Los mitos urbanos sobre el Parlamento Europeo son tan numerosos o más
que sobre la vida de otras instituciones representativas. Su lejanía y
las dudas sobre su utilidad le han mantenido alejado del foco de las
críticas más acervas contra la profesionalización de la política, pero
tampoco ha escapado de las mismas. Y una buena parte de esas críticas
son más que razonables y justas.
De hecho, hasta ahora, la mayoría de los grandes partidos han
utilizado el Parlamento Europeo como lugar en el que “retirar” a sus
activos políticos gastados o jubilables, ofreciéndoles un lugar cómodo y
tranquilo, bien remunerado y alejado de los molestos focos de la
opinión pública y, a veces, hasta del trabajo mismo.
Y sin embargo el Parlamento Europeo es un instrumento esencial en una
estrategia de cambio político en Europa. Con todas sus limitaciones, el
Parlamento es la única institución que goza de la legitimidad popular
y, por ello, puede convertirse en una poderosa caja de resonancia de la
movilización y resistencia social contras las políticas austericidas y
contra la gestión oligárquica de la crisis.
Y eso es así, sobre todo, porque lo nuevo de esta crisis es que ha
colocado en el centro del conflicto la legitimidad del proceso de
integración europea. Es decir, su utilidad, su estructura decisional,
sus perspectivas. La crisis ha traído de la mano una politización
inesperada —por su velocidad— del proceso de integración. Y ha hecho
real el debate sobre alternativas a la situación actual. Mientras que
los especialistas discutían sobre la conveniencia de la politización,
dando por hecho que se trataba de una opción entre algunas más, ésta se
ha colado por la puerta grande sin preguntar a los que dicen que saben.
El Parlamento Europeo forma parte de una estructura institucional
anómala en las democracias representativas. Frente a la división de
poderes tradicional la Unión Europea está dividida en dos ramas que
dibujan un cuadrado institucional: la rama ejecutiva formada por la
Comisión Europea y el Consejo Europeo y la rama legislativa por el
Parlamento y el Consejo aún cuando, la Comisión es la que dispone de la
iniciativa legislativa. Como vemos una articulación compleja que hace
que el proceso de toma de decisiones sea largo, complicado y escasamente
comprensible.
Es común decir que el Parlamento Europeo ha sido la institución que
más poder ha ganado desde Maastricht, pasando de ser una “institución
florero” a ejercer capacidades de codecisión y bloqueo.
Y aunque sigue siendo una institución disminuida en sus capacidades
de control y de iniciativa, las reformas de Niza y Lisboa han mejorado
el margen de maniobra que permitiría hacer más visible la labor política
realizada o por realizar en el Parlamento Europeo. A través de los
mecanismos del proceso legislativo ordinario; el dictamen conforme o el
dictamen obligatorio conforme el Parlamento puede mejorar su papel como
actor político en la discusión sobre el futuro del proceso de
integración. Y, especialmente, el debate que se suscitará alrededor de
la elección del Presidente/a de la Comisión permitirá generar una
auténtica controversia política alrededor de los diferentes modelos y
proyectos sobre los que pensar el futuro de la Unión.
Cosas que el Parlamento Europeo podría hacer y que la izquierda debería favorecer
Habría que decir que el entramado institucional produce y reproduce
el déficit democrático crónico que padece la construcción europea desde
sus orígenes. Y que ninguna reforma parcial o menor logrará reducir esa
brecha democrática que cuestiona permanentemente la legitimidad de las
decisiones tomadas por las instituciones europeas.
Así es que la refundación democrática de la UE es una exigencia en
los tiempos de desconfianza y crisis de legitimidad. No obstante se
pueden acometer reformas parciales que, al menos, minimicen el daño y
orienten la perspectiva de un cambio sistémico. Por ejemplo, atribuir
competencias legislativas al Parlamento o incorporar la Unión Económica y
Monetaria a las capacidades de control parlamentario. O exigir un
procedimiento único en toda Europa de participación estatal en los
Consejos de modo que se asegure que los parlamentos nacionales conocen
lo que van a hacer sus gobiernos en la UE. O bien, crear un encuentro
interparlamentario regular entre los parlamentarios nacionales y los
parlamentarios europeos, de modo que pueda discutirse sobre iniciativas
legislativas etc…
Pero lo relevante ahora es saber que oportunidades tenemos desde la
izquierda para hacer del Parlamento europeo un instrumento al servicio
de un cambio social y económico profundo.
Un estudio de la dinámica parlamentaria en los últimos diez años nos
dice de las oportunidades que surgen en la nueva legislatura: la
coalición de acuerdo en votaciones más importantes en el PE es la que se
ha dado entre el GUE (el grupo de la Izquierda Alternativa) y los
Verdes, un 79,3% de las veces. Y el acuerdo entre el GUE y el grupo
socialista: un 72% de las veces. Hay que señalar que los socialistas y
los populares han votado juntos un 64,5% de las ocasiones. En un cambio
de escenario como en el que nos encontramos esta experiencia ofrece un
suelo de acuerdos posibles en la institución misma.
Pero nada impide una actividad de resistencia frente a las lógicas de
privatización y austeridad y que la izquierda alternativa protagonice
la representación de los millones de personas que resisten y se resisten
a ser devorados por la voracidad del neoliberalismo depredador.
El objetivo es trabajar en Europa por dar sentido a esa gran
coalición social y política que está impugnando las políticas
neoliberales y sus consecuencias.
Además de eso, desde el Grupo Parlamentario se pueden usar algunos de
los instrumentos que el Tratado de Lisboa ha habilitado para dar
visibilidad tanto a la resistencia como a la propuesta.
Entre ellas la Iniciativa Ciudadana Europea, una invitación para que la Comisión Europea proponga un texto legislativo
en alguno de los ámbitos de competencia de la UE. Las iniciativas
ciudadanas deben recibir el apoyo de, al menos, un millón de ciudadanos de siete de los veintiocho Estados miembros de la UE, alcanzando un número mínimo de firmantes
en cada uno de ellos. A fecha de hoy una ICE sobre el agua y su
condición de bien público ha conseguido el número de firmas suficientes
para continuar el procedimiento.
Huelga decir las limitaciones de este procedimiento y afirmar que
está muy lejos de significar ningún salto de calidad en la participación
ciudadana en la construcción europea. Dicho lo cual y en este contexto
de crisis de legitimidad, esta posibilidad puede contribuir tanto a
hacer visible el rechazo como las alternativas. Y debe ser considerado
con toda seriedad.
La crisis ha hecho visible que la construcción europea es un juego en
el que unos ganan y otros pierden. Y las lógicas económicas puestas en
marcha desde Maastricht y acentuadas en la gestión de la crisis implican
un deterioro de las condiciones de vida para la mayoría insoportables,
especialmente, pero no solo, en los países del sur o de la periferia
económica de la UEM, entre ellos España.
Estas elecciones y el futuro Parlamento Europeo pueden y deben jugar
un papel muy importante como institución que hace visible la resistencia
y la propuesta. Esta vez, discutir de Europa es una necesidad.
Miembro de econonuestra y profesor de Ciencia Política en la Universidad Carlos III de Madrid
Público.es
http://blogs.publico.es/econonuestra/2014/02/18/sirve-para-algo-el-parlamento-europeo/