Alemania, Países Bajos y
Luxemburgo, en Europa Occidental, más Finlandia, Estonia y Polonia son
los únicos países de la Unión Europea (UE) que –todavía– no tienen el
agua al cuello. La burbuja de las hipotecas tóxicas en Estados Unidos
golpeó fuertemente a los bancos europeos que, a su vez, fomentaron
irresponsablemente la toma de créditos por los países de la UE y
absorbieron en cambio bonos basura.
Ahora, cuando el crecimiento del producto bruto interno en el último
trimestre es ínfimo en muchos grandes países (0.5 en Estados Unidos, 0.4
en Francia y España, 0 en Italia) o sea, cuando los respectivos Estados
ven disminuir los ingresos per cápita de sus habitantes y no tienen los
recursos para crecer, los servicios de la deuda les resultan
insoportables. El dúo Merkozy (Merkel más Sarkozy) propone dar a
los países europeos en situación crítica mayor más préstamos pero
controlando sus respectivas economías y reduciendo otro poco sus
soberanías. Y el capital financiero internacional, como Shylock, el
Mercader de Venecia, quiere cobrarse directamente la libra de carne
ofrecida como garantía por los deudores y pone directamente en los
gobiernos de sus víctimas, como en Grecia, o en Italia, a sus hombres de
confianza.En efecto, el presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, el primer ministro griego Lukas Papademos y su colega italiano, Mario Monti, no sólo son grandes banqueros sino que trabajaron todos con Goldman Sachs, uno de los grandes culpables de la crisis mundial. Además, por las dudas, Mario Monti, el banquero hijo de banquero, profesor de neoliberalismo, será controlado directamente mediante viajes a Roma de Angela Merkel y de Nicolas Sarkozy.
Bajo la apariencia de gobiernos técnicos aparecen así los gobiernos de los banqueros y los hombres del gran capital, sin mediación de los políticos. Bajo el disfraz de gobiernos no partidarios se despliega abiertamente la política de ajuste del FMI y del Banco Mundial y la ofensiva general del capitalismo y de la derecha contra los salarios directos e indirectos (servicios, educación, sanidad, pensiones, obras públicas) y contra los elementos de resistencia de los trabajadores, como los sindicatos, las cooperativas, las mutuales y otras asociaciones solidarias. En defensa de una tasa de ganancia, amenazada por las políticas del mismo capital, se intenta imponer en Europa un retroceso social al periodo anterior a la Segunda Guerra Mundial, sacando provecho de que la resistencia es reducida porque el llamado socialismo real se encargó de desprestigiar al socialismo en mayor medida aún que la socialdemocracia que reconstruyó el capitalismo en la posguerra y, por lo tanto, la protesta no está animada por la esperanza en una alternativa creíble y, mucho menos todavía, por organizaciones anticapitalistas.
En una crisis sistémica como es la actual los socialistas revolucionarios se cuentan con los dedos y la Europa del capital puede legítimamente esperar que China, ex colonia, ayude a sus ex colonizadores y, ex comunista, sostenga al capitalismo mundial con sus políticas y con sus capitales. Si después de la guerra Palmiro Togliatti y su Partido Comunista Italiano, estalinista, ingresó en un gobierno de la Democracia Cristiana respaldado por Washington para reconstruir el capitalismo, sus epígonos, los liberaldemócratas del Partido Demócrata dirigido por Pier Luigi Bersani, apoyan un gobierno del capital financiero internacional que buscará destruir las bases de los sindicatos, reducir los salarios y el empleo, privatizar todo lo que sea posible para concentrar aún más la riqueza, acabando con la independencia italiana.
Monti llevará a cabo la misma política de Berlusconi pero con
una cara austera de banquero que, hasta ahora, ha logrado convencer
tanto a los ex comunistas del Partido Demócrata y a los ex radicales de
izquierda de Sinistra, Ecología y Libertad (Vendola), al igual como a
los patrones italianos reunidos en la Confindustria, al Vaticano y a la
parte de la mafia que forma parte del capital financiero del país y está
entrelazada con el gobierno y el Estado. Monti está ampliando y
blanqueando el bloque social que apoyaba al Cavaliere.
Los italianos o los griegos no pudieron expresarse sobre cómo salir
de la crisis que les había sido impuesta ni en elecciones ni en un
referéndum. Quien decidió fue el aparato de la UE, al servicio del
capital financiero, que impuso nuevamente la dictadura del capital
pisoteando la idea misma de la democracia y las constituciones
soberanas.
La indignación es pues legítima y comprensible y, sin ella, no hay
acción posible. Pero no basta. Para cambiar las cosas se necesitan ideas
y propuestas claras, creíbles y movilizadoras. Y, sobre todo, es
necesario que esas ideas den confianza a los trabajadores en la
producción –que es la base del capitalismo– de que se puede y se debe
imponer un programa alternativo, democrático y social, en el camino a
una salida anticapitalista de la crisis y para el reordenamiento de la
economía.
Ahora bien, los
indignados, generosos y combativos, pertenecen a las clases medias, pero los trabajadores industriales –en parte por temor al desempleo, en parte porque un sector de ellos sigue direcciones racistas, xenófobas (como Le Pen en Francia o la Liga Norte en Italia) y aún no se oponen al capitalismo–. Hay, por consiguiente, una batalla ideológica por librar, basada en la anulación de la deuda capitalista y su desconocimiento, aunque eso lleve a salir de la UE, a la expropiación de los bancos y de las grandes empresas y al monopolio estatal del comercio exterior y de los cambios, para evitar la fuga de capitales; a un plan general de empleos que incorpore a la plantilla a todos los precarios y reduzca la desocupación; la organización de los desocupados para planificar los trabajos necesarios y posibles e imponerlos. Las minorías socialistas podrán crecer si, sin sectarismos, unen a los trabajadores de cualquier origen tras convencerles de que la alternativa es el salto adelante: lo demás es un retroceso histórico.
Guillermo Almeyra
La Jornada
No hay comentarios:
Publicar un comentario