Pero incluso opiniones tan cualificadas y pocos sospechosas como esa, las reiteradas llamadas de Obama solicitando de Europa un mayor esfuerzo para poder enfrentarse con éxito a la crisis, o las del propio Fondo Monetario Internacional que ha señalado en varias ocasiones que Europa no responde como debería hacerlo, están cayendo en saco roto.
Mientras que en Estados Unidos no han tenido reservas a la hora de guardar para mejor ocasión los principios neoliberales de los últimos años en aras de poner en marcha amplios programas de intervención, aquí, y a pesar de que ya nadie va a poder oficiarla en la práctica, se sigue manteniendo la liturgia del mercado, de la estabilidad presupuestaria y de la austeridad pública. No solo se desaprovechan así recursos que serían fundamentales para poder evitar que la crisis vaya a más y para fortalecer un nuevo modelo productivo basado en la innovación y en la igualdad, sino que se renuncia a generar un nuevo discurso político más realista y eficaz a la hora de crear riqueza y de promover el progreso de modo sostenible, que es lo que no se ha podido garantizar con los principios y políticas neoliberales que se siguen defendiendo a toda costa.
La Reserva Federal de Estados Unidos se puso manos a la obra en cuanto que la crisis mostró sus dimensiones más negras y no está teniendo pudor a la hora de financiar los programas del gobierno, actuando en la práctica como si fuera una autoridad fiscal más, o al menos saliendo constantemente al firme apoyo de ésta. El Banco Central Europeo, por el contrario, reacciona tarde y contra corriente, no ha podido ejercer como supervisor europeo y sigue siendo esclavo de unos principios constitucionales de actuación que ahora vemos hasta qué punto lo hacen inoperante e inútil para enfrentarse con eficacia y fortaleza a problemas tan gravísimos como los que ahora tiene la economía europea.
Incluso la Comisión y el propio Parlamento se desacreditan cuando aparecen tan impotentes ante la sociedad, cuando desdicen aplicando medidas proteccionistas en provecho de los ricos los postulados de libre mercado con que han justificado hasta ahora sus políticas anti-sociales, o cuando los países entran en continuos conflictos entre sí a la hora de definir políticas o actuaciones que cabría esperar que se plantearan y resolvieran con más o menos dificultad pero mediante acuerdos a escala supranacional.
La consecuencia de todo ello es que el sistema financiero europeo se sigue degradando, que son ya varios los países europeos que han tenido que recurrir a financiación extraordinaria del Fondo Monetario Internacional (con las secuelas sociales que ello va a traer consigo) y que la actividad económica se paraliza en todos sus territorios. Si no se cambia de rumbo con rapidez será inevitable que lleguemos a las próximas elecciones no solo con unos registros económicos aún más deteriorados sino, lo que es peor, con unas instituciones muy debilitadas y puestas en tela de juicio por los ciudadanos europeos.
Los últimos resultados de la encuesta que realiza el Eurobarómetro lo indican claramente. La confianza en la Comisión Europea, el Parlamento Europeo y el Banco Central Europeo cae, como no puede ser de otra manera, de forma generalizada y solo el 34% de los europeos afirma que votará en la próximas elecciones (y un 27% en España).
Se pueden dar muchas vueltas para explicar el desencanto ciudadano con el proyecto europeo pero lo cierto es que algo debe influir el que haya ido parejo con la profundización en las políticas neoliberales y con la pérdida de peso de las políticas sociales y de bienestar social en general.
Con tal de salvar en su día los intereses de los grupos financieros y empresariales más poderosos de Europa se cedió en la definición de principios de arquitectura institucional y de actuación política y esa cesión pasa ahora una factura que no sabemos si Europa podrá pagar sin contratiempos fatales: incrementos de las desigualdades y pérdida neta de bienestar social, cuasi inoperancia en materia político económica cuando los problemas son, como ahora, de especial envergadura, debilidad institucional que se hace estructural y una progresiva derechización de la sociedad europea que no puede dejar de darse cuando los partidos y gobiernos progresistas hacen suyas las ideas y las manera de actuar de la derecha neoliberal.
Europa ha sido en estos últimos años una pieza esencial en la consolidación de la estrategia neoliberal en todo el planeta y es natural que cuando ahora ésta está en crisis y los propios grandes poderes se plantean nuevas formas de actuación y regulación, lo esté también el actual proyecto europeo porque es un proyecto que nadie puede negar que está impregnado hasta los tuétanos de neoliberalismo. ¿Puede seguir basándose el proyecto europeo en la desregulación, en la sacralización del mercado, en la generalización de directivas que solo persiguen dar más libertad y facilidades al capital, en la convivencia con los paraísos fiscales de dentro y fuera de sus fronteras, en la política de mirar a otro lado frente a los bancos y los mercados financieros… cuando cae lo que está cayendo en la economía mundial?, ¿puede sobrevivir sin instrumentos fiscales efectivos ni armonizados en todo el territorio, con una política presupuestaria de mínimos y sin apenas posibilidad de ser usada discrecionalmente, con un banco central responsable de la política monetaria que se desentiende de lo que suceda con el empleo, con el nivel y calidad de la actividad económica y productiva, con cualquier manifestación de la estabilidad macroeconómica que no sea la evolución de los precios? ¿puede permitirse el lujo de basarse en instituciones que se anulan una a la otra y que en conjunto no conforman un entramado institucional ni plenamente democrático ni suficientemente operativo?
Es imprescindible que Europa, sus ciudadanía, reflexione sobre todo esto. Es evidente que los sectores más reaccionarios del poder constituido están repensando Europa, aunque en la línea de mantenerla como un espacio cada vez más inerme frente al capital: el creciente apoyo del que goza la derecha más extrema, la insistencia en medidas como la de las 65 horas o las antisociales de servicios, el discurso diluyente que se difunde sin descanso y la propia inexistencia de un amplio debate social sobre la responsabilidad que las políticas europeas han tenido en la generación de la crisis son prueba de ello. La alternativa no puede ser la de enrocarse en un modelo que está condenado a caer por sí mismo y que de esa forma puede arrastrar con él el proyecto europeo sino dar pasos adelante con nuevas propuestas imaginativas y capaces de dar la vuelta al desencanto que hoy día amenaza a Europa. Y es también evidente que ese encantamiento solo podría darse si la izquierda despierta y se sacude de la tentación liberal para defender ante los ciudadanos un proyecto propio en lugar de seguir confundiéndose con los otros.
Artículo publicado en Temas para el Debate.
www.juantorreslopez.com
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