El grupo de
mayor vulnerabilidad de la población española son ya los niños. En toda la UE,
sólo Rumania tiene una proporción mayor de niños que viven por debajo del
umbral oficial de pobreza. Los jóvenes no lo tienen mucho mejor: más del 50%
están en el desempleo, una proporción peor que la de Grecia; los mejores y más
formados, emigran en masa, como sus padres y sus abuelos: a Alemania, a
Inglaterra, a la Argentina. Y el paro a fines de este año, “en el peor
escenario” previsto por los tecnócratas que han diseñado el rescate del sector
financiero español decidido ayer, superaría ampliamente el 25% de la población.
En plena
sintonía con estas malas nuevas, la vicepresidenta del gobierno, Soraya Sáenz
de Santamaría, dejó boquiabierto al auditorio la pasada semana –en la
presentación del último libro de un periodista conservador barcelonés en el
candelero madrileño— confesando como cariacontecida que, en el futuro mundo que
nos preparan, “nuestros hijos vivirán peor que nosotros”.
Tal vez no
haya hoy en el planeta lugar mejor que el Reino de España para atestiguar la
quiebra de las eufóricas promesas y de las instituciones de la “globalización”,
de la “sociedad de la información”, de la “economía del conocimiento”—esa que
habría superado para siempre los “ciclos económicos”—, de la “sociedad del
riesgo”, de la “postmodernidad líquida” y de todos esos eufemismos
ridículamente pomposos con que los peritos en legitimación de turno han venido
disfrazando en las últimas décadas la verdadera contrarrevolución económica,
social, política y espiritual que han venido desplegando los nuevos mandamases
del capitalismo tardío, herederos resucitados de los “monarcas financieros”
combatidos por Roosvelt y de aquellos “rentistas” a los que Keynes recomendó
encarecidamente aplicar la “eutanasia”.
La primera
víctima de esa “guerra de clases desde arriba” ha sido, como en todas las
guerras, la verdad. De aquí el triunfo apoteósico de los eufemismos.
Con esa mezcla
tan suya de gesto firme, paupérrima contundencia adverbial –“absolutamente”— y
dicción insegura y trastabillada, el ministro De Guindos se empeñó anteayer en
otro: no es un “rescate”, “en absoluto”, “vamos a ver”, “es, es… es… una ayuda
financiera, un préstamo a intereses mucho más bajos, como usted bien sabe, que
los del mercado”. Inútilmente: toda la prensa, nacional e internacional, amiga
y menos amiga –que entre bueyes no hay cornadas—, titula en primera plana:
“Rescate del Reino de España”.
La segunda
víctima es la democracia, entendida simplemente como predominio político de la
opinión pública de los más. Porque no hay modo de que los menos impongan
políticas abiertamente hostiles a los más. Sobre todo cuando los más se
percatan, como obviamente lo hacen, de la mentira, ya vaya eufemísticamente
vestida y al agravio se sume el insulto. El rescate ha llegado tras negarlo
enfática y repetidamente los dirigentes más importantes del PP: el propio Rajoy
el pasado 28 de mayo, y esta misma semana pasada, el ministro de Hacienda
Montoro, y anteayer mismo, el ministro de Industria, Soria, la vicepresidenta
del gobierno y la irritante secretaria general del partido, la señora de
Cospedal, la del rictus avinagrado.
Cuando falla
el eufemismo, quedan la policía y la “necesidad”. De la policía mucho hay que
hablar; la austeridad trae inexorablemente consigo autoritarismo. Y con
ministros del interior de escasa convicción democrática –como el grotesco Puig
en Cataluña, como el exfranquista Fernández Díaz en el gobierno central—, cosas
mucho peores. Por ejemplo, robustecimiento del espíritu de cuerpo y del
fanatismo represor entre los subordinados: se estima que en Grecia el 50% de
las llamadas fuerzas de orden público son ahora mismo votantes del neonazi grupúsculo
Alba Dorada.
Pero hoy toca
hablar de la “necesidad”.
Necesidad,
arbitrariedad y legitimidad política
Nadie votó a
Zapatero para hacer lo que hizo a partir del 12 de mayo de 2012, pero el
hombrecillo dijo, tan contristado, que lo haría “cueste lo que cueste y me
cueste lo que me cueste”. Era “necesario”, ¡qué diablos!
Rajoy se ha
empeñado en superarle. No sólo nadie le votó para que negociara un rescate,
sino que se presentó a las elecciones del pasado noviembre con el explícito
mensaje de que sólo él podía evitarlo. Lo cual habría de ser relativamente
fácil, habida cuenta de que todo se reducía a un problema de “confianza” de los
mercados financieros, y para inspirar “confianza”, ahí estaban el chico de
Pontevedra y sus amiguetes (como Rato, mismamente). Ahora ha descubierto la
“necesidad”, que –como la “confianza”— vaya usted a saber en qué consiste
exactamente, pero que parece servirle también para salir arbitrariamente del
paso y, como a Zapatero, para ciscarse en sus electores. Todo muy quevedesco:
No
olvides que es comedia nuestra vida
y
teatro de farsa el mundo todo
que
muda el aparato por instantes
y que todos
en él somos farsantes.
En unas
declaraciones a la emisora Onda Cero realizadas a fines de mayo, cuando negaba
por fas y por nefás que el sistema financiero español necesitara rescate,
decidió de todas formas curarse en salud, con un buen baño de arbitraria
“necesidad”: “haré cualquier cosa que sea necesaria, aunque no me
guste y aunque haya dicho que no lo iba a hacer”. Y lo hizo.
Con este
resultado: la legitimidad política del gobierno de Rajoy terminó ayer, como la
de Zapatero se hundió irreversiblemente el 12 de mayo de 2012 [1].
¿Quién decide
lo que es “necesario” en un momento dado? La cuestión no tiene siquiera que ver
con la representación democrática (de los intereses de los más), sino
con la representación política tout court. La representación política
fiduciaria de unos intereses ciudadanos –grandes o pequeños— no es un mandato
personal para que el elegido por cuatro años decida por su cuenta y riesgo qué
políticas (le) imponen las cambiantes “necesidades” interpretadas a su antojo y
acomodo.—Eso sería, a lo sumo, usurpación tecnocrática de la representación
política.— Es, al contrario, un mandato para desarrollar y poner por obra un
programa de gobierno que se supone ex ante factible y realizable, es
decir, un programa que incorpora ya explícitamente y somete al electorado, si
se quiere como restricciones, todos las posibles “necesidades” (las anankaia
de Aristóteles: así de viejo es el problema). Cuando un programa se revela,
por lo que sea, irrealizable, termina el mandato político legítimo, y el
representante no tiene sino cesar o someter un nuevo programa a una cuestión de
confianza ante la ciudadanía.
Política
ilegítima, tecnocracia de medio pelo y una derecha dividida
Es harto
sabido: la sufrida izquierda social española arrastra desde el comienzo mismo
de la Transición un grave problema de representación política. La célebre ley
de hierro de las oligarquías políticas formulada por Robert Michels en 1910 se
ha cebado espectacularmente con el pueblo español de izquierda. Carrillo impuso
sin mayores discusiones –y para más INRI, desde una universidad norteamericana—
el abandono del leninismo a los comunistas; luego, sin mayores explicaciones a
nadie, decidió el abandono de la República y la aceptación de la Monarquía y su
himno y su bandera. Felipe González, contra el parecer abrumadoramente
mayoritario de los socialistas españoles, hizo repetir un congreso del partido
para imponerles el abandono del marxismo en 1979; luego, contra las promesas
electorales que le llevaron a un triunfo arrollador en otoño de 1982, chantajeó
a su electorado hasta lograr imponerle –por los pelos— la permanencia de España
en la OTAN en 1986. Buena parte del éxito inicial de Zapatero en su primera
legislatura consistió en que, y para pasmo de todos, cumplió con su compromiso
electoral de retirar las tropas españolas de Irak. Tanto más devastadora
psicológicamente resultó la vuelta a la “normalidad” con la traición a su
electorado en el giro de mayo de 2010.
Una de las más
llamativas –y trágicas— consecuencias de ese endémico problema de
representación política fiduciaria de la (demográficamente mayoritaria)
izquierda social española, fraguado en el arranque de la Transición, se
manifiesta en la poca calidad de sus dirigentes políticos. Pues se afianzó y
prosperó todo un conjunto de mecanismos de selección inversa, que ha solido
enviar sucesiva y regularmente a casa, o al basurero de la historia –como
decían los viejos estalinistas—, a los mejores y más capaces, promoviendo
generalmente a los incapaces, a los mediocres, a los serviles, a los cerriles,
a los cainitas chiflados, y muchas veces –hay que decirlo—, a los más
corrompibles (como, por señalado ejemplo, Roldán). Y a tenores huecos, a
barítonos bufos, a revolucionarios de salón y tartarines de oficina, a
buscavidas sin oficio ni beneficio conocido y a logreros de diversa laya (como
los del “tamayazo”, que lograron la imposible hazaña de aupar a Esperanza
Aguirre al poder en Madrid). Y a inconsistentes zascandiles, como Zapatero.
Todo un espectáculo coral. El asombroso descrédito de la política entre el
pueblo –todos los sondeos de opinión coinciden en que el tercer problema
percibido como más grave por los ciudadanos es la “clase política”— tiene que
ver también con eso, más, desde luego, que con una espontánea querencia ibérica
por la antipolítica.
La
representación política fiduciaria de la (demográficamente minoritaria) derecha
económica y social española nunca había conocido ese tipo de problemas, no con
la gravedad con que los ha padecido la izquierda. Baste recordar cómo se
desembarazaron sin pestañear de Hernández Mancha –el “parlanchín delirante”
(Javier Pradera)— en la Alianza Popular antecesora del actual PP, o –mayúsculo
ejemplo— la saña y rapidez con que liquidaron a Adolfo Suárez y a su UCD, tan
pronto empezaron a resultarles incómodos. La diferencia con el destino de
Felipe González –el de los gatos negros y los gatos blancos y la “mirada
tontiastuta del gatazo castrado y satisfecho” (Rafael Sánchez Ferlosio)— salta
a la vista.
Pues bien; en
menos de seis meses de gobierno, la crisis y su gestión por el gobierno Rajoy
lo está consiguiendo. El periodista Federico Quevedo –un informado correveidile
del mundo de la derecha (El Confidencial) y la extrema derecha
(Intereconomía) mediáticas madrileñas— contaba el pasado 1 de junio esta infidencia
de “un importantísimo ministro del Gobierno de Mariano Rajoy ante un reducido
grupo de empresarios”:
“Nunca
pensamos que a seis meses de ganar unas elecciones con mayoría absoluta, con un
poder como nunca había tenido un partido político en España, íbamos a
sufrir un desgaste tan brutal hasta el punto de que se cuestione nuestra
continuidad. Y lo peor es que no sabemos qué hacer”.
Obviamente, el
“brutal desgaste” a que se refiere el “ministro importantísimo” no puede ser
electoral (tienen tres años y medio por delante), sino que alude a la pérdida
de confianza de su base social fideicomitente directa, es decir, al reducido
núcleo de intereses sociales y económicos granempresariales del que el gobierno
del PP es, supuestamente, fideicomisario.
Unos días
antes, el diario El País había publicado un artículo firmado por tres
destacados economistas jóvenes del principal think tank de la derecha
española (la Fedea generosamente financiada por las grandes empresas
nacionales), al que ya tuvimos ocasión de
referirnos la semana pasada, y en el que se daba por amortizado al gobierno
de Rajoy y se venía a pedir un gobierno tecnocrático de unidad nacional para
mantener al Reino en el euro. El gobierno, principalmente De Guindos, el propio
Rajoy y el secretario económico de presidencia, Álvaro Nadal, consideraron eso
poco menos que alta traición, y algún periodista afín a ese grupo llegó a
hablar de intento de golpe de Estado. (Véase “El
día en que Fedea propugnó un golpe de Estado (y cavó su tumba)”, El
Confidencial, 9 de junio de 2012.) Pero la fidelidad del periodista a la
fracciónn de Rajoy, De Guindos y Nadal le hace verosímilmente presentar las
cosas al revés. Descubierto el “complot” para terminar con Rajoy, estos chicos
estarían acabados, porque, supuestamente, el Gobierno Rajoy y las grandes
empresas que financian a Fedea serían una y la misma cosa. ¿O no?:
“ ‘No se trata
–aseguran estas fuentes- de cuestionar a Fedea ni su labor durante estos años,
que ha sido excelente, sino de plantearnos por qué una institución que nace con
la voluntad de aportar ideas, se erige de pronto en un baluarte de la oposición
al Gobierno hasta el punto de promover la destitución del mismo’. La
Fundación ha cruzado una línea roja peligrosa, y ahora tiene en su
contra nada menos que al Gobierno de España –BBVA, Banesto, Santander, Abengoa,
El Corte Inglés, Telefónica, La Caixa, Sabadell, Iberdrola, Repsol…-, y resulta
cuando menos poco probable que los patronos de la Fundación, los que
ponen el dinero con el que se paga a economistas supuestamente de reconocido
prestigio para que escriban artículos como el mencionado, estén dispuestos a
respaldar semejante propuesta de Golpe de Estado… ¿O si?.”
Por lo pronto,
nadie que sepa un poco del negocio bancario puede creer que en el Santander, el
BBVA y la Caixa –los tres grandes— estén precisamente entusiasmados con las
exigencias indiscriminadas de recapitalización de la banca. Los directivos de
Bankinter –una entidad mucho más pequeña, pero con balances ajustados— han sido
los primeros en denunciar en público que esas exigencias son consecuencia de
las dos sucesivas “reformas financieras” erráticamente acometidas en un trecho
de menos de tres meses por el ministro de Economía. Responsables directas,
dicho sea de paso –como no se mordió la lengua en decirlo Rato—, de la
inopinada aparición del agujero negro en el ejercicio contable 2011 de Bankia y
la consiguiente escandalera internacional, que ha terminado por hacer imparable
el rescate.
Por lo demás,
los no tan velados amagos de amenaza de salir del euro y provocar la Grn Catástrofe
–que cierta prensa atribuye a Nadal y al propio de Guindos, y el mismísimo New
York Times (7/6/2012), al propio Rajoy, que tendría “un as
en la manga”—, a fin de evitar a toda costa el rescate y ganar tiempo,
forzando al BCE a volver a comprar títulos españoles de deuda pública en los
mercados secundarios, lejos de conseguirlo, con toda probabilidad aceleraron
las fugas de depósitos de los bancos españoles y agravaron las sensaciones de
angustia y desconcierto[2].
Pero lo cierto
es que la terrorífica presión internacional a que se sometió la pasada semana
al gobierno de Rajoy –televisiva aparición Obama incluida— no tenía que ver con
eso. El Reino podía aguantar perfectamente un buen tiempo, no estando, como no
estaba, a diferencia de Italia, urgido por grandes vencimientos inmediatos de
sus títulos de deuda pública. Acababa, además de colocar –el jueves— títulos
por un monto superior a los 2.000 millones de euros con una demanda que
triplicaba la oferta, sirviéndose del clásico truco de los últimos tiempos de
forzar a los propios bancos españoles en dificultades a entrar en el negocio de
comprar esos títulos (negocio grotescamente irracional donde los haya, pero
redondo: la banca española toma prestado dinero del BCE al 1% y compra títulos
de deuda pública española que, en el caso de los bonos a diez años, rinden unos
intereses superiores al 6%). En suma, el Reino y sus banqueros podía aguantar
todavía: ya se sabe que los borrachos tambaleantes pueden tenerse cierto tiempo
en pie sostenidos unos en otros.
Lo que verdaderamente
aceleró el rescate, como luego habrá ocasión de explicar, es el miedo, el pánico,
al resultado de las elecciones en Grecia el próximo 17 de junio, y a un
probable triunfo allí del partido de la izquierda griega Syriza, que ha sido
capaz de desafiar inteligentemente a la eurocracia.
“Líneas de
crédito”, “condicionalidades” y “rescates”
¿En que
consiste, pues, la “línea de crédito” negociada en tan “favorables” términos y
después de “haber presionado tanto” Rajoy?
Tras el informe del
FMI, publicado apresuradamente ante el anuncio de la teleconferencia del
eurogrupo, que estimaba las necesidades en unos 40.000 millones de euros, el
gobierno Rajoy se allanó a solicitar el rescate de un sector financiero español
incapaz ya de financiarse en los mercados de capitales. Alemania se negó en
redondo a la pretensión inicial de España –apoyada, en cambio, por Hollande y
Rehn— de una ayuda directa a los bancos que lo solicitaran del Mecanismo
Europeo de Estabilidad (MEE), tras su prevista constitución y modificación de
sus estatutos en julio próximo.
Por lo tanto,
la única formula posible era un crédito al FROB, garantizado por el estado
español, que a su vez inyectaría el capital necesario, directamente o a través
de los llamados bonos convertibles contingentes, con un techo estimado de
100.000 millones de euros.
Esta cantidad,
lejos de ofrecer como afirma De Guindos un “confortable colchón”, se queda
corta tras las poco meditadas exigencias fijadas por las dos últimas reformas
financieras, porque la mayoría de los estudios realizados hasta la fecha por
grupos y bancos de inversión privados sobre las necesidades de recapitalización
de la banca española las cifran entre los 134 y los 180 mil millones de euros.
Lo cierto es que los inversores esperan lo mejor, pero se preparan para el peor
de los escenarios posibles. Y esta es su cifra. Al señalar un techo finalista de
100 mil millones a los dos evaluadores privados contratados para escarnio del
Banco de España y sus funcionarios –Oliver Wyman y Roland Berger—, es evidente
que se pone abiertamente coto a su independencia, por otra parte más que
cuestionable. Para semejante viaje, no merecía la pena haberse empeñado antes
en la destrucción de la credibilidad evaluadora del banco central español.
Con la
política de transparencia que caracteriza al gobierno Rajoy, se desconocen
hasta ahora las condiciones impuestas por el eurogrupo en la negociación, a
despecho de que De Guindos repitiera hasta la saciedad en la rueda de prensa la
muletilla “como usted bien sabe”. Pero se han ido filtrando algunas, y otras
resultan obvias. En primer lugar, el Financial
Times revela hoy (11 de junio) que queda aún por resolver si el dinero
vendrá del MEE, cuando se cree en julio, o de la Facilidad Europea para la
Estabilidad Financiera (FEEF). La diferencia no es baladí, porque implica en el
primer caso la prioridad condicionada en el pago de los intereses. Y eso es lo
que exigen Países Bajos y Finlandia.
En segundo
lugar, serán los representantes directos del eurogrupo, de la Comisión y del
MEE o del FEEF, y no el gobierno de Rajoy, quienes decidan y vigilen –con la
ayuda del FMI— la reestructuración del sector bancario español, con todas las
consecuencias que eso trae consigo, como garantizar el objetivo de la
“reprivatización” y cerrar el paso a cualquier veleidad de una banca pública.
Eso sí, la “responsabilidad” será del gobierno.
En tercer
lugar, porque como establece negro sobre blanco el comunicado
del eurogrupo: “el Eurogrupo confía en que España respetará sus compromisos
bajo el procedimiento por déficit excesivo y con respecto a las reformas
estructurales, con vistas a corregir los desequilibrios macroeconómicos en el
marco del semestre europeo. El progreso en estas áreas será revisado de cerca y
regularmente en paralelo con la asistencia financiera. Más allá de la
aplicación decidida de estos compromisos, el Eurogrupo considera que las
condiciones de la asistencia financiera deberían centrarse en reformas
específicas dirigidas al sector financiero”.
Y por mucho que Rajoy insista en negar los hechos, la parte de los 100
mil millones de euros (10% del PIB) que se utilicen, vendrá a sumarse a ese 70%
del PIB que, aproximadamente, supone ahora la deuda pública.
Una cifra que
no sería alarmante –seguiría por debajo de la media comunitaria, y en
particular, de la alemana—, si no fuera porque el gobierno Rajoy opta por
recapitalizar la banca privada a costa de aumentar y prolongar en el tiempo los
recortes del gasto social. Que no del gasto público, volcado, como es harto
sabido, en un sector financiero que ha recibido ya, entre pitos y flautas, la
friolera de unos 150 mil millones de euros desde 2008, una suma que, sumada a
los millones ahora previstos por el rescate, podría llegar a alcanzar el 25%
del PIB.
En una
devastadora crítica del rescate español, el conocido columnista del Spiegel y del Financial Times, Wolfgang
Münchau se muestra más que escéptico (FT, 11 de junio 2012). El rescate del
sistema financiero español solo habrá conseguido volver a ganar tiempo en la
crisis del euro, que no se desencallará mientras no se avance resueltamente
hacia una unión bancaria. Una unión bancaria que exige un nuevo tratado
intergubernamental que instituya una autoridad bancaria central reguladora y
supervisora, un sistema de garantía de depósitos y, lo más difícil, corte por
lo derecho el nudo gordiano que ha apalancado la deuda privada en la deuda
soberana de los estados. Porque en el caso español la pública aún no supera el
75% del PIB, pero la suma de la pública y la privada montaba un 363% del PIB en
2011. Y este es el perverso mecanismo que no han hecho sino reforzar las cuatro
reformas financieras –emprendidas sucesivamente por los gobiernos del PSOE y
del PP— y los dos programas de crédito barato puesto por obra por el BCE para
inyectar liquidez al sistema bancario. Con el rescate de la banca, el estado
español se ha convertido en el mayor propietario de su propia deuda soberana.
¿Qué sentido tiene en esta situación la palabra “solvencia”?
Pendientes
resbaladizas, desfiles de horrores, y el factor decisivo: la izquierda griega
La urgencia
del rescate español y su grandiosa escenificación internacional –ya va dicho—
tiene sobre todo que ver con las elecciones griegas del próximo 17 de junio. Es
evidente: para la UE, arde Troya. Y el caballo de la desdicha no es la
disciplinada y autoritaria Esparta, sino la democrática Atenas.
Nadie mejor
que el economista griego Varoufakis, uno de los mejores economistas científicos
de Europa, y hombre cercano a Syriza, para dibujar el escenario de la crisis
del eurogrupo:
“La falta de
un proceso constitucional (o habilitado mediante Tratado) para salir de la
eurozona está respaldada por una sólida lógica. Todo el desarrollo de la moneda
común estaba concebido para impresionar a los mercados con la idea de que se
trataba de una unión permanente que garantizaría pérdidas enormes para
quienquiera osare apostar contra su solidez. Basta una sola salida para hacerle
un descosido a esa percepción de solidez. Como una leve línea de fisura de un
dique de portentosa contención, una salida de Grecia traerá inevitablemente
consigo el colapso del edificio, demolido por las irrepresables fuerzas
desintegradoras que se colarán por esa línea de fisura. En el momento en que
Grecia se vea empujada a abandonar, ocurrirán dos cosas: una fuga masiva de
capitales desde Dublín, Madrid, Lisboa, etc., seguida de la acrecida renuencia
del BCE y de Berlín a autorizar liquidez ilimitada a los bancos y a los
Estados. Eso significará la inmediata bancarrota de todos los sistemas
bancarios, y la de Italia y España. Llegados a ese punto, Alemania se
enfrentará a un terrorífico dilema: poner en riesgo la solvencia del Estado
alemán (comprometiendo unos cuantos billones de euros en la tarea de salvar lo
que quede de la eurozona) o salvarse a sí misma (es decir, abandonando ella la
eurozona). No tengo la menor duda de que optará por lo segundo. Y puesto que
eso significará romper unos cuantos Tratados y Estatutos (incluido el del
BCE), la UE, en substancia, habrá pasado a mejor vida.” [–Pulse AQUÍ para
ver la fuente]
El increíble
revuelo internacional provocado a cuenta del rescate del Reino de España, la
ciclópea y estudiada dramatización mediática del problema –filtración de
Reuters incluida— estaban primordialmente destinados a dar a entender al
electorado griego estas dos cosas. La
primera: que, caso de ganar las elecciones la izquierda, de ningún modo se
renegociarán los tratados de austeridad que han devastado social y
económicamente a Grecia, y que la salida de Grecia del euro resultaría entonces
inevitable. Y la segunda: que a la
Troika no le temblará el pulso, porque ha tomado ya todas las medidas
necesarias para evitar el contagio catastrófico a España, y a su través, a
Italia. (A la hora de escribir esto, Reuters hace otra
filtración interesada: un grupo de superexpertos de la UE lo tiene ya todo estudiado para el
caso de Grecia salga del euro, corralitos bancarios incluidos, en Grecia y …
¡ay! … en otros países miembros.)
No llevaba
razón ayer Rajoy cuando, tras comparecer a rastras ante los medios de
comunicación antes de irse al fútbol, proclamó propagandísticamente que el
rescate era tan bueno para el Reino como para la eurozona.
No es bueno
para nuestra economía. Primero, porque, además de avalar, y con toda
seguridad agudizar, las catastróficas políticas procíclicas de austeridad de su
gobierno, avala también el pésimo diagnóstico que anda por detrás del
“reformismo” financiero del PP (idéntico al del PSOE): no es verdad que el saneamiento
de la banca española se reduzca a un problema de capitalización. La enorme
deuda privada de las familias y las empresas españolas en los años del “España
va bien” (Aznar) y “España ha entrado en la Liga de Campeones” (Zapatero) es el
principal problema de la economía española, y a causa de ese problema estamos
en una recesión de balances y la banca privada española más comprometida con la
burbuja inmobiliaria se halla en situación de insolvencia. Sanear la banca en
serio no quiere decir recapitalizarla con inyecciones infinitas de liquidez
–que, dada la recesión de balances, se va sin más por el sumidero, como acaban
de comprobar amargamente a su costa los clientes y los empleados de Bankia que
se dejaron embaucar en la compra de emisiones de capital—, sino proceder a una
reestructuración a gran escala, cuyo centro debe ser la quita de la deuda. En
una cosa lleva razón el PP cuando carga ahora oportunistamente el muerto al
PSOE, alegando que si los socialistas hubieran hecho una reforma financiera a
tiempo, ahora no nos veríamos abocados al rescate. Pero no en los argumentos
para avalar esa razón. Lo cierto es que Zapatero, acaso demasiado entretenido
en batallitas culturales miopes y en fotogénicos ágapes con Botín, perdió en
2008 la gran ocasión de proceder a una nacionalización de la enorme parte de la
banca privada más dañada por el ladrillo –entonces había dinero público para
hacerlo: nuestra deuda pública apenas representaba un tercio del PIB, y nuestra
prima de riesgo era inferior a 100 puntos—, crear una gran banca estatal
–incluyendo el robustecimiento de la constitución social de las cajas de
ahorros—, sanear a fondo todo el sistema financiero con quitas masivas de deuda
privada y, de paso, generar un gran parque público de vivienda de alquiler
barata.
Sic transit:
en el primer día hábil tras el rescate, la bolsa ha cerrado en -0,54 puntos,
después de un subidón a primera hora de +5,9. Y la prima de riesgo ha vuelto a
superar los niveles anteriores al rescate, pasando de 462 a 520 puntos. Es como
si los mercados se hubieran enterado ya de que, gracias a la incalificable
política económica en curso, el Reino de España, además del rescate de su
sector financiero, deberá, de aquí al 2014, buscar refinanciación para su deuda
soberana por valor de 155 mil millones de euros y conseguir otros 121 mil millones
de euros para cubrir su déficit presupuestario.
Pero el
rescate no es bueno tampoco para Europa. Lo que Europa necesitaría es quebrar
la resistencia de Merkel, abandonar lo antes posible las catastróficas
políticas procíclicas de austeridad, instituir rápidamente una autoridad fiscal
unificada, mutualizar la deuda de la eurozona y poner por obra políticas
fiscalmente expansivas. Por eso los desafíos y amenazas del tándem austérico
Rajoy-De Guindos eran, además de ridículas, increíbles. Exigían limosnas, a
cambio de seguir destruyendo a su aire, y tan dañina como innecesariamente, la
vida económica y social española. No desafiaban ni amenazaban al núcleo de las
políticas suicidas de la Troika, y muy señaladamente, de Berlín. Por eso les
doblaron el brazo.
¿Pero quién
quita que esta victoria “preventiva” de Merkel, Rehn y el resto de la
eurocracia neoliberal no termine por hacerles avanzar un paso para retroceder
dos? En Portugal y en Irlanda, especialmente tras el reciente referéndum sobre
el Pacto Fiscal, se levantan ya por todos lados voces que exigen una
renegociación de los términos de sus rescates, sobre la base del que el
gobierno Rajoy jura por su honor haber obtenido en mejores condiciones. La periferia de la eurozona se alborota, justo
antes de la prueba decisiva en Grecia.
Estar por ver
si el pueblo griego, a diferencia del irlandés, será capaz de resistir el
chantaje de la Troika el próximo domingo 17 de junio. Y entonces veríamos,
gracias a Syriza, si Berlín, Bruselas y el FMI son capaces también de doblegar
al pequeño gigante de la decencia resistente europea en que se habrá convertido
la Atenas en que nació la primera democracia radical plebeya, la que echó a
andar, con Solón, poniendo por obra un programa político tan sencillo como
actual: reparto de la propiedad de la tierra (géa anasdesmos) y
cancelación de la servidumbre por deudas (kreón apokopé).
NOTAS:
[1] Aunque desde mediados de febrero se podía
percibir la inflexión en la tendencia al voto del PP, desde marzo de ha
desplomado más de 9 puntos, hasta un 37,1%. Rajoy recoge actualmente un rechazo
del 78%. Pero los electores no olvidan quién inició en mayo del 2010 el plan de
ajuste: el PSOE solo ha remontado en la oposición 2,9% y Rubalcaba tiene un
rechazo del 89%, superior a Rajoy. Los electores han ido desarrollando estos
meses tres certezas, que parecen guiar sus prospectivas de futuro: que la
situación económica ira a peor (90,2%), que el rescate era inevitable (64%),
dada la inutilidad de la clase política, y nefasto (70%). (http://politica.elpais.com/politica/2012/06/09/actualidad/1339258034_213987.html)
“El gobierno del PP va a tener que enfrentarse, quieras que no,
a la siguiente y poco prometedora disyuntiva.
1) Obediencia
más o menos ciega del gobierno de Rajoy a las directrices de los mandamases de
una UE dominada por las actuales concepciones de la señora Merkel y la élite
político-bancaria alemana. Esa opción tiene dos escenarios posibles: http://www.sinpermiso.info/articulos/ficheros/20n2011.pdf
a) De
persistir en la actual negativa alemana a cambiar rápidamente el diseño
institucional de la política fiscal de la eurozona, no se llega sino al
desastre y al final del euro. La eurozona, simplemente, se desmembraría, y el
gobierno de Rajoy se convertiría básicamente en un aterrorizado gestor
político, o de la europeseta, o de un nuevo euro devaluado, del que habría
salido ya una Alemania resuelta a crear una nueva zona
Deutschemark (verosímilmente, con Holanda, Austria, Finlandia,
Luxemburgo y quizá Bélgica, pero no Francia). En cualquier caso, la
implosión de la eurozona significaría una catástrofe económica, no ya para
España, no ya para el continente europeo, sino para la economía mundial: un
verdadero tsunami financiero que haría palidecer por contraste al provocado por
la decisión norteamericana de dejar caer al banco Lehman Brothers en 2008: la
Gran Recesión de 2008-2011 se convertiría con toda probabilidad en una Gran
Depresión II de duración indefinida y de resultados económicos y políticos de
todo punto inciertos.
b) De
cambiar rápidamente la actual política dictada por la señora Merkel a la UE,
yendo resueltamente a una salvación del euro con pasos prestos hacia un Tesoro
común europeo, con eurobonos y un Banco Central normal, capaz de desempeñar la
función de prestamista de último recurso, entonces, caso de llegarse a tiempo,
se abriría en Europa un escenario algo mejor, pero simplemente semejante al
norteamericano: comenzaría el debate político sobre qué política económica es
mejor: si una política derechista (à la Tea Party) de austeridad fiscal,
ajustes estructurales, etc., o una política progresista de expansión fiscal,
crecimiento económico y reequilibrio entre la economía alemana y las
periféricas. Este último escenario tendría la ventaja de que volverían a
aparecer, como problemas propiamente políticos, y no meramente técnicos,
dos opciones distintas de política económica a escala europea. Las perspectivas
políticas del gobierno de Rajoy no serían muy halagüeñas aquí, pues las
políticas ultraderechistas de austeridad fiscal a escala europea difícilmente
podrían presentarse ante la opinión pública como compatibles con los intereses
nacionales más elementales de los países periféricos.
2) La segunda opción que se ofrece al
gobierno de Rajoy es la de una resistencia desde el primer día a Merkel, ya por
la vía de intrigar, como parece estar comenzando a hacer (véase al respecto la
información proporcionada por el conservador Times de Londres el pasado 18 de
noviembre) con Cameron y el gobierno conservador británico (fuera de la
eurozona), y/o con un cada vez más alarmado Sarkozy (dentro de la eurozona).
Pero esta segunda opción, si no lograra vencer el empecinamiento de Merkel –que
aterra ya hasta a la derecha económica más encallecida de nuestro país—,
significaría un serio agrietamiento de la elite político-bancaria eurocrática,
y es lo más probable que terminara con la destrucción de la eurozona y, de
nuevo, como en el escenario presentado en 1a, con un Rajoy gestor político de
la europeseta, con todas la tremebundas consecuencias de alcance mundial ya
dichas allí.”
Antoni Domènech es el Editor general de SinPermiso.
Gustavo Búster y Daniel Raventós son miembros del Comité de Redacción de SinPermiso.