La cumbre de ayer había levantado
muchas expectativas, aunque sus grandes actores se hubieran empeñado en los
últimos días en quitarle hierro al asunto. En ello tuvo mucho que ver el hecho
de retrasar la reunión del Ecofin; pues esto descafeinaba la cumbre, al no
poner sobre la mesa cifras concretas, sino tan solo medidas o intenciones
políticas.
Sobre la mesa había tres
cuestiones: 1) Quita de la deuda griega; 2) Recapitalización de la banca; y 3)
Consolidación del Fondo Europeo de Estabilidad Financiera.
Quizás de las tres la única que
responda realmente a una lógica madura sea la primera. Al final parece que se
reafirma con un 50%. Digo parece, porque la medida se sigue discutiendo y
va ser motivo de más que un titular. No
obstante, de aplicarse finalmente, es vergonzoso e irritante que se haya
tardado tanto en aprobarla. Es motivo de sonrojo para toda la clase política
europea que después de no pocos encuentros y reuniones en Bruselas, y de
apremiantes exigencias de estrangulamiento a la soberanía griega, hayan
descubierto que por ese camino la vaca de la que pretendían obtener incesante
leche para satisfacer a la banca francesa y alemana, entre otras, estaba a
punto de morir por culpa de la serie constante de golpes a la que la estaban
sometiendo las instituciones económicas europeas y el FMI.
Evidentemente la banca está que
trina. Si se aplica la quita, le han fastidiado el negocio (100.000 millones de
euros en pérdidas) y obligado a destapar sus vergüenzas al mismo tiempo. Porque
semejante quita revelaría el poco respaldo con el que cuenta en realidad la
banca; y no me refiero a respaldo político, que de ese anda sobrada, sino en
cuanto a solvencia. De ahí la exigencia de recapitalizarse hasta alcanzar un 9%
de capital de máxima calidad. Es una forma curiosa de hacer público el hecho de
que los bancos tienen una enorme cantidad de porquería convertida en factores
de riesgo circulando por ahí; de tal forma que si ocurre una catástrofe como la
quita griega, se quedan con una mano delante y otra detrás. Es un hecho sabido
por todos que el dinero que tenemos metido en el banco en realidad es un pixel
más en un entramado logarítmico de píxeles parecido al que se desplegaba en la
película de ciencia-ficción Matrix. Y que si todos los clientes de una sucursal
se pusieran de acuerdo en retirar sus fondos, el banco tendría que colocar un
discreto cartel en la puerta rezando lo siguiente: “Cerrado por falta de
liquidez”. ¿Por qué? Porque los bancos mantienen su actividad crediticia
básicamente reproduciendo un sistema piramidal de apalancamiento. Dicho en
plata, porque los bancos mantienen su actividad contándole una y otra vez a sus
clientes el cuento de la lechera; de tal forma que simplemente con que se
derrame por el camino la mitad del cántaro, puede que el cuento ya acabe en
tragedia.
Ahora comienza la carrera por la
recapitalización. Nueve meses le han dado a los bancos. Pero lo peor es la
asignación que se ha hecho de las necesidades de adquisición de capital. La EBA le ha guiñado el ojo a los
bancos franceses y alemanes, a pesar de ser los mayores tenedores de deuda
griega, y, sin embargo, le han salido rayos láser cuando se ha fijado en la
banca española. En concreto las entidades bancarias que más capital de máxima
calidad necesitan incorporar son el BBVA y el Santander. Esto no me preocuparía
en absoluto – ya que no le tengo ninguna simpatía a ninguna de estas dos
entidades – si no fuera porque esta urgencia puede estrangular más si cabe el
crédito en nuestro país; y, por otro lado, porque la banca puede volver a poner
la mano para que le caiga dinero público y salvar así la papeleta. Y aunque la UE parece esta vez más
preocupada porque esto dos temores no se hagan realidad, restringiendo
dividendos y bónuses, y supervisando que el crédito siga fluyendo, teniendo en
cuenta el peso político que actualmente tiene el lobby bancario, yo no dormiría
muy tranquilo. Porque del dicho al hecho… ya se sabe que hay mucho trecho.
En cuanto a quién es el culpable
de esta quita en la deuda griega, huelga decirlo, no son los griegos, por ser
poco eficientes; sino la propia banca por haber querido recrear el milagro de
los panes y los intereses a costa del país heleno. Sinceramente, nunca he
entendido la lógica que aplican los bancos cuando entienden que una inversión
ha aumentado su riesgo. Lo que hacen normalmente es aplicar el siguiente
silogismo: A más riesgo, más intereses. Pero claro, si la deuda soberana
aumenta su riesgo, es porque el país en cuestión está en apuros, ya que su
productividad no alcanza el nivel exigido por sus compromisos financieros, y
amenaza con llegar a declararse en quiebra. Con lo cual, si encima le exiges
mayores intereses, lo que estás provocando es un agravamiento de su situación y
que la posibilidad de la quiebra se haga cada vez más real. Pero eso a los
bancos les tiene sin cuidado, porque se dicen a sí mismos: “Bien, antes de que
quiebre el país ya vendrá alguien a rescatarlo, y yo podré cobrar al final los
altos intereses que provocaron en parte su caída”. Es la aplicación de lo que
vendría a ser un arma financiera de especulación masiva. El país endeudado
penetra en un penoso camino de servidumbre y se pone en almoneda al tener que
ser rescatado, mientras los organismos de rescate negocian con los bancos la
percepción de lo debido. Como el BCE está atado de pies y manos y es mudo a
instancias de la
Constitución europea, no queda otra que insistir
machaconamente en que la solución pasa por reducir como sea el déficit de los
países en apuros, para que el coco de las agencias de calificación no vuelva a
hacer estragos en la estabilidad financiera de la UE. Y aquí llegamos a otro
atentado contra la lógica más elemental. Pues precisamente las medidas que
proponen, entre otros, el FMI para la reducción de déficit, agrava más si cabe
la situación de los países que están en apuros, lastrando su crecimiento,
minando su solvencia y, por tanto, también su credibilidad: crea inestabilidad
social, devalúa la demanda interna y genera más desempleo. Esta sinrazón es la
que alienta la sospecha de que en realidad existen sectores interesados en que
países como Grecia caigan en el abismo; pues supone obligarles a poner en venta
todo aquello que hubiera llevado antes una etiqueta pública. Porque si el
Estado no puede pagar los intereses, ya lo harán aquellas empresas que acudan a
los bancos con intención de invertir en la privatización de los sectores
públicos puestos en venta. Y claro, si estas empresas aumentan
espectacularmente su volumen al colonizar territorios con una demanda
asegurada, como la sanidad o la educación, los bancos se verán enormemente
recompensados, pudiendo reciclar un porcentaje mayor de activos tóxicos
adquiridos a raíz de especulaciones fallidas acontecidas en el pasado (como las
generadas durante la crisis inmobiliaria). Un expolio a la res publica en toda
regla.
Esta situación delata otro grave
problema. Se agolpan los analistas económicos que desde distintas perspectivas
intentan recordar a los líderes de la
UE que la situación actual se parece cada vez más a la
atravesada en los años 30. Y que de esta situación sólo se puede salir
aplicando medidas keynesianas, es decir, medidas intervencionistas
completamente opuestas a los axiomas del neoliberalismo. Estas medidas pasarían
porque el BCE empezara a ejecutar acciones similares a las de la Reserva Federal
estadounidense, y porque los gobiernos aplicaran reformas fiscales que
permitieran recabar recursos necesarios para estimular la economía por medio de
fuertes inversiones públicas que, inevitablemente, requerirían superar la
barrera actual de endeudamiento público. Pero esta solución aterra a Alemania,
y atenta contra los pilares más básicos sobre los que se fundó la UE. Los alemanes no
quieren ni oír hablar de medidas que puedan suponer un aumento de la inflación,
ya que esto devaluaría sus ahorros y pondría en tela de juicio su liderazgo.
Sin embargo, Paul Krugman considera que estas medidas no generarían inflación,
porque la creación de dinero por parte del BCE no sería inflacionista dentro
del marco de una economía deprimida. En realidad, la oposición hacia estas
medidas esconde el nudo gordiano de la lucha de clases. Porque la actuación del
BCE como escudo protector frente a ataques especulativos, como garantía de
comprador compulsivo de deuda soberana, abriría la caja de los truenos de los
bancos y de las rentas más altas, ya que devaluaría los activos a los
acreedores y aliviaría los pasivos a los deudores. Y claro, la banca alemana,
gran acreedora de Europa, tiene completamente estigmatizada esta idea. Para
ella es anatema. Por esta razón, desde Alemania se insiste, erre que erre, en
que la única vía para salir de ésta es reducir el déficit, como sea. De ahí que
Ángela Merkel alabe la gestión española
en el Bundestag por haber constitucionalizado su techo de déficit, y también
que reprenda a Italia por no haber hecho todavía los deberes: reformar las
pensiones y el mercado laboral, ampliar la edad de jubilación, etc. Medidas muy
avanzadas en España como todos lamentablemente sabemos, y que, mucho me temo,
no se van a quedar ahí con el nuevo ejecutivo tras el 20N. De hecho Bruselas
espera que España acometa “Nuevas acciones […] para aumentar el crecimiento y
reducir los niveles de paro inaceptablemente altos. Eso debería incluir cambios
en el mercado laboral para introducir más flexibilidad, y otras reformas para
incrementar la competitividad, en especial en el sector servicios”. Dicho de
otra manera, Bruselas espera que se conceda todo aquello que se reclame desde
la patronal, en detrimento de los sindicatos.
Por último, para que los mercados
no empiecen a darle a la tecla de la venta masiva, haciendo caer en picado las
bolsas, se ha decidido aplicar ingeniería financiera al FEEF. En realidad no se
ha creado un respaldo real al problema. Lo que se ha hecho es ganar tiempo
creando un aval parecido estructuralmente a un seguro. Por lo que en realidad
tenemos 440.000 millones de euros y un billón de intenciones. Es otra vuelta de
tuerca para mantener en vilo la confianza sobre la solvencia de los países en
apuros. Pero esta medida tiene una cara B: apelar a la inversión de países como
China, Japón o Brasil; a los que, en principio, no les interesaría la caída del
euro. Todo lo que sea necesario para que el BCE siga manteniéndose congelado en
un tercer o cuarto plano, dedicado exclusivamente a mantener la inflación en
torno al 2%; hecho que, mucho me temo, sólo va a hacer que la situación siga
agravándose y volviéndose cada vez más insostenible, si es que para entonces
Bruselas no ha sido abordada por una marea de gente desesperada ante la flagrante
inmoralidad e incompetencia de los que dicen ser sus representantes.
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