Ya no cabe duda sobre el talante antidemocrático de la UE.
La propuesta de Papandreu de preguntar a sus conciudadanos si aceptaban vivir
en austeridad espartana para poder pagar en euros desencadenó una tormenta
financiera y política que entre amenazas e improperios de Merkozy y Cameron
provocó la crisis del Gobierno griego y puso al país patas arriba.
¿Qué hay de malo en que la gente decida sobre su salud, su
educación y su empleo? ¿Son temas demasiado complejos para el populacho? No
exageren, que algunos tenemos más estudios que los mandamases. Con algunos
colegas me comprometo a explicar clarito a los ciudadanos de qué va el euro y
su crisis y a quiénes benefician y perjudican y cuáles son las distintas
opciones posibles, incluida el repatriar al euro a Bruselas. A condición
naturalmente de tener la misma información que se reservan financieros y
gobernantes. El problema no es de complejidad, sino de democracia. A lo que más
temen los políticos en estos momentos es aque los ocupen, a que les arrebaten
ese poder delegado que mantienen mediante un mecanismo controlado de elecciones
entre opciones encerradas dentro de límites sistémicos y legitimadas
mediáticamente. Un referéndum, sin ser una forma perfecta de decisión popular,
abre el abanico de posibilidades, siempre y cuando sea limpio. Había que ver a
asesores políticos europeos aconsejando que si se hacia el referéndum se
hiciera con una pregunta inteligente, o sea sesgada hacia lo que conviene. Hay,
profundamente, arrogancia elitista y repulsión hacia la voluntad popular, por
mucho que se disimule. Porque aunque se equivocara el pueblo, tiene derecho a
hacerlo. Ya pasó el tiempo de los que nos salvaban porque no sabíamos lo que
hacíamos.
En realidad no se trata de salvar al pueblo, sino de salvar
al euro, como si esto fuera equivalente. ¿Por qué tanto interés? ¿Y de quién?
Porque diez de los veintisiete miembros de la UE viven sin euro y algunas de
sus economías (Reino Unido, Suecia, Polonia) son mucho más sólidas que la media
de Unión. Defender el euro hasta el ultimo griego es la primera línea de
defensa para una moneda que está condenada porque expresa economías divergentes
y no tiene un estado que la respalde.
Con Portugal e Irlanda en la UVI, España en la cuerda floja
y una Italia en permanente crisis política y endeudada hasta las orejas de su
histriónico ex líder, la franco-germana defensa del euro tiene otras
explicaciones que la historia de terror que nos cuentan sobre la catástrofe
financiera que ello implicaría con efectos devastadores en nuestro cotidiano
como si la vida dependiera de la bolsa. La primera razón es obvia: salvar a los
bancos, sobre todo alemanes y franceses, que prestaron sin garantías a Grecia y
demás PIGS mediante la manipulación de cuentas que, al menos en el caso de
Grecia, hizo la consultoría de Goldman Sachs (Por cierto, debe ser simple
casualidad que Draghi, el flamante nuevo presidente del BCE también fuera
empleado de Goldman Sachs).
De entrada ya tienen que olvidarse del 50% de la deuda de
Grecia, aunque no está claro quién acabará pagándola. Pero el otro 50% lo
tienen que sacar de la sangre, sudor y lágrimas de los griegos, prestándoles
nuestro dinero, para que el impago no quede impune. Si Grecia denunciara la
deuda, como hizo Islandia a quien le va tan ricamente, un dracma devaluado en
60% haría impagable el resto de la deuda. Más aun, el efecto contagio en
mercados financieros llevaría al impago de gran parte de la deuda soberana,
llevando a la quiebra a los bancos que se aprovecharon del euro para prestar
sin solvencia.
O sea, se trata de salvar a unos bancos concretos y, en
términos más amplios, evitar una nueva crisis del sistema financiero. Se
quiebran países para no quebrar bancos. ¿Pero por qué se hace? Al fin y al
cabo, los Merkozy no son empleados de banca. Tienen sus intereses políticos, de
país y personales. Alemania es la que realmente necesita que el euro sea la
moneda europea y que sus socios no puedan devaluar. Porque el modelo de
crecimiento alemán es en realidad el chino: crecer mediante exportaciones favorecidas
por una moneda subvalorada y reducir salarios (reducción del 2% en términos
reales en el último quinquenio). Si hubiese un euro-marco fuerte, Alemania
perdería mercados en Europa y competitividad respecto a exportaciones españolas
o italianas. Pero hay otra dimensión político-personal: tanto Merkel como
Sarkozy necesitan establecer su liderazgo europeo tanto por razones de política
interna como por proyecto de grandeza nacional que se tiene que disfrazar de
europeo para no despertar viejos fantasmas. ¿Y las otras élites políticas
europeas? Algo semejante ocurre, su importancia personal y de país se realza
siendo cola del león europeo porque la ratonez de su ámbito les viene estrecha.
Sentirse europeos, en un mundo en tránsito desde Norteamérica a Asia, les da la
impresión de ser algo más que productos aldeanos del aparato de partido que
tanto desprecian.
¿Y nosotros en todo esto? Cierto que el desbarajuste
financiero que ocasionará (no hay errata de tiempo de verbo) el advenimiento de
la euro-peseta causará problemas de transición en la economía y en nuestros
bolsillos, en condiciones que dependen de cómo se produzca la transición. Pero
se recuperaría la soberanía de política económica, se ajustaría la realidad
monetaria y financiera a la economía real, se incrementaría la competitividad,
ganando mercados externos e internos, habría una explosión de turismo que sería
a precios de ganga. Se podría reactivar la economía emitiendo moneda. Y por
tanto se incrementaría el empleo. Porque lo esencial es crecer, no flagelarse.
Claro: habría inflación. Pero es la mejor receta para reducir deuda, incluida
la de su hipoteca.
¿Y el sueño europeo? Pues hagámoslo con la gente, amándonos
los unos a los otros, en lugar de ver quién paga la cuenta. Cuando piense euro,
piense estafa. Cuando piense Europa, piense amigas.
Manuel
Castells, sociólogo internacionalmente reconocido, es
catedràtico de sociologia en la UOC de Barcelona.
La Vanguardia
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