¿Crisis? ¿Qué crisis? Los cafés, las terrazas, los restaurantes no se
quedan vacíos, los turistas se atropellan en los aeropuertos, se nos
habla de récords de exportaciones, de que el paro disminuye. La gente
bosteza ante la “cumbre” política de cada semana y las oscuras disputas
de los expertos.
Es manifiesto que casi nadie se percata de que los países europeos ya
no están gobernados por instituciones que cuenten con una legitimidad
democrática, sino por una ristra de siglas que han ocupado su lugar.
Ahora mandan el MEDE, el FEEF, el BCE, la ABE y el FMI. Solo los
iniciados llegan a comprender quién hace y cómo en el seno de la
Comisión Europea y del Eurogrupo. Todos esos organismos no figuran en
ninguna constitución del mundo y no asocian a los electores a su toma de
decisiones.
Produce escalofríos la indiferencia con que los europeos aceptan que
se les despoje de su poder político. A diferencia de las revoluciones,
los golpes de Estado y los alzamientos militares, que no escasean en la
historia de Europa, esta desposesión se está llevando a cabo sin ruido y
sin violencia. Todo ocurre pacíficamente, en un reservado.
Ya no asombra a nadie que no se respeten los tratados. De las reglas
existentes, como el principio de subsidiariedad establecido por el
Tratado de Roma o la cláusula que prohíbe los rescates financieros en el
de Maastricht, se hace caso omiso cuando hace falta. El principio pacta sunt servanda [hay que respetar lo pactado] se convierte en un eslogan carente de significado.
La abolición del Estado de derecho queda clara en el tratado
fundacional del MEDE (el Mecanismo Europeo de Estabilidad). Las
decisiones de los pesos pesados de esta “sociedad de rescates” tienen
validez inmediata y no están sujetas al consentimiento de los
parlamentos. Se les llama “gobernadores”, como era habitual en los
antiguos regímenes coloniales, y, como en estos, no tienen que rendir
cuentas ante la opinión pública. Están exentos de control judicial o
legal. Y gozan de un privilegio que no posee ni el jefe de la Camorra
napolitana: la inmunidad penal absoluta (según los artículos 32 a 35 del
tratado fundacional del MEDE).
El expolio político de los ciudadanos empezó cuando se introdujo el
euro, incluso antes. Esta moneda es el fruto de maquinaciones políticas
que no han tenido en cuenta las condiciones económicas necesarias para
poner en marcha semejante proyecto.
Lejos de reconocer y corregir las malformaciones congénitas de su
creación, el “régimen de los rescatadores” insiste en la necesidad de
seguir a toda costa la hoja de ruta establecida. Proclamar que no
tenemos “otra salida” viene a ser negar el peligro de explosión inducido
por el aumento de las disparidades entre los Estados miembros. Las
consecuencias se dibujan en el horizonte: división en vez de
integración, resentimiento, animosidad y reproches en vez de
concertación. “Si el euro se hunde, Europa se hunde”. Este eslogan
inepto trata de movilizar a un continente de quinientos millones de
habitantes en la empresa azarosa de una clase política aislada, como si
2000 años no fuesen nada comparados con una moneda inventada hace muy
poco.
La “crisis del euro” prueba que esto no acabará con el expolio
político de los ciudadanos. Su lógica quiere que conduzca al expolio
económico. La gente baja a las calles en Madrid o Atenas porque no le
queda otro remedio. También ocurrirá en otras partes.
Se ha cortado el paso a las opciones prudentes que hasta ahora se han
propuesto. A la idea de una Europa a varias velocidades se la ha
perdido ya de vista. Las cláusulas de salida sugeridas con la boca
pequeña jamás han encontrado un lugar en los tratados. La política
europea ha humillado el principio de subsidiariedad. Esa palabra
significa que, de la escala municipal a la regional, del Estado-nación a
las instituciones europeas, siempre debe ser la instancia más cercana a
los ciudadanos la que mande dentro de su marco de competencias, y los
niveles superiores no deben heredar más competencias reglamentarias que
las que no se puedan ejecutar en otros niveles.
Pero los 500 millones de europeos no capitularán sin haber opuesto resistencia.
Este continente ya ha superado conflictos más sangrientos que la
crisis actual. Salir del callejón donde nos han arrinconado los
apóstoles tendrá un coste y no se logrará sin conflictos y sin dolorosos
recortes. El pánico es el peor de los consejeros, y quienes predicen
que Europa va a entonar su canto del cisne ignoran las fuerzas que
tiene. Antonio Gramsci nos ha dejado esta máxima: “Al pesimismo de la
inteligencia tiene que acompañarle el optimismo de la voluntad”.
Hans Magnus Enzensberger
Ensayista y periodista
Ensayista y periodista
CCS (Centro de Colaboraciones Solidarias)
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