Los anglosajones, o más precisamente, los sucesivos imperios
anglosajones, el británico y el norteamericano, han conseguido imponer
una idea de Europa que la geografía desmiente: Europa excluye a Rusia,
según esta visión. Estos imperios han tratado siempre de mantener a
Europa dividida.
De modo que una primera evidencia es la siguiente: la Unión Europea
no es Europa, sino la Europa subalternizada a los proyectos de dominio
hegemónicos de los Estados Unidos y de Gran Bretaña, hoy peón de brega
del primero en este campo.
¿Qué experimento yo hacia la Europa de la UE? La verdad es que mi
educación, mi cultura, me impiden pensar sin crítica en términos de esta
Europa. Yo admiro la literatura de los ingleses y de los franceses, de
los rusos, los italianos y los alemanes; la música alemana y austriaca;
la pintura de los franceses y los italianos... Pero no las veo como
literaturas, músicas o pinturas "europeas", sino nacionales. Y nacionales
son otras manifestaciones culturales, como la cocina italiana, la
francesa, la española, o la abominable cocina inglesa y la poco
soportable cocina germana.
Tampoco es fácil para mí pensar en unos "estados unidos de Europa".
Ni para bien ni para mal nos parecemos al modelo, a los Estados Unidos
de América. Para empezar, no tenemos una lengua predominante o común,
sino varias lenguas fuertes (las principales, el castellano y el
inglés), con literaturas de gran calidad y millones de hablantes. Aunque
se enseña a los niños a hablar inglés —y el inglés que hablamos los
europeos es más o menos el mismo que el de los paquistaníes—, es difícil
que esa lengua tan apta para las transacciones comerciales y las
precisiones de la técnica pueda suscitar el amor que es debido a una
lengua propia. Tampoco existe un motivo común, un ideal, si puede ser
usada en este contexto tal palabra, para la unificación europea. Hasta
ahora el camino hacia esa unión europea se ha pavimentado menos con
ideales que con dineros. Los negocios han sido el motor de la Unión, y
eso no puede entusiasmar a las mayorías poblacionales, que ni hacen
negocios ni tienen dineros.
A la espalda quedan los millones de muertos en las guerras europeas:
tanto en la historia lejana como en las dos grandes guerras mundiales
del siglo XX: ésa es la historia de Europa. Ciertamente, también es
europea la ilustración. Y mucho hacer científico. Pero lo que más pesa
socialmente son las desgracias.
Está permitido hacerse preguntas. ¿Qué pensamos los españoles de
Francia y Gran Bretaña, que abandonaron al fascismo a la República
española? ¿Qué pensarán los griegos de los ingleses? ¿Y media Europa de
los alemanes? ¿Y los alemanes de los británicos? ¿Podemos creer que las
heridas de la historia europea han quedado realmente atrás, o
simplemente han quedado sepultadas bajo toneladas diarias de papel
prensa?
Entre algunos de los países de esa "mini-Europa" que es la Unión
Europea —pero no entre todos— ha habido, hasta hace dos días, algo
parecido, aunque no "en común": la existencia de cierta redistribución
vía Estado del producto social, redistribución a la que se dió el
apologético nombre de "estado del bienestar". En algunos países europeos
había hasta hace muy poco un sistema universal de salud (no lo tienen
ni los USA ni China), de pensiones de jubilación, subsidios de paro,
pequeñas vacaciones pagadas, educación básica universal gratuita,
negociaciones colectivas de trabajo y cierto control sobre las
condiciones de higiene y seguridad en el trabajo. Pero estos bienes
sociales no han sido nunca "bienes europeos", sino "estatal-nacionales".
Son logros sociales de los trabajadores de cada uno de los países. Lo
único que ha hecho la Unión Europea a su respecto ha sido en realidad
ponerlos en cuestión: imponer recortes.
No tengo, pues, motivos fácticos para conceptuar aprobatoriamente a
la Unión Europea. Que es una cuestión de instituciones económicas y
connivencias políticas. Sus instituciones apenas guardan las apariencias
democráticas. Hay un parlamento europeo elegido, sí, pero los electores
se encuentran ante cada uno de los potenciales elegidos para ese
parlamento en la misma situación: obligados a dar un voto para alguien
designado de antemano por el sistema de los partidos, salvo que se
decida abstenerse de votar. Y el parlamento así elegido carece de
poderes de control y de legislación determinantes. Casi determina tan
poco la política europea como el parlamento marroquí.
Los legisladores europeos son los presidentes de los consejos de
ministros —que carecen de poder legislativo en sus países— y los
designados por éstos para componer la Comisión Europea. Desde el punto
de vista político, no veo hoy por hoy cómo la voluntad de las
poblaciones, su voluntad real —no su falsa voluntad "interpretada" por
los partidos— puede abrirse camino hasta los núcleos decisores de las
políticas europeas. La legislación europea carece de legitimación
democrática. Sirve para liberar de trabas al mercado, esto es, a los
capitales. Es fruto de eso que llaman gobernanza, o sea, la capacidad de diseñar políticas e imponerlas al margen de las poblaciones gobernadas.
Veo en cambio cómo los dineros europeos se gastan con gran alegría.
Cómo las imágenes del parlamento europeo lo muestran ordinariamente casi
vacío durante las sesiones mientras los parlamentarios se embolsan
opíparos sueldos y dietas. Y esto, claro, es sólo anécdota.
¿Y qué decir del gran logro europeo, el euro? Al final parece
haber servido principalmente para esclavizarnos individual y
colectivamente, como países, a eso que llaman los mercados. Una
moneda única emitida sin el respaldo de una fiscalidad adecuada,
gobernada por un Banco cuya principal función estatutaria es controlar
la inflación pero no contener el desempleo. El euro no permite devaluar
para facilitar las exportaciones: el único modo de devaluar es devaluarnos directamente a nosotros mismos: percibir menos por el trabajo.
¿Qué decir de las guerras no declaradas, de las guerras humanitarias en
que han participado y participan los ejércitos europeos? Esas guerras
no han sido libradas en nuestro nombre, pero han sido impuestas a las
poblaciones como si fuera así.
No, no tengo grandes motivos para simpatizar con esta construcción de
la UE. A pesar de que algunos programas europeos, como los Erasmus,
hayan servido principalmente para conocernos mejor de una manera difusa
y, naturalmente, sólo entre las capas mínimamente pudientes de la
población (para análoga función entre los pobres están los circenses, las competiciones europeas de fútbol).
¿Hubiera podido ser de otra manera?
No sólo para nosotros, sino también para los italianos, franceses,
portugueses, griegos, holandeses, alemanes... ¿hubiera podido ser de
otra manera? O mejor, ¿podemos los ciudadanos proponer otra Unión
Europea?
Para empezar, no será fácil. La derecha que ha gobernado la Unión
Europea ha procedido a ampliaciones altamente discutibles, por decirlo
así: ahí están países que reaccionan de manera casi fascista y en todo
caso derechista al antiguo dominio de la URSS sobre ellos, como las
repúblicas bálticas o Polonia. Y en casi todos los países de la UE hay
minorías de extrema derecha que se opondrían a un programa propuesto por
la izquierda europea cuyos rasgos básicos pueden ser parecidos a lo que
se exponen a continuación:
Una Unión Europea abierta a toda Europa, no sólo a su mitad occidental.
Una Europa con redistribución de las rentas, esto es, con derechos
sociales y solidaridad poblacional interna. Una Europa económicamente
solidaria, con políticas económicas que afiancen esta solidaridad.
Una Europa no militarista, liberada de la pertenencia a la OTAN, y
que defienda a cualquier población suya de eventuales agresiones, pero
que renuncie a la guerra como instrumento de su acción política.
Una Europa que encabece la investigación para una producción
compatible con la preservación del medio ambiente; una Europa ecológica,
movida esencialmente por energías renovables.
Una Europa con instituciones distintas de las actuales: que no
minorice excluyentemente a nadie, salvo a quienes combatan la adopción
de decisiones por métodos democráticos. Instituciones que modelen sus
proyectos políticos según la voluntad de las poblaciones, y no a la
inversa.
Una sociedad europea dispuesta a reparar los daños causados a
otras poblaciones por su pasado colonialista, y, en este sentido, una
Europa internacionalista.
Este cuadro puede parecer utópico. Si fuera efectivamente imposible,
debería aportarse algún motivo para defender la Unión Europea, porque yo
no lo veo. Hasta ahora la izquierda ha ido a remolque en el asunto de
la construcción europea. Hubo de tragarse el tratado de Maastricht, que
combatió, y ahora la imposición de decisiones contra todo sentido de la
democracia. Ese ir a remolque no tiene objeto. Ha llegado la hora de una
reflexión seria. ¿Tiene sentido la pertenencia a la Unión Europea?
¿Tiene sentido el mantenimiento del euro actual? ¿Es posible crear un
movimiento poblacional europeo que se sobreponga a los políticos
profesionales de la Unión? Y si las preguntas no son éstas, alguien debe
señalar cuáles son.
Lo que la izquierda no puede hacer es ignorar esa dimensión continental de los problemas.
Juan-Ramón Capella
Mientras Tanto
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