponsables, incapaces o, como decía, cómplices. Una mirada sobre la actual Unión Europea no provoca más que bochorno, al observar la debilidad política de la misma. El problema es que esa debilidad política que ahora se manifiesta ha sido uno de los objetivos constantes de quienes nos han construido así Europa.

HAGAMOS MEMORIA. 
Yo diría que ha habido dos grandes debates sobre Europa desde que España entró a formar parte de la entonces Comunidad Económica Europea (por lo menos, en aquel entonces, declaraba sin rubor su vocación, ser una comunidad económica, no política). Esos dos debates fueron el de Maastricht y el del Tratado de Lisboa, supuesta constitución de Europa. En ambos casos, los montatanto (PP-PSOE-CIU-PAR-PNV-CC) se alinearon en defensa de ambos textos. Quienes, desde la izquierda real, se opusieron a esos acuerdos fueron calificados de antieuropeístas, euroescépticos. Cosas de la propaganda, convenientemente distribuida por los medios de comunicación de masas. Las razones de la oposición de esa izquierda se han mostrado ahora absolutamente acertadas.

Lo que la izquierda real criticaba en los tratados de Maastricht y Lisboa era, precisamente, que de ellos salía muy poca Europa, que Europa carecía, con esos textos, de instrumentos eficaces que la convirtieran en una verdadera entidad política. No solo no se avanzaba en una unidad política, sino que se obligaba a los gobiernos a dar independencia a sus bancos centrales y se creaba un Banco Central Europeo no sujeto a control de ninguna instancia política. Neoliberalismo puro y duro. Suscrito por todos los partidos socialistas europeos. De este modo, nos encontramos sin instituciones políticas comunes capaces de tomar decisiones, de modo que los países poderosos marcan la pauta de sus intereses, con un espacio sin unificación fiscal, lo que hace que los capitales se dirijan a las zonas que les ofrecen más beneficios, desatando la competencia desleal dentro de la propia unión, y con las instituciones económicas independizadas del poder político.

Es sorprendente que millones de europeos estemos a expensas de lo que decide Jean Claude Trichet, presidente del Banco Central Europeo, una poderosa institución ausente de cualquier control por parte de la ciudadanía. Ni los estados ni los gobiernos, ni esas entelequias vacías de contenido que son la Comisión Europea y el Parlamento Europeo, pueden obligar al Banco Central a tomar decisiones. Las debilísimas instituciones democráticas son meras espectadoras de las acciones de las instituciones económicas. Al tiempo que los gobiernos de los países tampoco pueden controlar a los bancos centrales nacionales. Más bien al contrario, como constatamos en España día tras otro, con las impertinentes declaraciones, plenas de cinismo y vacías de moralidad, de su presidente, Miguel Ángel Fernández Ordóñez.

Europa es un nombre vacío de contenido, al menos de contenido político. Quienes hemos criticado el proceso de construcción europea desde la izquierda lo hemos hecho considerando que la unión de Europa debía realizarse desde sólidos cimientos políticos democráticos, justamente lo contrario de lo que sucede. Esos débiles anclajes políticos con los que cuenta la unión son los que la exponen al riesgo de que el huracán de la crisis, gestionado desde los egoísmos nacionales y desde la incapacidad política, acabe con ella.

La vía de salida de la crisis que han elegido los gobiernos europeos es la de apaciguar a los mercados con el sacrificio de su ciudadanía. Menos democracia, pues ganan la partida instancias no democráticas, y menos política, pues las decisiones quedan supeditadas a los intereses económicos de los poderosos. Esa vía se está comprobando ineficaz, además de radicalmente injusta. Una vía que, desde luego, no depende de quien la gestiona. Ni Rubalcaba ni, desde luego, Rajoy, suponen una solución, sino la misma medicina en envases diferentes.

Pero hay otra vía, la que se construye con más política, con más democracia, con control social de las decisiones económicas. Esa es la vía para construir una Europa de los ciudadanos, frente a la que el recordado Marcelino Camacho denominaba, con justa razón, la Europa de los mercaderes.

Juan Manuel Aragüés
Profesor de Filosofía de la Universidad de Zaragoza
El Periódico de Aragón

No hay comentarios: